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sábado, 4 de enero de 2014

La Edad en Relación al Discipulado (Por M. F. Haselhurst)



La Edad en Relación al Discipulado

Impreso en The Beacon en julio de 1971 y en noviembre de 1999



Por M. F. Haselhurst

El objetivo de todo entrenamiento de un discípulo consiste en trasladar su percepción consciente desde la etapa en que se encuentra, a niveles más elevados que los de los tres mundos de la definida evolución humana. (Los Rayos y las Iniciaciones, p. 123. Ed. Kier)

Una de las tareas principales de la conjunta Jerarquía es presentar a la humanidad estas ideas divinas básicas. (Discipulado en la Nueva Era, Vol. II, p.168. Ed. Sirio)

ES EXTRAÑA LA FUERZA con que la edad influye (la edad física, la edad del cuerpo, no la del alma) en lo que bien podrían ser puntos cruciales en el entrenamiento del discípulo. Hombres y mujeres negocian años de esfuerzo, necesariamente dividido, para cumplir con los compromisos familiares y sociales así como las demandas del esfuerzo esotérico y luego, en los años de espléndida oportunidad, cuando las obligaciones externas merman y disminuyen las exigencias externas sobre su tiempo y atención, dan la espalda y cierran sus mentes a las oportunidades que están surgiendo. Todo por culpa de la ilusión tan poderosa de “la vejez”.

Es una pérdida trágica para el grupo mundial esotérico el que muchos estudiantes dejen de lado el trabajo o disminuyan su intensidad en el preciso momento en que, más que nunca, se les presentan oportunidades a gran escala. En vez de considerar la edad física como un período para aislarse, una época en que la vida se está terminando, lo cual los vuelve limitados, quietos y restringidos, los discípulos deben darse cuenta que lo que realmente está sucediendo es que las oportunidades espirituales se están multiplicando; el horizonte del alma se extiende cada vez con mayor gloria a medida que las barreras de las pequeñas funciones diarias desaparecen, dejándolos libres para vivir como almas. Margaret Forbes escribió una oración que podría haber sido dirigida a los discípulos en este punto de su entrenamiento:

“Dios de Todos, guíanos, no hacia las situaciones seguras,
Sino a los lugares peligrosos de explosión y fango,
Aquí, en las duras y arriesgadas operaciones del mundo,
Cárganos y recárganos con el fuego invencible”.

También está disponible para orientarnos, la clara e inequívoca declaración del Maestro Tibetano de que el alma puede trabajar más fácilmente a través de cuerpos disciplinados durante mucho tiempo para su uso, que a través de aquellos que son más jóvenes. El factor de mayor importancia es ese punto de percepción de la conciencia, que tiene que ser transferido más allá de los niveles normales humanos. ¿Qué mejor momento para que esto se dé, que los años en que los deseos se atrofian, los deberes disminuyen y las presiones de tiempo se alivian  milagrosamente?

Estos son los años de oportunidad del discípulo; oportunidad para expandir los esfuerzos existentes e iniciar algunos nuevos. Ahora él tiene horas preciosas en las que la energía del pensamiento puede utilizarse de forma creativa y el trabajo de meditación puede ser profundizado. Estos deberían ser años de radiación, de expresión llena de propósito; años en que el discípulo encuentra, posiblemente para su propio asombro, que ha desarrollado capacidades que ahora pueden ser utilizadas para revelar e irradiar el amor y la luz, la voluntad y el propósito de ese Ser Divino del cual él es una expresión fragmentada.

En la juventud y en la edad media el aspirante y el discípulo son llamados a hacer frente a diversos compromisos orientados hacia lo externo. Hay demandas familiares y de los amigos, obligaciones sociales, más el complicado proceso de ganarse la vida, criar los hijos y cumplir las demandas de su medio ambiente externo. Todas estas cosas distraen (con razón, pero aún así, distraen) la atención del objetivo principal de vivir como alma, de dirigir las energías espirituales, de aprender a reconocer, comprender y liberar la verdad espiritual.

Si un individuo ha sido un estudiante durante muchas vidas, el habrá desarrollado una considerable habilidad de mantener la conciencia más allá de estas limitaciones y podrá utilizarlas, con cierto grado de facilidad, como aspectos de su trabajo esotérico. Para el individuo que está empezando el estudio esotérico por primera vez, o que por lo menos es relativamente nuevo en este, tales deberes y obligaciones se interponen entre él y su objetivo, desviando temporalmente la atención y la energía que él gustosamente daría al esfuerzo esotérico.

Esta es, por supuesto, sólo una aparente interrupción. En realidad se está entrenando a sí mismo en las habilidades, aptitudes y cualidades que necesita desarrollar o reforzar si el alma va a trabajar con la máxima eficiencia a través de su instrumento externo, la personalidad integrada. Estas obligaciones en el plano externo, cumplidas correctamente, conducen a la atrofia y posterior eliminación de aspectos indeseables y obstaculizadores del carácter.

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