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sábado, 8 de junio de 2019

REGLAS PRÁCTICAS PARA LA VIDA DIARIA Extraído del blog “Corazón de Diamante” (Ocultismo Práctico de H.P.B.)


REGLAS PRÁCTICAS PARA LA VIDA DIARIA
 Extraído del blog  “Corazón de Diamante”
(Ocultismo Práctico de H.P.B.)



PREFACIO
Las citas de que está compuesto este artículo no se entresacaron en un principio con el propósito de publicarlas; y por lo tanto pueden parecer algo deslavazadas.

Vieron primeramente la luz como una 
Miscelánea teosófica, con la esperanza de que el lector pudiera hacer las convenientes anotaciones para formar un dietario de extractos v tener un duradero registro de los libros leídos, de modo que obtuviera positivo provecho de su lectura. Siguiendo este método, el lector condensaría en un breve espacio todo cuanto la pareciera esencial en el libro.

También se insinúa como de valiosa ayuda para el estudiante aplicado, el método de leer cada mañana cierto número de citas, a fin de practicarlas durante el día y meditar sobre ellas en los ratos libres.

I
Levántate temprano, tan luego como te despiertes, y no te quedes perezosamente en la cama medio despierto y medio soñando. Después ora fervorosamente por la regeneración espiritual del género humano, a fin de que cuantos luchan en el sendero de la verdad reciban positivo y vehemente aliento de tus oraciones, y para que túte fortalezcas sin ceder al halago de los sentidos.

Represéntate en la mente la imagen de tu Maestro arrobado en samadhi. Ponla delante de ti con todos sus pormenores; piensa reverentemente en él, y ruega por el perdón de todos los errores de acción y omisión. Con esto te será más fácil concentrarte, purificar el corazón y hacer mucho más.

Reflexiona sobre los defectos de tu carácter, descubriendo por completo tus vicios y los fugaces placeres que te proporcionan, y determínate firmemente a hacer todo cuanto puedas para no ceder nuevamente a ellos.

Este autoanálisis, que te lleva ante el tribunal de tu propia conciencia, facilitará tu progreso espiritual en un grado que no podrías imaginar.

Mientras te laves o bañes, ejercita tu voluntad, deseando que las impurezas morales se eliminen al propio tiempo que las corporales. En tus relaciones con los demás observa atentamente las reglas siguientes.

1) Nunca hagas nada que no sea de tu deber; esto es, nada innecesario. Antes de hacer una cosa, reflexiona si debes hacerla.

2) Nunca hables “palabras ociosas”. Antes de pronunciarlas, piensa el efecto que pueden producir. Nunca quebrantes tus principios de conducta por consideraciones de amistad.

3) Que nunca ocupen, tu mente vanos o inútiles pensamientos. Esto es más fácil para dicho que para hecho. No es posible desalojar de golpe la mente. Así, en un principio, procura evitar los malos u ociosos pensamientos, ocupando tu mente en el examen de tus faltas o en la contemplación de los seres perfectos.

4) Durante la comida, ejercita tu voluntad, deseando que el alimento te aproveche para construir un cuerpo en armonía con tus espirituales anhelos, y no engendrar malas pasiones ni malignos pensamientos. Come únicamente cuando tengas hambre y bebe cuando tengas sed, y nunca de otro modo. Si algún manjar especial halaga tu paladar, no cedas a la tentación de comerlo tan sólo para satisfacer el gusto.

Acuérdate de que el placer que de ellos obtengas no existía algunos segundos antes, y cesará de existir algunos segundos después, porque es un placer transitorio que se invertirá en dolor si te rindes a la gula. Considera que sólo da placer a la boca, y si te dejas seducir por aquel manjar y te conturba el ansia de saborearlo, no te avergonzarás de cometer cualquier acción, para obtenerlo. Repara en que hay otras cosas que pueden darte felicidad eterna; y, por la tanto, es evidente locura concentrar tus afectos en las transitorias.

Advierte que tú no eres el cuerpo ni los sentidos; y por consiguiente no pueden afectarte realmente los placeres y dolores que el cuerpo goce o padezca. Practica la misma serie de razonamientos en el caso de cualquier otra tentación; y aunque a menudo fracases, acabarás por lograr éxito seguro. No leas mucho.

Si lees durante diez minutos, reflexiona durante algunas horas. Acostúmbrate a la soledad ya permanecer a solas con tus pensamientos. Asimílate la idea de que nadie sino tú mismo puede ayudarte a desviar gradualmente tus afectos de todas las cosas. Antes de entregarte al sueño, ora como hiciste por la mañana.

Pasa revista a las obras del día, y echa de ver en qué has faltado, y resuelve que no volverás a incurrir en la misma falta al día siguiente.


II

El genuino motivo de anhelar el conocimiento de sí mismo pertenece al conocimiento y no al Yo. El conocimiento de sí mismo merece que lo anhelemos a causa de que es conocimiento, y no porque pertenezca al Yo. El principal requisito para adquirir el conocimiento de sí mismo es el amor puro. Anhela el conocimiento por puro amor, y el conocimiento coronará eventualmente el esfuerzo.

Cuando un estudiante se impacienta, es prueba segura de que obra por la recompensa, no por amor, lo cual demuestra también que no merece la gran victoria reservada a quienes verdaderamente obran por puro amor.

El Dios en nosotros, esto es, el Espíritu de amor y verdad, de justicia y sabiduría, de bondad y poder, ha de ser nuestro verdadero y constante amor; nuestra única confianza; nuestra única fe, que firme como una roca nos sirve de apoyo; nuestra sola esperanza, que nunca nos engañará aunque todo perezca; y el único logro a que aspiremos con nuestra paciencia, esperando gozosamente, hasta agotar nuestro mal karma, que la presencia del divino Redentor se revele en nuestra alma.

El contento es la puerta por donde ha de entrar el Redentor, porque quien está descontento de sí mismo lo está también de la ley que lo ha hecho tal como es; y siendo Dios de por Si, la ley, no podrá revelarse en quienes están descontentos de Él.

Si admitimos que nos hallamos en la corriente de evolución, debemos considerar que son para nosotros justas todas las circunstancias en que nos hallemos; y esta consideración será nuestro mayor auxilio cuando fracasemos en el cumplimiento del deber, pues no podemos adquirir de ningún otro modo la serenidad que tanto recomienda Krishna. Si todo nos saliere a la medida de nuestro deseo, no echaríamos de ver ningún contraste. También es posible que por estar nuestros planes ignorantemente y, en consecuencia, erróneamente trazados, la benéfica Naturaleza no permite que los realicemos.

No se nos vituperará por el plan; pero engendraremos mal karma si no nos resignamos a la imposibilidad de llevarlo a cabo. Si estáis por entero abatidos, será porque antes decayeron vuestros pensamientos. Puede un hombre estar encarcelado, y, sin embargo, trabajar en favor de una causa. Así os exhorto a que eliminéis de vuestra mente todo disgusto por las circunstancias en que os veáis, y si conseguís considerarlas según las miras de vuestro Yo superior, no sólo vigorizarán vuestros pensamientos, sino que se reflejarán en vuestro cuerpo y lo fortalecerán.

Obrad activamente cuando sea hora de obrar, y entretanto esperad con paciencia que llegue esta hora. Colocaos en concordancia con el flujo y reflujo de los negocios de la vida, a fin de que, apoyados en la naturaleza y en la ley con la verdad y la bondad por faro, seáis capaces de obrar maravillas. La ignorancia de esta ley tiene por consecuencia alternativas de irreflexivo entusiasmo, por una parte, y del abatimiento y desconsuelo, por otra, siendo así el hombre esclavo de la marea de la vida cuando debiera ser su dueño.

Como dice “La voz del Silencio”: Ten paciencia, candidato, y no temas el fracaso ni solicites el éxito.

La energía acumulada no puede aniquilarse, sino que se transmuta en otras modalidades de actuación; y como no es posible que permanezca por siempre inactiva, continúa existiendo. Por lo tanto, es inútil resistir a una pasión que no podemos dominar. Si no derivamos por otros conductos su acumulada energía, se irá robusteciendo hasta que prevalezca contra la voluntad y la razón. Para dominarla es preciso conducirla por otro canal superior a aquel por el que iba.

Así la afición a una cosa vulgar puede transmutarse en afición a una cosa elevada, y el 
vicio puede revertirse a virtud con sólo invertir el propósito.

La pasión es ciega; va a donde se la lleva, y la razón es para ella mucho mejor guía que el instinto. La cólera reconcentrada o el amor reprimido han de encontrar un objeto en que verter su energía, pues de lo contrario amenazan estallar con peligro de su poseedor.

La calma sigue a la tormenta. Los antiguos decían que la naturaleza tiene horror al vacío.
No podemos destruir o aniquilar una pasión, pues si la sofocamos vendrá a substituirla otra influencia elemental. Por lo tanto, no intentemos destruir lo inferior sin sustituirlo por algo superior: el vicio por la acrisolada virtud, y la superstición por el recto conocimiento. (7)

III

Sabed que contra el deseo, la apetencia de recompensa y la miseria de la ambición no hay otro remedio que fijar: la vista y aplicar al oído a la invisible e insonoro. (8)

Debe el hombre creer en su congénita facultad de progreso y no atemorizarse al considerar su naturaleza superior ni dejarse arrastrar por la inferior. (9)

La experiencia demuestra que las dificultades no han de abatir al hombre, ni mucho menos desesperanzarlo, pues de lo contrario el mundo no gozaría de las maravillas de la civilización. (10) Esforzarse en seguir adelante es la primordial necesidad del que ha entrado en el Sendero. ¿De dónde extraer la fortaleza? Mirando alrededor, no es difícil echar de ver en dónde encuentran otros hombres su fortaleza. Dimana de la profunda convicción. (11)

Hay que abstenerse, por ser de justicia el abstenerse, no con el solo intento de mantenerse uno limpio. (12)

Para pelear contra sí mismo y vencer en la batalla es preciso que el hombre conozca que en la pelea está haciendo lo que debe hacer. (13)

“No resistáis al mal”; es decir, no os quejéis ni irritéis contra los inevitables infortunios de la vida. Olvidaos de vosotros mismos al trabajar en beneficio de los demás. Si alguien nos ultraja, persigue o injuria, ¿a qué resistir? Con la resistencia provocaríamos mayores males.

En toda obra, sea la que fuere, hemos de considerar el mandato imperativo del deber, y no su relativa importancia o insignificancia. El 
mejor remedio para el mal no es reprimir sino eliminar el deseo; y esto puede con mayor eficacia cumplirse manteniendo la mente de continuo fija en las cosas divinas.

El conocimiento del Yo superior queda invalidado cuando la mente se complace en los objetos de los de!;enfrenados sentidos. (14)

Nuestra naturaleza es tan ruin, soberbia, ambiciosa, concupiscente y entercada en sus juicios y opiniones, que si las tentaciones no la restringiesen se arruinaría por completo. En consecuencia, nos acomete la tentación a fin de que aprendamos a conocernos y seamos humildes.

La mayor tentación es no tener tentaciones, y así debemos alegrarnos al vernos tentados, para con resignación, calma y constancia resistir a la tentación. (15)

Considerad que no debéis hacer nada sólo para vos mismo, sino que habéis de cumplir los deberes prescritos por Dios. Anhelad encontrar a Dios y no busquéis lo que Dios os puede dar. (16)

Haced todo cuanto hayáis de hacer; pero no con el propósito de recibir el fruto de la acción. (17)

Si cumplís todas vuestras acciones con el pleno convencimiento de que no os han de allegar provecho personal, sino que las hacéis porque es vuestro deber y está en vuestro temperamento el hacerlas, se debilitará gradualmente la personalidad egoísta hasta que, por completo apaciguada, brille en todo su esplendor el verdadero Yo y lo conozcáis.(18)

No debéis consentir que la alegría ni la pena os desvíen de vuestro resuelto propósito. Hasta que el Maestro os acepte, trabajad abnegadamente por el progreso y adelanto de la humanidad. Esto es lo único que proporcionará verdadera satisfacción.

El conocimiento aumenta en razón directa de su uso; esto es, cuanto más enseñamos, más aprendemos. Por lo tanto, busquemos la verdad con la confianza de un niño y la voluntad de un iniciado, comunicando nuestro conocimiento a quien de él carezca, para confortarlo en su peregrinación.

El discípulo debe reconocer plenamente que los derechos individuales son el resultado ponzoñoso de la serpiente del egoísmo. Nunca puede recriminar ni censurar a nadie ni levantar la voz para defenderse o disculparse.

Ningún hombre es nuestro enemigo ni nuestro amigo. Todos son por igual nuestros instructores (19) No hay que trabajar por apego al provecho temporal o espiritual, sino para cumplir la ley de la vida, que es la recta voluntad de Dios. (20)

IV

No viváis en lo presente ni en lo futuro, sino en lo eterno. La gigantesca hierba (del mal) no puede florecer allí. Esta mancha de la existencia se limpia en la atmósfera del pensamiento en la eternidad.

Para lograr el “Conocimiento del Espíritu” es requisito indispensable la pureza de corazón, que puede alcanzarse por dos medios principales: desechando persistentemente todo mal pensamiento y manteniendo el ánimo sosegado en toda circunstancia, sin jamás agitarse ni irritarse por nada. Estos dos medios de purificación reciben su mayor estímulo de la devoción y la caridad. No hemos de desmayar en nuestros esfuerzos, aunque nos sintamos todavía impuros.

Que cada cual aspire a la pureza y se esfuerce en alcanzarla por el recto camino cuya primera etapa es la pureza de corazón.

La mente ha de purificarse también cuando uno siente cólera o dice falsedades o sin necesidad descubre las faltas ajenas o dice y hace algo con propósito de lisonja, o cuando alguien queda engañado por la insinceridad de palabra u obra. (21)

Quienes deseen salvarse han de evitar la lujuria, la cólera y la, codicia; obedecer fielmente las Escrituras, estudiar la filosofía espiritual y perseverar en su realización práctica. (22)

Quien obra por motivos egoístas no puede entrar en un cielo donde no existe el egoísmo. Quien no ansía el cielo, sino que está contento donde se halla, está ya en el cielo, mientras que el descontento clamará en vano por él. Libre y feliz es quien carece de personales deseos, y el “cielo” no puede significar otra cosa que un estado de liberación y felicidad. Quien hace las buenas obras con esperanza de recompensa no es feliz hasta recibirla, y en cuanto la recibe, cesa su felicidad. No caben descanso y felicidad permanentes mientras haya qué hacer y cumplir. El cumplimiento del deber lleva en sí su propia recompensa. (23)

Quien se cree más santo que otro y se jacta de no tener talo cual vicio o flaqueza, y presume de sabio y de superior en algo a sus prójimos, es incapaz del discipulado. El hombre ha de volverse como niño para entrar en el reino de los cielos. Sublimes tesoros son la virtud y la sabiduría; pero si engendran orgullo y el sentimiento de separatividad respecto a los demás, serán las serpientes del egoísmo reaparecidas en distinta forma. La primera regla consiste en la entrega y sacrificio del corazón del hombre con todas sus emociones, lo cual significa el logro de un equilibrio inalterable por las emociones personales.

Poned sin demora en práctica tan buenas intenciones y no dejéis ni una solo en propósito. Nuestro único procedimiento verdadero consiste en que el motivo de la acción esté en la misma acción y nunca en su recompensa. No ha de incitarnos a la acción la esperanza del resultado ni tampoco hemos de mantenernos en la inacción.

“Por medio de la f
(24) se purifica el corazón de la insensatez y de las pasiones, con lo que se domina el cuerpo y por fin se consigue la subyugación de los sentidos.” (25)


 Las características del sabio iluminado son:
1)     Carencia de todo deseo, y conocimiento de que sólo el verdadero Ego o supremo Espíritu es felicidad y que todo lo demás es dolor.
2) Carencia de apego o repulsión a cuanto pueda sucederle, pues obra sin cálculo egoísta.
Finalmente llega la subyugación de los sentidos, que no aprovecha gran cosa sin la primera característica, y es inútil y con frecuencia nociva, por engendrad ora de hipocresía y orgullo espiritual, sin la segunda característica. (26)
Quien no practica el altruismo y no es capaz de compartir su último bocado con el más pobre o desvalido que él; quien se niega socorrer a su prójimo de cualquiera raza, nación o creencia, siempre y dondequiera lo vea sufriendo; quien cierra los oídos al clamor de las miserias humanas; quien oye calumniar al inocente y no lo defiende como se defendería a sí mismo, no es teósofo.

V

Nadie obra bien si descuida los inconfundibles deberes de la vida resumidos en el divino mandamiento. Quien cumple con su deber pensando que de no cumplirlo le resultará perjuicio, o que su cumplimiento le allanará las dificultades que se les presenten en el camino, obra con la vista puesta en el resultado.
Hemos de cumplir con nuestro deber tan sólo porque lo manda Dios, quien puede en cualquier instante dispensarnos de su cumplimiento. Mientras no apacigüemos la inquietud de nuestra na­turaleza, debemos obrar consagrando a Dios los frutos de nuestra acción y atribuirle el mérito de nuestras obras. La verdadera vida del hombre consiste en identificarse con el supremo Espíritu. Pero esta vida verdadera es del todo independiente de nosotros, porque es en sí la real verdad y no la actualiza ninguna de nuestras acciones.
El reconocimiento de que cuanto se opone a esta verdad es ilusorio, es una nueva conciencia, y no una acción. La liberación de un hombre no está en modo alguno relacionada con sus acciones; porque las acciones son útiles en cuanto nos dan a conocer nuestra completa incapacidad para emanciparnos por nosotros mismos de la existencia condicionada. Transpuesta esta etapa, las acciones son más bien impedimentos que auxilios.
Quienes obran obedeciendo a los divinos mandamientos y saben que la facultad de obrar así es un don de Dios y no peculiar atributo de la conciencia personal del hombre, se libran de la necesidad de la acción. Entonces la verdad llena el purificado corazón y se percibe la identidad con Dios.
Lo primero que debe hacer el hombre es desechar la idea de que obra él de por sí, pues todas las acciones tienen por esfera las “tres cualidades naturales” y no en modo alguno el alma.

Reconocido esto, ha de ejecutar con devoción todas sus acciones; esto es, sacrificarlas en aras del Supremo y no de su persona. Ha de ofrecer el sacrificio a sí mismo o sea a su Yo superior, que equivale a sacrificarlas a Ishvara. Todos sus actos y aspiraciones han de estar consagrados así mismo o al Todo. Aquí interviene la importancia del motivo. Porque si ejecuta valerosas hazañas o benéficas acciones o adquiere conocimientos para auxiliar a la humanidad, ya ello le mueve el único deseo de lograr la salvación, obrará en tales casos por su propio beneficio, y, en consecuencia, se ofrecerá sacrificios, a sí mismo.
Así es que ha de consagrarse internamente al Todo, reconociendo que él no es el actor sino tan sólo el testigo presencial de la acción.
Como quiera que reside en cuerpo mortal, le conturba la duda; y esto denota su ignorancia de algo, por lo que ha de disipar la duda con “la espada del conocimiento”, pues si sabe responder a una duda, de seguro la disipará. Toda duda proviene de la naturaleza inferior y nunca de la superior. Así es que, a medida que aumente su devoción, será mayor el conocimiento que adquiera de su naturaleza sátvica.
Porque se ha dicho: “El perfecto de la devoción (o que perseverare en su ejercicio) adquiere con el tiempo, espontáneamente, conocimiento espiritual.” y también se ha dicho: “El hombre de mente dubitativa no goza de este mundo ni del otro, ni logra bienaventuranza final.” Esta última frase rebate la idea de que si existe en nosotros el Yo superior, acabará por triunfar de la necesidad de conocimiento, aunque seamos indolentes y recelosos, y nos conducirá a la bienaventuranza final con la colectiva corriente de la humanidad.
La verdadera oración consiste en contemplar todas las cosas sagradas o aplicadas a los actos de la vida diaria, acompañadas del vehemente y cordial deseo de que sea más intensa su influencia para enaltecer y mejorar nuestra conducta, y que se nos conceda algún con cimiento de ellas. Todos estos pensamientos deben entretejerse con el conocimiento de la suprema y divina Esencia de que dimanaron todas las cosas.
La cultura espiritual se logra por medio de la concentración, que debe ejercitarse diariamente, utilizándola en todo momento. Se ha definido la meditación diciendo que es “el cese de todo activo pensamiento externo”. Concentración es el enfoque de todo nuestro ser en determinado objeto. Por ejemplo, madre abnegada es la que ante todo y sobre todo vela por los intereses de sus hijos en todos sus aspectos, no la que piensa durante un día entero en una sola modalidad de los intereses filiales.
El pensamiento tiene potencia reproductiva, y cuando la mente se posa en una idea, queda coloreada por ésta, y todas las demás ideas, asociadas con la principal, brotan entonces de la mente. Por esta razón el místico acaba por conocer todo objeto en el que constantemente piensa con detenida contemplación; y así dijo Krishna con mucho acierto: “Piensa constantemente en mí. Confía sólo en mí y con seguridad llegarás mí”.
La vida es el gran maestro. Es la gran manifestación del Ego, quien a su vez manifiesta al Supremo. De aquí que todos los métodos sean buenos y todos formen parte del sublime anhelo de la devoción, la cual, según el Bhagavad Gita, es “el éxito en las gestiones”.
Las facultades psíquicas, a medida que se vayan recibiendo, también deben emplearse porque nos revelan el conocimiento de algunas leyes; pero no hay que exagerar su valía ni tampoco desconocer sus riesgos. El que confía en sus facultades psíquicas es como quien se enorgullece y canta victoria por haber llegado a la primera estación de la cuesta que conduce a los picachos que se ha propuesto escalar.

VI

Es una ley eterna que el hombre no puede ser redimido por una potestad exterior a sí mismo. De ser esto posible, bastara con que hace muchísimo tiempo hubiera visitado la tierra un ángel que declarando verdades celestes y manifestando las facultades de la naturaleza espiritual, descubriese a la conciencia humana los mil hechos que ignoraba. (28)
El crimen lo mismo puede perpetrarse en pensamiento que en acción. Quien por cualquier causa odia a otro, que gusta vengarse y no perdona las injurias, está poseído del espíritu del homicidio, aunque no se dé cuenta de ello. Quien se doblega a falsas creencias y somete su conciencia a una institución humana, blasfema de su divino ser, y por lo tanto “invoca el nombre de Dios en vano aunque no preste juramento alguno.
Quien desea o simpatiza con los deleites sensuales, sea en el trato conyugal o fuera de él, es el verdadero adúltero. Quien no presta al prójimo los conocimientos, bondades y auxilios que prudentemente pudiera otorgarle, y vive para acumular riquezas materiales, es el verdadero ladrón. Quien difama, calumnia y rebaja el carácter de su prójimo en toda especie de falsedades, es también un ladrón y de la peor índole. (29)
Si los hombres fuesen buenos consigo mismos y benévolos con los demás, se operaría un formidable cambio en su estimación del valor de la vida y de las cosas se esta vida. (30)

EDUCACIÓN DEL PENSAMIENTO

Concentrad todas las fuerzas de vuestra alma en el empeño de cerrar las puertas de vuestra mente a todo pensamiento, sin permitir la entrada más que a los que prometan revelaros la irrealidad de los sentidos y de la vida corporal y la paz del mundo interior.
Reflexionad noche y día sobre la irrealidad de cuanto os rodea y de vuestra misma personalidad. Los malos pensamientos no son tan nocivos como los ociosos e indiferentes, porque de los malos pensamientos podemos guardarnos cuando nos determinemos a combatirlos y vencerlos. Esta determinación robustecerá vuestra voluntad. Los pensamientos ociosos e indiferentes distraen la atención y malgastan energía.
La primera y mayor ilusión que se ha de vencer es la identificación con el cuerpo físico. Pensad que este cuerpo no es más que una casa donde habéis de vivir temporalmente, y así no volveréis a ceder a sus tentaciones procurad también dominar las prevalecientes flaquezas de vuestro carácter, dirigiendo el pensamiento por el camino más a propósito para extinguir las pasiones.
Después de los primeros esfuerzos, sentiréis un indescriptible vacío y desconsuelo en vuestro corazón; pero no os amedrentéis por ello, sino considerad lo como el suave crepúsculo precursor del naciente sol de la felicidad espiritual La tristeza no es un mal.
No os quejéis, porque los que os parecen sufrimientos y obstáculos suelen ser en realidad los misteriosos esfuerzos de la naturaleza para ayudaros en vuestra obra si sabéis aprovecharlos. Considerad todas las circunstancias con la gratitud de un discípulo. (31)
Toda queja es una rebelión contra la ley de progreso. Lo que hay que evitar es el dolor que todavía no ha sobrevenido. El pasado no puede mudarse ni enmendarse. Lo perteneciente a las experiencias presentes no puede ni debe evitarse; pero sí han de evitarse las preocupaciones sobre imaginarias desgracias los temores acerca del porvenir, así como todo impulso o acción que puede causar presente o futuro dolor a nosotros o a los demás.(32)

VII
Nada más valioso para quienquiera que un excelso ideal hacia el que aspire de continuo ya él amolde sus pensamientos y emociones de suerte que regulen lo mejor posible su conducta. Si así se esfuerza para llegar a ser, más bien que a parecer como su ideal, no fracasará en el empeño de acercarse cada vez más a él. Sin embargo, habrá de luchar para este logro, y si su ideal es elevado y verdaderamente se encamina a alcanzarlo no se envanecerá, sino que, por el contrario, se humillará de su rectitud, pues al descubrir ante sí la posibilidad de mayor adelanto en planos todavía más elevados, no se engreirá de su progreso ni tampoco se entibiará su ardor.
Precisamente, el reconocimiento de las vastas posibilidades de la vida humana es nece­sario para disipar el tedio e invertir en celo la. apatía. Así la vida no es odiosa, sino aceptable, cuando comprendemos claramente su finalidad y estimamos sus espléndidas oportunidades.
El más recto y seguro camino para llegar a este elevado plano de conciencia es el ejercicio del altruismo, tanto en pensamiento como en acción. Estrecho es, en efecto el campo visual limitado a la personalidad, que mide todas las cosas con la vara del interés egoísta, porque en semejante limitación no es posible que el ego conciba elevados ideales ni se acerque a los planos superiores de existencia. Las condiciones de adelanto están dentro y no fuera, y por fortuna son independientes de las circunstancias y condiciones de la vida terrena. Por lo tanto, a todos se les depara la ocasión de ir escalando cumbre tras cumbre, y cooperar así con la naturaleza en el cumplimiento de la evidente finalidad de la vida. (33)
Si creemos que el objeto de la vida es la satisfacción y bienestar de la personalidad, y que el bienestar material confiere la suprema dicha, confundiremos lo inferior con lo superior y la ilusión con la verdad. Nuestra modalidad material es consecuencia de la constitución material de nuestros cuerpos. Somos “gusanos de la tierra” porque nuestras aspiraciones se arrastran por la tierra; pero si entráramos en un sendero de evolución donde fuésemos menos materiales y más etéreos, tomaría muy distinto cariz la civilización. Muchas cosas que ahora nos parecen indispensables y necesarias dejarían de serlo; y si pudiéramos transferir nuestra conciencia de un extremo a otro del globo con la velocidad del pensamiento, serían inútiles los actuales medios de comunicación.
Cuanto más profundamente nos hundimos en la materia, más medios de comodidad material necesitamos; pero el esencial y potente dios interno del hombre no es material ni depende de las restricciones peculiares de la materia.
¿Cuáles son las verdaderas necesidades de la vida? La respuesta está en relación con lo que cada cual crea necesario. Los ferrocarriles, los buques de vapor, la luz eléctrica, etc., nos son ahora necesarios; y sin embargo, millones de gentes han vivido largo tiempo felices sin conocerlos. Para uno serán necesarios una docena de palacios; para otro, un carruaje; para otro, una pipa o una botella de ron.
Pero todas las necesidades de esta índole. son ficticias, constituyen el estado en el que el hombre se encuentra satisfecho y le incitan a permanecer en él, sin desear algo superior, por lo que pueden ser estorbo más bien que impulso en su evolución. Si nos eleváramos a un estado más alto, en el que no se exigiese nada artificioso, todas las cosas ficticias dejarían de ser necesarios y no las desearíamos; pero la apetencia de placeres groseros, en los que tiene fijo su pensamiento, le impide al hombre entrar en la vida superior.(34) 

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