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viernes, 8 de agosto de 2014

ANNIE BESANT: BIOGRAFIA (Annie Besant) Por José Manuel Anacleto


BIOGRAFIA  (Annie Besant)
Por José Manuel Anacleto



 Aunque Annie Besant haya escrito, en algún lugar, que sólo quería como epitafio para sí misma el de que “ella procuró seguir la Verdad”, su figura es tan luminosa, que los más bellos adjetivos, los más inspirados epítetos le fueron consagrados por muchos de los que pudieron conocer su naturaleza impar. Entre tanto, para nosotros, la más expresiva de todas las imágenes se debe a Charles Blech, Secretario-General de la Sociedad Teosófica de Francia a principios de siglo: “El Alma de Diamante”, Annie Besant fue, sí, un alma de diamante – tan fuerte y tan delicada, tan bella y tan resistente, brillando intensamente en tantas facetas, como si fuera la exponente de cada uno de los Siete Rayos.

Infancia, Juventud y Matrimonio

 Annie Wood nació el 1 de Octubre de 1847 en Londres, pero su ascendencia tenía un fuerte componente irlandés, raíz que siempre le agradó. Sus abuelos por parte de la madre – mujer de gran sensibilidad – eran ambos irlandeses, así como también por el lado materno del padre – hombre de sólida cultura humanista, matemático y profesor de Francés, Alemán, Italiano, Español y Portugués.

 El padre de Annie murió días después de ella cumplir cinco años. Comenzó entonces una época difícil para la madre viuda, tanto del punto de vista emocional, como económico. Sin embargo a los ocho años, cuando (con su hermano Henry y su madre) fue a vivir para Harrow, a una antiquísima casa que se abría a un amplio jardín, de lujuriante arbolado, Annie vivió un periodo feliz. Ella escribió en su Autobiografía: “No había árbol al que no hubiese trepado, y uno de ellos, un frondoso laurel de Portugal, era mi lugar predilecto. Allí tenía mi cuarto y mi sitio, mi estudio y mi despensa. En ésta guardaba las frutas que podía coger libremente de los árboles y, en el estudio, permanecía horas sentada, con algunos de mis libros favoritos”.

   En aquel tiempo, la Sra. Marryat, hermana de un conocido escritor de la época, se ofreció para proveer a Annie de una educación esmerada. Tal fue aceptado, aunque implicase que Annie pasaría menos tiempo con la madre – una decisión bien difícil ya que, citando más una vez las palabras de nuestra heroína, refiriéndose a la madre, “mi amor por ella era idolatría, y el suyo por mí era devoción”. Apenas reuniéndose en los periodos de vacaciones, “el vínculo de amor entre nosotras dos fue tan tenaz que nada pudo romperlo”.

   La Sra. Marryat tenía alma de educadora, de lo que se beneficiaba un conjunto creciente de chicas y chicos (“yo jugaba a críquet y sabía trepar como el mejor de ellos”). Este último hecho era inusual en la época, como se sabe. Annie cuyo sentido de reverencia, respeto, gratitud y lealtad fueron exponenciales durante toda su vida, enalteció a aquella amiga: “Carezco de palabras para expresar lo que le debo, no solamente en conocimientos como, también, en amor por la sabiduría, que desde entonces vivió en mí como un constante estímulo para el estudio”.

   El tipo de educación que recibía, tanto de la madre como de la Sra., Marryat, acentuaron la natural religiosidad del carácter de Annie, para quien los sueños místicos, las visiones de hadas y duendes, el entusiasmo al leer las historias de los primitivos mártires cristianos – que soñaba vivir en ella misma –, la cita de los textos evangélicos, eran mucho más seductores que los quehaceres y los placeres de la vida terrena cotidiana. Su devoción religiosa de aquella época tenía el sello de arrebatamiento y de la generosidad que caracterizaron toda la vida de Annie – ella sólo sabía ser auténtica y seria, no importaban las circunstancias ni el campo de actividad.

   Tal condujo a que, a los 19 años, sin jamás haber tenido enamorados o haber pensado en eso seriamente – pues sus ideales habían sido “mi madre y el Cristo” –, se hizo novia del Reverendo Frank Besant, con quien se casó un año y tres meses después. Su futuro marido interpretó como interés amoroso una convivencia que, para Annie, no era nada más que la oportunidad de conversar sobre temas religiosos. Pillada de sorpresa cuando Frank le pidió en matrimonio, permaneció en silencio, envuelta en sentimientos de culpa por haber dado pie a tal situación; tales sentimientos, llevados al extremo, combinados con la esperanza de que, como “esposa de un pastor, mejor que de otras maneras, tendría oportunidad de practicar el bien”, la llevaron a vencer su “aversión al matrimonio” y a comprometerse. Ya novia, intentó romper el compromiso pero no fue más allá de la tentativa, para no dañar a su madre, que consideraba suprema deshonra si su hija faltaba a la palabra dada. Así, sin entusiasmo y sin preparación, se casó (o mejor, se dejó casar).  Liviandad e irresponsabilidad  – pensarán algunos; consecuencia de la diferente focalización de sus intereses (que la volvió menos sagaz y despierta para las “cosas comunes”) y de un escrúpulo, sentido de lealtad y de no hacer daño llevados al extremo – pensamos nosotros. Un amigo de Annie, comentó, a propósito, con extraordinaria exactitud: “Como ella no podía ser novia del cielo, se hizo novia del Señor Frank Besant, que difícilmente sería un sustituto adecuado”.

De hecho, no lo fue. La minuciosa aspereza de Frank suscitó en Annie Besant (A.B.) “primero, incrédula extrañeza, después un torrente de lágrimas de indignación y, pasado algún tiempo, una resistencia orgullosa, desafiadora, fría y rígida como el hierro. La desenvuelta jovencita, radiante, impulsiva, ardiente, entusiasta, se transformó –y muy rápidamente – en una grave, altiva y reticente mujer, que sepultaba bajo las profundidades del corazón todas sus esperanzas, temores y desilusiones”. Así, el único feliz resultado del matrimonio fueron dos hijos (un chico y una chica), unidos para siempre a Annie por un elevado amor, y partícipes, cuando fueron adultos, de las nobilísimas causas a las que se consagró. Todo lo demás, supuso un tormento para A.B.; especialmente las visitas sociales de señoras cuya conversación la “fastidiaban enormemente, y que eran tan indiferentes a todo lo que me llenaba la vida – teología, política, ciencia – como yo lo era a sus discusiones sobre el novio de sus empleadas y las extravagancias de sus cocineras”.

Las Crueles Dudas...

Rápidamente, mientras, crueles dudas en el ámbito religioso la torturaban hasta las fibras más íntimas. Damos de nuevo la palabra a la propia Annie Besant, que elocuentemente expresó cuanto eso puede significar: “Sólo por una imperiosa necesidad intelectual y moral, una mentalidad religiosa se siente arrastrada para la duda, porque ella representa una conmoción que hace zozobrar los fundamentos del alma y que hace vacilar todo: ninguna vida por debajo del vacío cielo, ninguna luz en la oscura noche, ninguna voz a romper el mortal silencio, ninguna mano que se extienda, salvadora. Los frívolos de cerebro vacío, que nunca intentaron pensar, que aceptan las creencias como aceptan las modas (...), en su superficial sensibilidad y aún más superficial mentalidad, no pueden ni por asomo imaginar la angustia que produce la mera penumbra del eclipse de la fe y, menos aún, el horror de la profunda oscuridad, en la que el alma huérfana grita en el vacío infinito...”.

   ¿Qué dudas eran esas, que le quitaban el sueño muchas noches y la propia voluntad de vivir? No eran las pequeñas superficialidades sociales con las que los llamados fieles (en verdad, y salvo raras excepciones, completamente ajenos a la verdadera vivencia religiosa, salvo en el sentido de, por precaución, hacer un seguro para el Cielo y su Protección Divina, adhiriéndose a la secta religiosa predominante en su medio) se ocupan una, dos, tres veces en la vida, o que los medios informativos realzan de los discursos papales o de otras autoridades eclesiásticas; tampoco eran preocupaciones con su salvación personal mas, sí, en lo esencial: ¿“Puede, acaso, haber un castigo eterno después de la muerte, como las Iglesias sostienen? Existiendo un Dios Bueno, ¿cómo puede crear la Humanidad, sabiendo previamente (presciencia divina) que la mayoría de los hombres sufriría para siempre las torturas del infierno? Existiendo un Dios equitativo, ¿cómo podía permitir la eternidad del pecado, de manera  que el mal fuese tan duradero como el bien? ¿Cómo explicar los puntos de semejanza entre religiones tan antiguas y el Cristianismo, si había sido educada en la convicción de que ésta era la única religión verdadera, siendo falsas todas las otras?

   Estos y otros problemas similares tocaban en puntos tan importantes y serios para Annie que (no encontrando respuesta satisfactoria, después de una exhaustiva búsqueda) le impidieron de seguir considerándose cristiana o siquiera, como el marido pretendía imponer, de participar en actos y ceremonias que presuponían que lo fuese. Delante de las más serias interrogaciones sobre el sentido de la Vida, ella no podía fingir, ni para sí misma ni para nadie. (Años más tarde al renunciar al materialismo, definió la exigencia que la verdad, fuese cual fuese, le suscitaba, diciendo:”...no me atrevo a comprar la paz con una mentira; una imperiosa necesidad me induce a decir la verdad tal como la veo, agraden o no mis palabras, reciba alabanzas o vituperios. Debo mantener inmaculada esa fidelidad a lo verdadero, mismo que me cueste amistades, mismo rompiendo lazos humanos. La verdad podrá conducirme a un desierto, podrá privarme de todo el amor – más debo seguirla. Aunque me quitase la vida, confiaría en ella”).

   Así, cuando el marido le dio a elegir entre dos únicas opciones, la sumisión al fingimiento o la separación, ésta fue inevitable, por muy incómoda, dura y hasta escandalosa que fuese en la época. Siendo difícil seguir la lucha por la supervivencia, bien más dolorosa fue la pérdida de la custodia de sus hijos, impuesta en tribunal por hombres llenos de prejuicios religiosos. La decisión se basó exclusivamente en las opciones filosóficas de Annie que, decían, no le permitirían ser una buena educadora. Sin embargo, al alcanzar la mayoría de edad y la libertad de elegir, ambos, los dos hijos se juntaron a la madre, a la que continuaron adorando con devoción y orgullo...

Trabajo Social y Político

   Después de la separación, con apenas 25 años de edad, Annie se dedicó más que nunca a las cuestiones religiosas que la atormentaban, amplió más y más su interés por la política y por la ciencia, amplió su cultura hasta niveles extraordinarios, lo que más tarde le permitió tratar con soltura cualquier cuestión que, mismo inesperadamente, se le presentase. Las personas se sorprendían al ver a aquella joven de rostro simultáneamente hermoso y grave, seria y austeramente concentrada en las más abstrusas lecturas.

   Su reflexión sobre las cuestiones religiosas la condujo hasta posiciones de agnosticismo (fue Vice-Presidenta de la Nacional Secular Society), tendió hacia el ateísmo pero con un sentido tan profundo y una concepción tan profunda de lo uno (una única y eterna substancia) oculto en lo múltiple, que una estrecha línea la separaba (temporalmente, como veremos) de un lúcido misticismo y de una visión hilozoísta del universo; sustentó una ética de riguroso altruismo y escrupulosa dignidad, basada en el deber de la corrección por la corrección y no, como ocurre en la postura religiosa común, con la esperanza de cualquier premio o el recelo de un posible castigo.

    Al mismo tiempo, se interesó activamente por las agudas cuestiones sociales de entonces – a cierta altura, llegando a ser una destacada militante socialista (“un socialismo de dar y no de coger”, como escribió en su libro “El Mundo de Mañana”), por los derechos de las mujeres, de lo que fue una verdadera campeona (asumiendo avanzadamente posiciones que sólo mucho más tarde se fueron generalizando) y, en general, por el reconocimiento de las libertades de expresión (en ese campo, mucho se debe a ella y a un puñado de compañeros de entonces). En todas estas causas se empeño con extraordinario ardor, intrépido coraje y notable talento oratorio y literario, habiendo convivido con hombres de la altura de Charles Bradlaugh (uno de los mayores amigos de toda su vida) y George Bernard Shaw (que por ella alimentó la más viva admiración).

   Así, en plena década de 1880, Annie Besant era una figura ampliamente reconocida y famosa, especialmente en Gran Bretaña. A la vez, por detrás de su carácter voluntarioso y del vigor de su inteligencia, existía un enorme corazón, lleno de ternura, que se expresaba a través de múltiples actividades filantrópicas, de una constante solicitud ante el dolor, de amistades vividas con amplio sentido de fraternidad, Simultáneamente, constataba la precariedad de sus concepciones materialistas, sea como explicación del Universo y de la Vida, sea como fuerza suficientemente congregadora y regeneradora de la Humanidad. De este modo, continuaba a reflexionar y a reflexionar y a buscar profundamente...

El Encuentro con la Teosofía y con H.P.B.

   A principios de 1889, una de sus actividades era la de periodista (en colaboración estrecha con el Sr. W.T. Sead, de convicciones cristianas, demostrando que hombres y mujeres de buena voluntad se pueden siempre entender en lo esencial). Fue en esa cualidad que, para hacer una crítica literaria, le llegaron a las manos los dos gruesos primeros volúmenes de la incomparable obra “La Doctrina Secreta” (con el subtítulo “Síntesis de la Ciencia, de la Religión y de la Filosofía”), de H.P.B. – Helena Petrovna Blavatsky.

   Annie Besant llevó los libros para casa y, al leerlos se quedó asombrada. Los velos se abrían. Allí estaban las ligaciones que preveía y buscaba, pero aún le faltaban, para acceder de la ciencia puramente materialista a la ciencia del espíritu, a la filosofía integral, a la divina sabiduría (”teo”+”sofía”). Le damos de nuevo la palabra: “¡Cómo me era familiar el asunto! ¡Cómo volaba mi mente, presintiendo las conclusiones! ¡Cuán natural me parecía el tema, cuán coherente, sutil e inteligible!”. Estaba maravillada, ofuscada por la luz que me mostraba tantas partes de un grande todo y resolvía todas mis dificultades, enigmas y problemas”.
   Redactó la crítica, naturalmente brillante y entusiasmada, y escribió a Helena Blavatsky, pidiéndole permiso para visitarle. La respuesta fue afirmativa y H.P.B., la recibió con un vehemente apretón de manos, exclamando: “¡Oh querida Señora! Besant! Hace tanto tiempo que deseaba conocerla”. Este primer encuentro causó una fuerte impresión en Annie, que poco tiempo después repitió la visita, informándose mejor sobre como ingresar en la Sociedad Teosófica (ST). H.P.B. le miró penetrantemente y le dio un documento, con cerca de 4 años, de la Society for Psychical Research (SPR), pidiéndole que lo leyera antes de decidirse. (Viene a propósito referir que ese famoso relato elaborado por una única persona, retrataba a H.P.B. como una fraudulenta impostora. Escrito con el más puro sectarismo, aún hoy es mencionado en la generalidad de los libros y enciclopedias de la “cultura oficial” sobre H.P.B. y la ST. No obstante, fue la propia SPR que reconoció, a través de muchos de sus miembros –algunos, adhirieron incluso a la ST – y, más tarde, pública y expresamente como institución, el carácter tendencioso, parcial, sin fundamento y sin razón de ese relato – pero esta reposición de la verdad es omitida en los mismos libros y enciclopedias. ¡Así se pisotean reputaciones!...).

   Annie leyó el relato y rápidamente confirmó su futilidad. Además, “¿cómo podía yo aceptar todo aquello frente a la naturaleza franca, leal, valiente de la que percibiera tan sólo un vislumbre? ¿Frente a la altiva y ardiente sinceridad que resplandecía en aquellos ojos honrados e impávidos, llenos de infantil nobleza?”

   De este modo, luego al día siguiente, formuló el pedido de ingreso en la Soc. Teosófica. Después de recibir la respuesta positiva, se dirigió a casa de H.P.B.. He aquí el relato de esa visita, por la pluma de A. Besant:

   “Encontré a H.P.Blavatsky sola, me aproximé a ella, me incliné y le besé sin decir una palabra, – ‘¿Usted ingresó en la Sociedad?’ – Sí – ¿Leyó el relato?’ – Sí – ?¿Y entonces?’ Caí de rodillas, apreté sus manos entre las mías y, mirándole a los ojos le respondí: – ‘¿Quiere aceptarme como discípula y darme la hora de proclamarle al mundo como mi instructora?’ Su austero semblante se modificó e irreprimibles lágrimas le llenaron los ojos, después, con una dignidad más que regia,   colocó su mano sobre mi cabeza, diciendo: ¡Qué noble  mujer es usted! ¿Qué el Maestro le bendiga!

   De hecho, en los años siguientes, y a lo largo de los restantes 44 años y medio de su vida, Annie Besant no perdió oportunidad de defender a su gran Amiga (a la que comprendió más íntima y profundamente que nadie), de dar a conocer al mundo su obra, de poner de relieve su inmensa Sabiduría y nobilísima estirpe. Lo hizo de modo sereno, inequívoco, entusiasta – con el extraño sentido de gratitud y honradez que siempre le caracterizó. Es un dato muy curioso y simbólico que el contenido del primer libro de Annie Besant editado después de haber asumido la Presidencia de la Sociedad Teosófica (“H.P.Blavatsky y los Maestros de Sabiduría”) sea justamente una vigorosa defensa de H.P.B..

   En este artículo, sin embargo, interesa especialmente realzar que también H.P.B., se refirió de forma repetida – y altamente elogiosa y enfática – al cariño, atracción y admiración que A.B. le despertó. Citamos algunas palabras escritas por el propio puño de Helena Blavatsky: “Mi amiga y colega, Annie Besant, que es hoy mi brazo derecho”; “Los discursos fueron dados por Sinnett y otros pero, no es necesario decir, nadie habló tan bien como Annie Besant. ¡Oh, Cielos, cómo habla esta mujer! Espero que usted pueda oírla”; “Qué mujer de gran corazón, noble y maravillosa es ella!”; Y sintetizando todo en una frase, así definió H.P.B. a Annie Besant: “única, incomparable”.

   De esta forma, habiendo convivido con ella sólo dos años (bastante menos que con otros compañeros de trabajo), Helena transmitió a Annie el liderazgo espiritual, del núcleo más interno, de la Sociedad Teosófica (permaneciendo el Coronel Olcott como su Presidente) e hizo constar claramente su voluntad, antes de desencarnar, en Mayo de 1891 (aunque ya lo pensara interiormente desde pocos meses después al primer encuentro con Annie Besant; ver, en relación a esto el Cap. 28 del libro “When Daylight Comes”, de Howard Murphet, cit.).

   También, además, el Coronel Olcott llegó a expresar su extrema e inalterable admiración  por Annabay. Tres o cuatro (entre muchos) pasajes de su libro “Old Diary Leaves” son suficientes para ilustrarlo: “Ella es, en verdad, el agente escogido para hacer fructificar las simientes que fueron lanzadas por H.P.B. y por mí durante los anteriores quince años"; "Nunca encontré una mujer más consistentemente religiosa que ella, ni cuya vida haya sido un auto-sacrificio más alegre. Mis bendiciones estarán con ella, donde quiera que vaya”; (comentando un viaje por la India, en el que acompañó a Annie Besant cuando ésta iba a dar una serie de conferencias) “recuerdo la más espléndida serie de discursos que oí en toda mi vida, y la íntima fraternidad con una de las mujeres más puras, más altamente inteligentes y más elevadas en términos intelectuales y espirituales de su generación o de cualquier otra época histórica de la que yo tenga conocimiento”; “Puedo conscientemente afirmar que en toda mi vida nunca encontré una mujer más noble, altruista e íntegra ni cuyo corazón estuviese lleno de un amor mayor por la humanidad”.

La Mejor Oradora del Mundo.

   En el campo teosófico, Annie Besant pudo encontrar la posibilidad de conciliar su naturaleza mística con una sólida filosofía, la ciencia de las cosas físicas con la ciencia de los mundo suprafísicos, la libertad del pensamiento y de expresión con una rigurosa noción de ética, de deber y de amplia filantropía; llegó a una base sólida y potenciadora de la fraternidad universal, pudo, en fin, identificarse con una concepción de lo Divino destituida de los habituales antropomorfismos, se encontró con que existe una Sabiduría Perenne, una Ciencia Universal, una Religión –Sabiduría de la que proceden todas las grandes escuelas filosóficas espiritualistas y todas las grandes religiones, sin que (por eso) la verdad de una excluya la verdad de las otras.

   De ese modo, A.B. se entregó al nuevo trabajo, que abrazó con toda la fuerza del alma, con una generosidad que jamás midió sacrificios, con un ánimo inquebrantable de luchadora, entretejido en una espontánea afectividad, en una amplia cultura y en un genio literario y oratorio que rápidamente hicieron de ella la más celebrada figura de la Sociedad Teosófica. Representó, de esta forma, una fuente de prestigio, de brillo y de solidez para la ST, contribuyendo más que nadie para su rápido crecimiento en número de miembros y en pujanza en el mundo.

   Poco tiempo (tres meses) después de su adhesión, ofrecía su casa para ser la sede de la ST de Inglaterra, ya que era imposible seguir pagando la anterior localización. Su contribución para el crecimiento de la biblioteca de la sede mundial de la ST en Adyar (un importante centro de estudio no sólo para teósofos sino también para innumerables estudiosos y eruditos) fue igualmente relevante en los años que siguieron.
   Escribió innumerables obras (¡hay más de cuatro centenares de libros y opúsculos de su autoría!), en las cuales desdobló y presentó de manera más simple y clara los profundos conceptos de la “Doctrina Secreta”, además de los que eran producto de su propia investigación y del estudio (comparado) de las fuentes tradicionales. Algunos de sus libros – por ejemplo, “La Antigua Sabiduría”, “Un Estudio sobre la Consciencia”, “El Cristianismo Esotérico”, “El Mundo de Mañana”, “Evolución de la Vida y de la Forma”, “La Genealogía del Hombre”, “Siete Grandes Religiones” (los dos últimos, reproducen una serie de conferencias) – pueden considerarse verdaderos tesoros, siendo los demás de gran interés y utilidad.

   Fue, no obstante, como conferenciante que su trabajo alcanzó mayor brillo y fulgor. Tal había sido anticipado por H.P.B. cuando, confirmando una importante experiencia espiritual de Annie (en Fontainebleau, en el verano de 1889), señaló que su trabajo principal sería “La Magia del Verbo”. Se cuentan por millares las conferencias que Annie Besant dio, llegando a disertar tres en el mismo día. Por ejemplo, en los 50 días entre el 16 de Noviembre de 1893 y el 7 de Enero de 1894, en la India, dio un total de 48 conferencias. Hablaba invariablemente improvisando y con un  pequeño tiempo de preparación de los temas. El magnetismo, el encanto y la autoridad que de ella emanaban, la fluencia rítmica de los discursos y la fuerza de las imágenes, el encadenamiento de las ideas y la solidez de los argumentos la consagraban como “la más brillante conferenciante de Inglaterra”, “la mejor oradora de su época” (Bernard Shaw) y, según muchos testimonios, “la mejor oradora del mundo” (esta última expresión, se encuentra, por ejemplo, en un libro de M. Lutyens, fundamentalmente hostil a la ST y despreciativo en relación a A.B.), El dramaturgo y novelista Enid Bagnold comentó en relación a una conferencia de Annie Besant en el Queen´s Hall de Londres (1912): “Cuando ella subió a la plataforma para hablar, estaba  radiante. Su autoridad llegaba a todos los lados”.

   Sus discursos culminaban casi siempre en un torrente de aplausos, que llegaban a prolongarse durante diez minutos – en una conferencia en la Sorbonne, en 1910, continuaron prolongadamente ya fuera de la sala. Su primera serie de conferencias en la India (en 1893/94)  fue un éxito tan grande que, rodeada de multitudes, llegó a tener que hablar sobre pequeñas plataformas, del diámetro de un sombrero, en precario equilibrio – e, a medida que su prestigio crecía, casi no podía andar por las calles, entre las personas que le querían ver, tocar, expresar su admiración y gratitud. Hablando para 5.000 personas, sin medios de amplificación, era tal la penetración de su voz y de tal manera impresionante y casi sagrado el silencio de los oyentes, que podía ser oída por todos, incluso cuando bajaba el tono para algún pasaje más íntimo y sensible. En 1900, en París, fue tan grande su triunfo al disertar en un congreso que, después de acabar, y cuando volvía a su lugar, caminó decenas y decenas de metros bajo el clamor entusiasmado de la asistencia, que le cubría de flores tiradas a su paso –cosa jamás allí vista. Estos hechos eran aún más notables en cuanto que en ella no había nada de teatralidad o de apelo al culto de la personalidad – por el contrario, innumerables veces lo recusó expresamente.

Por Todos Los Medios

   Fue, por tanto, con absoluta naturalidad que, en 1907, después de la muerte del Coronel Olcott, quedó electa como Presidenta de la Sociedad Teosófica – de acuerdo, además, a la voluntad que su antecesor manifestara –, cargo que ejerció durante 26 años.

   La pujanza que la ST había alcanzado y el admirable genio y capacidad de organización y liderazgo de Annie Besant, conjuntamente con el conocimiento de ciertos riesgos pero, también, de ciertas oportunidades cíclicas – imposibles de exponer en este artículo, por razones de espacio – hicieron que surgiera la esperanza de poder inducir una gran mutación en los valores dominantes en el mundo (tan caracterizado por la ignorancia, por la superficialidad, por el sectarismo y por el odio, de los que los grandes horrores de este siglo XX son ejemplos evidentes), substituyéndolos por la cultura superior del espíritu, por la fraternidad de todos los pueblos, por la síntesis del Poder, del Amor y de la Sabiduría, por la acción concertada de la labor política, científica, filosófica, artística, pedagógica y filantrópica, unida por un revigorizamiento religioso, en su sentido universal e inclusivo.

   Así, llena de energía y de sensibilidad por el sufrimiento ajeno, A.B. trabajó intensamente en todos estos sectores y apeló al trabajo, a la generosidad y a la congregación de esfuerzos de todos los que podían contribuir para la construcción de un mundo mejor. Su trabajo, a partir de la Soc. Teosófica, se multiplicó en tantas facetas e instituciones vocacionadas para el servicio a la causa de la evolución de la Humanidad, que sería exhaustivo enumerarlas. Sintió, entre tanto, que era necesario una figura de referencia que pudiese dar un nuevo impulso a la espiritualidad humana, conjugando las fuerzas de regeneración, y (juntamente con C.W. Leadbeater) creyó haberla encontrado en un joven hindú, de apenas trece años: J. Krishnamurti. Éste llegó, efectivamente, a ser un hombre excepcional, uno de las más reconocidos pensadores del Siglo XX, aunque optase por caminos algo diferentes a los seguidos  por la gran protectora de su juventud y (a nuestro entender meramente personal, aunque con mucha convicción) haya mostrado tan poca gratitud para quien fue capaz de reconocerlo contra toda evidencia formal (a los trece años, era considerado muy poco inteligente, por sus profesores y por todos cuantos le conocían), le sacó de la miseria, le rodeó de cariño, le educó primorosamente, le proyectó para la notoriedad mundial y aún supo tener fraternidad y cariño cuando esa misma notoriedad fue usada contra aquellos que la habían propiciado... No resistimos la tentación de pensar lo que podría haber acontecido si las cosas hubiesen sido de manera diferente, sea por parte de Krishnamurti, sea por parte de algunos de los miembros de la ST menos sensatos y lúcidos. En verdad, en la vedad, el problema tal vez fuese este : Annie Besant, había sólo una...

La India Bien-Amada

   Aunque continuaba a viajar por todo el mundo, transportando su entusiasmo, sus siempre nuevas iniciativas, su palabra inspirada y alentadora, fue en la India que, a partir de 1893, Annie encontró su hogar. Fueron verdaderamente impresionantes su dedicación para el renacimiento de la cultura y de la espiritualidad hindú, su amor por las gentes entre las que eligió vivir, su constante atención a los problemas contemporáneos y a las perspectivas futuras de la vieja Âriavarta. Ella fue una valiente anticolonialista avant la lettre, con la singular peculiaridad de ser nativa del país colonizador. Dirigiéndose a los pueblos occidentales, en un texto significativo, escribió en algún sitio: “La India tiene mucho para ofreceros en el dominio religioso. Os puede dar una religión científica, cosa que mal siquiera podéis imaginar. Aquí (en Occidente), la religión, frecuentemente, no es más que una creencia ciega o un delirio emocional. En la India, la religión es intelectual y científica. La psicología hindú hace parte de la religión. La India comprende el mental y el espíritu, y sabe como pueden ser desenvueltos y entrenados. En lo que Oriente y Occidente, en cuanto a eso, difieren, es que la ciencia occidental está limitada al mundo físico en cuanto la India es científica en su religión y conduce la ciencia en el dominio de la psicología, preferentemente al dominio físico “(L´Avenir Eminent, 1916, Editions Théosophiques, París). Es digno de notar la anterioridad con que esto fue proclamado en relación al gran interés que muchas eminentes figuras de la ciencia, desde hace 30/35 años, vienen demostrando por la espiritualidad oriental.

   No debemos omitir la gratitud y la justicia a quien la merece: tal vez aún hoy (los que no tenemos el estúpido complejo de superioridad de nuestra deshumana y, tantas veces, brutal y tiránica civilización euro-americana) no nos hubiésemos dado cuenta de los tesoros de la vieja y profunda filosofía y psicología oriental, si no fuese por la  pionera determinación de Helena Blavatsky, Henry Olcott, Annie Besant...

   Todo occidental medianamente informado conoce la figura de Gandhi; sin embargo, la cultura oficial continúa a silenciar que él sólo fue consciente del valor de su India (que, hasta entonces, consideraba vergonzosa) por la influencia de los teósofos y, especialmente, de H.P.B. y de A.B. Por lo demás, fue Annie Besant que le preparó el camino y propició la ocasión para que fuese conocido, dándole la palabra en la memorable inauguración de la Universidad de Benarés (la primera que existió en la India), creada bajo el impulso de la Soc. Teosófica, en una ceremonia a la que asistió el propio Vice-Rey y varias otras figuras prominentes...

   Es difícil imaginar la magnitud de la obra educativa realizada por la ST en Oriente, especialmente por iniciativa del Cor. Olcott y de Annie Besant – centenas y centenas de escuelas fueron creadas bajo su auspicio. En el caso de Annie, manifestó una especial preocupación por la mujer india, incentivando y promoviendo su educación (algo singular cien años atrás). Al mismo tiempo, transportaba en su corazón un permanente cariño por la preservación de los mejores valores de la India y por el (re)florecimiento de su cultura, filosofía y religión. Uno de sus trabajos más notables fue la elaboración de un libro de texto (“Advanced Textbook of Hinduism”) cuyos principios filosóficos y éticos acabaron por ser aceptados por los representantes de innumerables corrientes religiosas del hinduismo – un hermoso ejemplo, de verdad.

   Su intervención en asuntos políticos de la India (entonces aún englobada en el Imperio Británico) fue tan determinante que ella – una inglesa – fue elegida Presidenta del Congreso Nacional Hindú. Creó y dirigió varios periódicos, donde sustentaba ideas de autonomía y denunciaba los abusos y violencias de los británicos, simultáneamente luchando por la amistad entre los dos pueblos. Este equilibrio le granjeó no sólo el inmenso cariño y respeto de los hindúes – en muchas casas, existían retratos de Annie Besant al lado de representaciones de los Rishis, Avatares y divinidades del hinduismo – como también de los más sensatos entre los ingleses. Uno de ellos, Lord Haldane, Ministro de Justicia y, más tarde, Primer-Ministro, le consideró “el mejor estadista que jamás conocí”. Algunas veces, sin embargo, las autoridades inglesas se molestaron con su actividad y se le fijó residencia forzada (lo que, según testimonio de un amigo, la hizo estar como “un león enjaulado” sufriendo con el servicio que no podía prestar). En el transcurso de una ola de protestas, fue liberada y su regreso fue así descrito, con rigor, por George Arundale : “...una apoteosis imposible de imaginarse. Una multitud inmensa se amontonaba a su paso, formando un cortejo cada vez más imponente. Aclamada por las masas, cruzó poblados y aldeas engalanadas como si se tratase del descenso de una diosa. Flores adornaban los caminos que sus pies habrían de pisar; en Bombay, ruedas de objetos preciosos balanceaban desde las casas y finas perlas se lanzaban a su paso. Fue una continua ovación, la expresión de la entusiasmada gratitud por la fiel amiga de la India. En Adyar, su llegada fue digna de una epopeya”.

   Así, Annie Besant es una referencia ineludible de la historia de la India. Ese hecho es plenamente reconocido por Gandhi, Nerhu y otros líderes indios (ójala, sin embargo, hubiese sido mejor comprendida). A cierta altura, Besant y Gandhi divergieron políticamente, lo que nunca puso en causa una mutua admiración. En el 1º centenario del nacimiento de A.B., él dijo: “Cuando la Sra. Besant vino a la India y cautivó a todo el país, entré en íntimo contacto con ella y, aunque tuviéramos diferencias políticas, mi veneración por ella no se enfrió nada. Espero, pues, que las celebraciones sean dignas de esa gran mujer”. Al contrario de M. Gandhi, Annie preconizaba una transición más gradual y menos populista, daba prioridad a una verdadera reeducación de los hindúes (que despertase su antiguo esplendor) y apostaba en el debilitamiento de las tensiones internas, sintetizando todo en la paráfrasis: “¡De qué le valdría a la India conquistar el mundo, si perdiese su alma!”. El futuro mostró que ella tenía razón...

Una Autoridad Natural

   Annie nunca tuvo miedo de enfrentar al mundo para exponer sus ideas, siempre más amplias. Era una verdadera fuerza, hablando, escribiendo y actuando con un saber hacer tan primoroso, que constituía una autoridad natural, llena de afectuoso encanto y, no obstante, de sobria y elegante altivez – nunca soberbia – delante de la limitada mentalidad común. Como invariablemente acontece con todos los grandes pioneros de la evolución humana, sufrió varios sinsabores y muchos ataques – pero siempre por la calumnia y por la astucia, jamás con valentía y frontalidad. Mismo las disputas entre terceros (sus colegas de trabajo) se aplacaban “por respeto a Mrs. Besant”, “por consideración a Mrs. Besant” o simplemente se desvanecían delante de su presencia tan digna y poderosa. Eso sólo dejo de ser así cuando, en el crepúsculo de su existencia, su corazón de león se despedazó y cayó enferma.

La Ardiente Peregrina

   Alguien escribió un libro sobre Annie Besant con el título “The Passionate Pilgrim”. Eso fue ella –una ardiente peregrina, una apasionada guerrera que jamás se permitió dejar que se perdiese el estandarte que se le confiara. Usando una expresión popular, de ella se puede decir que “ trabajaba en serio”. Su ritmo de trabajo era impresionante: cerca de 15 horas por día, incluso con 80 años. Qué grande, qué extraordinario ejemplo de quien, no obstante, tenía una vida interior tan rica y preciosa! Para nosotros, Annie Besant representa el poder y la inspiración de un mar inmenso de estandartes de todos los colores, inscritos con los más bellos símbolos de la creatividad humana.

   El final de su vida quedó oscurecido por el dolor de ver – justamente cuando la fuerzas, al fin, le comenzaron a escasear – como algunos de aquellos en quienes más depositara su amor y su esperanza abocaron en actitudes insensatas, de extremos opuestos (y, por eso, conflictivas). En 1931, cerca de los 84 años, como resultado de una caída, se debilitó hasta el punto de tener que pasar gran parte del tiempo en la cama. Reunió todas las fuerzas que le quedaban para la Convención Teosófica del final de 1932 y, a partir de ahí, su fuerza vital fue abstrayéndose, hasta fallecer, el 20 de Septiembre de 1933 (homenajeada en los días siguientes por decenas de millares de personas), con casi 86 años de una existencia consagrada a estudiar, amar y servir. A su lado estaban dos de los compañeros que, a pesar de todo, mejor pudieron compartir su labor y sus anhelos :C.W.Leadbeater y (cogiéndole la mano) C. Jinarajadasa, que sería Presidente de la Soc. Teosófica entre 1946 y 1953. En el órgano oficial de esta institución (“The Theosophist”), en el número de Octubre de 1933, finalizó el anuncio de la muerte de Annie Besant con estas palabras:

   “¡Vuelve en breve, oh combatiente, y dirígenos una vez más!”



miércoles, 6 de agosto de 2014

NUMEROLOGÍA: EL NÚMERO SIETE, ARTÍCULO DE HELENA PETROVNA BLAVATSKY [The Theosophist, Vol. I, Nº 9, Junio, 1880, págs. 232-233]



EL NÚMERO SIETE,  ARTÍCULO DE HELENA PETROVNA BLAVATSKY
[The Theosophist, Vol. I, Nº 9, Junio, 1880, págs. 232-233]



Un significado profundo se vinculaba a los números en la remota antigüedad. No existía ninguna persona relacionada a algo como la filosofía, pero daban gran importancia a los números en lo relacionado a las observancias religiosas, al establecimiento de días festivos, símbolos, dogmas e incluso a la distribución geográfica de los imperios. El misterioso sistema numérico de Pitágoras no fue una novedad cuando apareció, mucho antes del 600 a.c. El significado oculto de las cifras y sus combinaciones formó parte en las meditaciones de los sabios de todos los pueblos; y no está lejos el día en que el actual el escéptico y descreído occidente, impulsado por la eterna rotación cíclica de los eventos, deba admitir que en esa regular periodicidad de eventos siempre recurrentes, existe algo más que una mera y simple casualidad. Nuestros sabios occidentales ya han comenzado a notarlo. En los últimos tiempos han aguzado sus oídos y han comenzado a especular sobre círculos, números y todo aquello que por mucho tiempo habían relegado al olvido en viejos receptáculos/compartimientos estancos de la memoria, para no ser desbloqueados jamás, excepto para reírse ante la grosera e idiota superstición de nuestros antepasados no científicos.

Como una de ésas novedades, el viejo y prosaico diario alemán Die Gegenwart tiene un serio y aprendido artículo sobre «el significado del número siete» presentado a sus lectores como un «Ensayo histórico-cultural». Quizá tengamos algo que agregar luego de citar algunos pasajes del texto. El autor dice:

El número siete era considerado sagrado, no solamente por todas las naciones cultas de la antigüedad y de oriente, sino que también fue considerado con gran reverencia por las posteriores naciones de occidente. El origen astronómico de este número fue establecido sin ninguna duda. El hombre sintiéndose desde tiempos inmemoriales dependiente de los poderes celestiales sometió la tierra al cielo, siempre y en todo lugar. La más grande y brillante de las luminarias se transformó, por lo tanto, a sus ojos en el poder más alto e importante, esos planetas eran los que la antigüedad toda numeró como siete. Con el correr del tiempo éstos fueron transformados en siete deidades. Los Egipcios tenían siete dioses originales y superiores; los Fenicios siete kabiris; los Persas, siete caballos sagrados de Mitra; los Parsis, siete ángeles que se oponían a siete demonios y siete moradas celestiales paralelos a siete regiones más bajas. Para representar más claramente ésta idea en su forma concreta, los siete dioses eran generalmente representados como una deidad con siete cabezas. Todo el cielo estaba sujeto a los siete planetas; por lo tanto en casi todos los sistemas religiosos encontramos siete cielos.

La creencia en sapta lokas de la religión brahmánica se mantuvo fiel a la filosofía arcaica; y –¿quién sabe?– pero la idea en sí misma fue originada en Aryavarta, la cuna de todas las filosofías y madre de todas las religiones subsiguientes. Si el dogma Egipcio de la metempsicósis o la tansmigración de las almas enseñaba que habían siete estados de purificación y progresiva perfección, es también cierto que los Budistas tomaron de los arios de India y no de Egipto, su idea de los siete niveles de desarrollo progresivo del alma desencarnada, alegorizada en siete pisos y sombrillas, que disminuyen gradualmente hacia la parte más alta de sus pagodas.
En la misteriosa adoración de Mitra había «siete puertas», siete altares, siete misterios. Los sacerdotes de muchas naciones de Oriente estaban subdivididos en siete grados; siete pasos llevaban a los altares y en los templos se quemaban velas en candelabros de siete brazos. Muchas Logias Masónicas usan hasta el día de hoy siete y catorce pasos.

Las siete esferas planetarias sirven como modelo a divisiones estatales y organizaciones. China fue dividida en siete provincias; la antigua Persia en siete satrapías. De acuerdo con la leyenda Árabe siete ángeles enfriaron el sol con hielo y nieve por temor a que redujeran a la tierra en cenizas; y siete mil ángeles giraban el sol y lo ponían en movimiento cada mañana. Los dos mayores ríos del Este –el Ganges y el Nilo– tienen ambos siete bocas. El Este tenía en la antigüedad siete ríos principales (el Nilo, el Tigris, el Eufratres, el Oxus, el Jaxartes, el Arax y el Indus); siete famosos tesoros; siete ciudades llenas de oro; siete maravillas del mundo, etc. De igual manera el número siete juega un papel prominente en la arquitectura de templos y palacios. La famosa pagoda de Chiringham se encuentra rodeada por siete paredes cuadradas pintadas de siete colores diferentes y en el centro de cada pared hay una pirámide de siete pisos; igual al templo de Borsippa en los días antediluvianos, actualmente el Birs-Nimrud, tiene siete etapas, simbolizando los siete círculos concéntricos de las siete esferas, cada uno construido en ladrillos y metales con el color correspondiente a los planetas regentes tipificados en la esfera.

Nos dicen que todas éstas son las «remanencias del paganismo»–trazas «de  las supersticiones de la antigüedad, que como los búhos y murciélagos en una oscura cueva subterránea, se fueron antes de la gloriosa luz de la cristiandad para no retornar» –una declaración fácil de refutar. El autor del artículo en cuestión ha recolectado cientos de casos para mostrar que no sólo los cristianos de la antigüedad e incluso los cristianos actuales, han preservado el número siete, y como siempre ha sido tan sagrado podrían encontrarse cientos de casos, en realidad. Los antiguos Romanos paganos comenzaron con los cálculos astronómicos y religiosos dividiendo la semana en siete días y celebrando el séptimo día como el más sagrado, el sol ó día del Sol (Sunday) de Júpiter y por el cual todas las naciones cristianas –especialmente las protestantes– hacen puja. Y si por alguna razón nos responden que no es por los paganos Romanos que lo tenemos sino por los monoteístas Judíos, entonces por qué no es el día sábado o el verdadero «Sabbath» el que se observa en vez del domingo(Sunday) o día del Sol?

Si en el Ramâyana se mencionan siete yardas en las residencias de los reyes Indios y siete puertas que generalmente conducen a los famosos templos y ciudades de la antigüedad, entonces ¿por qué en el siglo décimo de la era Cristiana los Frieslanders adherirían al número siete dividiendo sus provincias e insistían en pagar siete «pfennigs» de contribución? El Sagrado Imperio Romano y Cristiano tenía siete Kurfürsts o electores. Los húngaros emigraban bajo el liderazgo de siete duques y fundaron siete ciudades llamada actualmente Semigradye (ahora Transylvania). La Roma pagana fue construida sobre siete colinas, Constantinopla te- nía siete nombres Bizancio, Antonia, Nueva Roma, la ciudad de Constantino, El Separador de las Partes del Mundo, El Tesoro de Islam, Estambul –llamada también La Ciudad de las Siete Colinas y La Ciudad de Siete Torres adjuntándose a las otras. Con los musulmanes «fue sitiada siete veces y tomada luego de siete semanas por los siete sultanes de Osman». En las ideas de la gente de oriente las siete esferas planetarias son representadas por los siete anillos llevados por las mujeres en siete partes del cuerpo –cabeza, cuello, manos, pies, orejas, nariz y alrededor de la cintura– y éstos siete anillos o aros son presentados por los pretendientes orientales a sus novias; la belleza de las mujeres consistían en las canciones Persas de los siete encantos.

Los siete planetas manteniéndose siempre a igual distancia el uno del otro y rotando al mismo paso, dan por lo tanto, con éste movimiento, la idea de la eterna armonía del universo. A éste respecto el número siete se convierte en especialmente sagrado en relación a ellos y mantiene esta importancia para los astrólogos. Los pitagóricos consideraban el número siete como la imagen y el modelo del orden divino y la armonía en la naturaleza. Era el número que contiene dos veces el número tres o «la tríada», al cual el «uno» o la mónada divina es agregada: 3+1+3. Como la armonía en los sonidos de la naturaleza en el teclado del espacio entre los siete planetas, así la armonía de los sonidos audibles tiene lugar en un plan más pequeño dentro de la escala musical de los siempre recurrentes siete tonos. Por lo tanto, siete tubos en la siringa del Dios Pan (o Naturaleza), su disminución gradual de la proporción de la forma representando la distancia entre los planetas y entre ésta última y la tierra –y las siete cuerdas de la lira de Apolo. Consistiendo en la unión entre el número tres (símbolo de la divina tríada con todos y cada persona, ya sea cristianos como paganos) y el cuatro  (símbolo de las fuer- zas cósmicas o elementos), el número siete hace notar la unión simbólica de la deidad con el universo; esta idea pitagórica era aplicada por los Cristianos especialmente durante la Edad Media –los cuales usaron abundantemente el número siete en los simbolismos de sus arquitecturas sagradas. Así, por ejemplo, la famosa catedral de Colonia y la iglesia dominicana de Regensburg, exhibían éste número en los detalles arquitectónicos más pequeños.

No menos importancia tiene este número mítico en el mundo intelectual y filosófico. Grecia tenía siete sabios, los Cristianos de la Edad Media siete artes libres (gramática, retórica, dialéctica, aritmética, geometría, música y astronomía). El Sheikh-ul-Islam  Mahometano denominaba, por cada reunión importante, siete «ulemas«. En la Edad Media se debía tomar juramento delante a siete testigos, y el que estaba jurando era rociado siete veces con sangre. Las procesiones pasaban siete veces alrededor de los templos y los devotos debían arrodillarse siete veces antes hacer una reverencia. Los peregrinos Mahometanos a su llegada giran alrededor de la Kaaba siete veces. Los recipientes sagrados se hacían en oro y plata purificada siete veces. Las localidades de los antiguos tribunales alemanes se designaban por siete árboles debajo de los cuales se ponían siete jueces, los cuales requerían siete testigos. El criminal era amenazado con ser castigado siete veces y se requería ser purificado siete veces, ya que una recompensa siete veces mayor se prometía a los virtuosos. Todo el mundo sabe la gran importancia que se da en occidente al séptimo hijo varón de un séptimo hijo varón. Todos los personajes míticos son generalmente dotados de siete hijos varones. En Alemania, el rey y actualmente el emperador, no se pueden negar a salir de padrino del séptimo hijo varón, aunque éste sea un mendigo. En Oriente, al compensar una pelea o firmar un tratado de paz, los gobernantes intercambian siete o cuarenta y nueve (7x7) regalos.

Si se intentara citar todas las cosas que incluye éste místico número siete se necesitaría una biblioteca. Culminaremos citando algunos más en el área demoníaca. Según autoridades en la materia –el clero Cristiano de la antigüedad– un pacto con el demonio debía contener siete párrafos, se concluía en siete años y era firmado siete veces por el contratante; todas las bebidas mágicas preparadas con la ayuda del enemigo del hombre, consistían en siete hierbas; el premio de lotería ganador era extraído por un niño de siete años. Legendariamente las guerras duraban siete años, siete meses y siete días y los héroes combatientes eran en número de siete, setenta, setecientos, siete mil y setenta mil. Las princesas en los cuentos de hadas permanecían siete años bajo el hechizo y las botas del famoso gato –el Marqués de Carabás– eran de siete leguas. Los antiguos dividían el cuerpo humano en siete partes: la cabeza, el pecho, el estómago, dos manos y dos pies; la vida del hombre en siete períodos. Al bebé le empiezan a salir los dientes al séptimo mes; el niño se comienza a sentar luego del decimocuarto mes (2x7); comienza a caminar luego de los 21 meses (3x7); a hablar, luego de los veintiocho meses (4x7); deja de mamar luego de treinta y cinco  meses (5x7); a los catorce años (2x7) comienza finalmente a formarse y a los veintiuno (3x7) deja de crecer. La altura promedio de un hombre, antes que la raza humana degenerara, era de siete pies; por lo tanto las leyes de Occidente ordenaban que los jardines tuvieran paredes de siete pies de altura. La educación de los varones comenzaba a los siete años con los Espartanos y la antigua Persia y en la religión Cristiana, con los romanos católicos y los Griegos; el niño no es responsable de algún crimen hasta que tiene siete años y es justamente a esta edad que comienzan a confesarse.


Si los hindúes pensaran en su Manu y recordaran lo que contiene el antiguo Sastras, sin ninguna duda encontrarían el origen de este simbolismo. En ninguna parte el número siete jugó un papel tan importante como en el de los antiguos Arios en India. Debemos entonces pensar en los siete sabios –el Sapta-Rishis; el Sapta-Lokas y los siete mundos; el Sapta-Puras y las siete ciudades sagradas; el Sapta-Dvipas y las siete islas sagradas, el Sapta-Samudras y los siete mares sagrados, el Sapta-Parvatas y las siete montañas sagradas, el Sapta-Aranyas y los siete desiertos, el Sapta-Vrikshas y los siete árboles sagrados y así sucesivamente se pueden observar las posibilidades de la hipótesis. Los Arios nunca pedían nada prestado al igual que los brahamanes ya que eran demasiado orgullosos y exclusivos para ello. He aquí el misterio y la sacralidad del número siete.

lunes, 4 de agosto de 2014

ALMA HUMANA: CONCLUSIONES (De Lucis Trust)


ALMA HUMANA: CONCLUSIONES (De Lucis Trust)



En todos los niveles de la creación, el «alma» fue traída a la existencia por el descenso del Espíritu a la materia y construye formas para expresar su interacción mutua. El alma es «energía atractiva, coherencia, sensibilidad, vivencia, percepción o conciencia…, es la cualidad manifestada por todas las formas.» Tras la individualización, cada miembro de la raza humana fue dotado de un alma humana. Durante largos eones ella existió nada más que como una semilla, esperando germinar y crecer como una entidad autoconsciente y operante; pero, a su debido tiempo el alma humana se despliega como un principio medio entre el superpuesto Ángel Solar y el alma animal vestigial para completar la triplicidad del alma.

El alma humana se desarrolla poco a poco como resultado de dos factores: un desplazamiento de las prioridades del individuo hacia una realidad superior y hacia una conciencia de grupo, y gracias a la guía del Ángel Solar. El alma va estableciendo una estrecha relación con el Ángel Solar, que dura hasta el retiro del Ángel en la cuarta iniciación. La triplicidad del alma se resuelve en una Unidad y el alma humana reina suprema; es un Todo sintetizado sirviendo como el único mediador entre la Mónada y el mundo de las formas.

La autoconciencia está estrechamente vinculada a la identidad: el sentido de la individualidad, o la noción de «quienes somos». A lo largo de la historia, la humanidad ha buscado una base segura para la identidad y ha explorado diversas posibilidades, incluyendo la tribu, el cuerpo físico y la personalidad, pero ninguno de ellos le ha ofrecido una permanencia que la tranquilizara. De manera definitiva, el individuo puede identificarse con la última y duradera expresión de la conciencia humana, a saber, el alma humana. Sin embargo, no es suficiente aceptar el alma humana como un constructo intelectual; también tenemos que experimentarla, abrazarla, convertirnos en ella y vivir su vida.

Hay una tendencia a pensar que la personalidad es mucho más interesante que el alma —que las almas son, de alguna manera, todas parecidas, como pájaros posados sobre un cable aéreo—. Pero nada podría estar más lejos de la verdad; el alma humana refleja la experiencia única de innumerables vidas y las capacidades e intereses logrados en ellas. El alma es una «persona»; pero, en lugar de ocultar quienes somos realmente, ella nos revela en quienes nos hemos convertido. Además, el alma humana está llena de vida: una vida vibrante, inmensamente más rica que la de la existencia de la personalidad. Descubrir que somos ese carácter original y fascinante, es el mayor logro y un gran paso hacia adelante en la evolución humana.

Por corresponder al segundo Aspecto de la Deidad, el alma humana no es solo un centro de conciencia, sino también un centro de Amor y Sabiduría, como lo señala El Tibetano:

«El amor… es el alma de todas las cosas o formas, comenzando por el ánima mundi, hasta llegar a su punto máximo de expresión en el alma humana,...»

A medida que el alma humana se desarrolla en más y más individuos, la conciencia Crística se irá anclando cada vez más firme en la estructura del planeta. El efecto colectivo será poderoso y de gran alcance; ello impulsará a gran parte de la humanidad hacia el Reino de las Almas, de los que «la Jerarquía es el núcleo dinámico y viviente». Esperamos no la aniquilación de la individualidad o la inmersión en un mar de igualdad, sino la emergencia como magníficas unidades de conciencia, compartiendo y sirviendo alegremente con otras unidades de conciencia, igualmente magníficas, en este mundo de las almas. El quinto reino, utilizando los términos del psicólogo Lewis Mumford, no es una «unidad de supresión», sino una «unidad de inclusión». Y a partir de ahí pueden construirse formas cada vez más perfectas para apoyar la continua evolución de la ola de vida humana.

Desde el centro que llamamos la raza de los hombres, que se realice, efectivamente, el Plan de Amor y de Luz.



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