AUTORREALIZACIÓN Y PERTURBACIONES.-
“La realización espiritual y sus crisis
asociadas.”
Artículo del Dr. Roberto Assagioli
El desarrollo espiritual es un arduo y
largo viaje, una aventura a través de territorios extraños llenos de sorpresas,
alegrías y belleza, dificultades y también peligros. Implica el despertar de
potencialidades hasta entonces dormidas, la apertura de la consciencia a nuevos
campos, una drástica transformación de los elementos “normales” de la
personalidad, y un funcionamiento conforme a una nueva dimensión.
Utilizo el término “espiritual” en su
connotación más amplia, y siempre referida a la experiencia humana
empíricamente observable. En este sentido, “espiritual” abarca no sólo las
experiencias tradicionalmente consideradas como religiosas, sino también todos
los estados de consciencia, todas las funciones y actividades humanas que
tienen como denominador común el poseer valores superiores a la media: valores
como los éticos, estéticos, heroicos, humanitarios y altruistas.
En la Psicosíntesis, consideramos que
dichas experiencias de valores superiores proceden de niveles supraconscientes
del ser humano. El supraconsciente puede conceptualizarse como la contrapartida
superior del inconsciente inferior, tan bien cartografiado por Freud y sus
sucesores. Sirviendo de centro superior unificador del supraconsciente y del
individuo como un todo se encuentra el Yo transpersonal o Yo Superior. Así
pues, las experiencias espirituales pueden limitarse al terreno del
supraconsciente o incluir la toma de consciencia de este Yo, que gradualmente
desemboca en la autorrealización: la identificación del “yo” con el Yo
transpersonal.
No nos podemos sorprender de
encontrarnos con que una transformación tan esencial esté marcada por varias
fases críticas, que pueden ser acompañadas por diversas perturbaciones
mentales, emocionales, e incluso físicas. Para la observación objetiva y
clínica del terapeuta, éstas pueden parecer de la misma naturaleza que las
debidas a causas más habituales. Pero de hecho tienen otra función y otro
significado, y requieren ser tratadas de manera diferente.
La incidencia de las perturbaciones de
origen espiritual está creciendo rápidamente hoy día, a medida que un creciente
número de personas se empieza a encaminar, consciente o inconscientemente,
hacia una vida más plena. Por otra parte, el mayor desarrollo y complejidad de
la personalidad del ser humano actual y su mente cada vez más crítica, han
hecho que el desarrollo espiritual sea más rico, más gratificante, pero también
lo ha convertido en un proceso más difícil y complicado. En el pasado, bastaba
frecuentemente con una conversión moral, la devoción de corazón a un maestro o
a un salvador, o la entrega a Dios, para abrir las puertas de acceso a niveles
superiores de consciencia y a un sentimiento de unidad y de plenitud internas.
Actualmente, sin embargo, se hallan implicados aspectos demasiado diversos y
complejos de la personalidad del ser humano contemporáneo, que requieren ser
armonizados entre sí y transmutados: sus acciones básicas, sus emociones y
sentimientos, su imaginación creativa, su mente curiosa, su voluntad enérgica,
y también sus relaciones interpersonales y sociales.
Por estas razones es útil tener una
descripción general de las perturbaciones que pueden surgir en fases diferentes
del desarrollo espiritual, así como algunas indicaciones sobre la mejor manera
de enfrentarse a ellas. En este proceso reconocemos cuatro etapas o fases
críticas:
— Las crisis que preceden al despertar
espiritual.
— Las crisis causadas por el despertar
espiritual.
— Las reacciones posteriores al
despertar espiritual.
— Las fases del proceso de
transmutación.
He utilizado la expresión simbólica
“despertar” porque ésta sugiere claramente la toma de consciencia de un nuevo
campo de experiencia, la apertura de los ojos hasta entonces cerrados a una
realidad interna previamente desconocida.
Las crisis que preceden al despertar
espiritual:
Con objeto de comprender mejor las
experiencias que suelen preceder al despertar, debemos revisar algunas de las
características del ser humano “normal”.
Podría decirse de éste que “se deja
vivir” en lugar de vivir. Toma la vida como viene sin preguntarse su
significado, su valor y su propósito; se dedica a la satisfacción de sus deseos
personales; busca el disfrute de los sentidos, placeres emocionales, seguridad
material o la consecución de la ambición personal. Si está más maduro,
subordina sus satisfacciones personales al cumplimiento de las diversas
obligaciones familiares y sociales que le son asignadas, pero sin buscar la
comprensión de los fundamentos en que éstas se basan ni de las fuentes de las
que proceden. Probablemente se considera a sí mismo como “religioso” y
creyente, pero normalmente su religión es externa y convencional, y una vez que
se ha adaptado a los mandatos de su iglesia y compartido sus ritos, cree haber
hecho todo lo que se exige de él. En resumen, su fe operativa tiene como objeto
una única realidad, que es la del mundo que puede ver y tocar y, por ello, está
fuertemente apegado a los bienes materiales. Así pues, a todos los efectos,
considera esta vida como un fin en sí mismo. Su creencia en un “cielo” futuro,
si es que lo concibe, es teórica y académica, como lo prueba el hecho de que
hace todo lo que puede para posponer lo más posible su partida para
disfrutarlo.
Pero puede suceder que este “hombre
normal” sea sorprendido, y también perturbado, por un cambio –súbito o lento–
en su vida interior. Puede ser que ello ocurra después de una serie de
desengaños; no es raro que suceda tras un shock emocional, como el producido
por la pérdida de un familiar querido o de un amigo muy cercano. Pero a veces
tiene lugar sin ninguna causa aparente, y en pleno gozo de buena salud y
abundante prosperidad. El cambio comienza frecuentemente con un sentimiento
creciente de insatisfacción, de carencia, de “que falta algo”. Pero esto “que
falta” no es nada concreto y material; es algo vago y huidizo, algo que es
incapaz de describir.
A esto se añade paulatinamente un
sentimiento de irrealidad y de vacío de la vida ordinaria. Los asuntos
personales, que previamente absorbían gran parte de su interés y de su
atención, parecen retirarse psicológicamente a un plano posterior; pierden su
valor y su importancia. Surgen nuevos problemas. La persona comienza a
preguntarse, por ejemplo, por el sentido de sus propios sufrimientos y los de
los demás, y por la justificación que puede existir para tanta desigualdad en
el destino de los seres humanos.
Cuando una persona ha alcanzado este
punto, le falta poco para comprender e interpretar de manera equivocada su
propio estado. Muchas personas que no entienden el significado de estos nuevos
estados de la mente los consideran como fantasías y divagaciones anormales.
Alarmadas por la posibilidad de un desequilibrio mental, se esfuerzan por
combatirlos de varios modos, haciendo desesperados intentos para volverse a
implicar en la “realidad” de la vida diaria, que les parece que se les está
escapando. Con frecuencia, se lanzan con renovado ardor a la agitación de las
actividades externas, buscando nuevas ocupaciones, nuevos estímulos y nuevas
sensaciones. Mediante éstos y otros medios tal vez puedan lograr por un tiempo
aliviar su estado alterado, pero no pueden librarse de él de manera permanente.
Continúa fermentando en el fondo de su ser, socavando los cimientos de su
existencia ordinaria, y siendo susceptible de irrumpir de nuevo con renovada
intensidad, tal vez después de mucho tiempo. El estado de incomodidad y de
agitación se hace cada vez más doloroso y la sensación de vacío interior se
vuelve insoportable. La persona se siente distraída; la mayor parte de las
cosas que constituían su vida le parece que se desvanecen como un sueño, y no
surge mientras tanto ninguna nueva luz. Es claro que todavía ignora que ésta
existe o no puede creer que alguna vez le iluminará.
Con frecuencia sucede que este estado de
agitación interior se vea acompañado por una crisis moral. Su conciencia ética
se despierta o se vuelve más sensible; aparece un nuevo sentido de la responsabilidad
y puede ser que la persona se vea abrumada por un fuerte sentido de culpa. Se
juzga a sí misma con severidad y se convierte en presa de un profundo desánimo,
que puede llegar al extremo de considerar la posibilidad de suicidarse. Es como
si la aniquilación física le pareciera la única conclusión lógica de su
creciente sentido de impotencia y desesperanza, de desmoronamiento y
desintegración.
Lo hasta aquí expuesto es desde luego
una descripción generalizada de tales experiencias. En la práctica, los
individuos difieren ampliamente en sus experiencias y reacciones. Existen
muchas personas que nunca alcanzan este estado agudo, mientras que otras llegan
a él casi de repente. Algunas se ven más acuciadas por dudas intelectuales y
problemas metafísicos; en otras, el rasgo más pronunciado es la depresión
emocional y la crisis moral.
Es importante reconocer que estas
diversas manifestaciones de la crisis tienen grandes similitudes con algunos de
los síntomas que se consideran como característicos de los estados neuróticos y
de los estados cercanos a la psicosis. En algunos casos, la intensidad y la
gravedad de la crisis producen también síntomas físicos, como tensión nerviosa,
insomnio y otros desórdenes psicosomáticos.
Por eso es esencial determinar el origen
básico de las dificultades para enfrentarse correctamente con la situación.
Normalmente no es difícil hacerlo. Los síntomas observados pueden ser
idénticos, pero un examen cuidadoso de sus causas, la consideración de la
personalidad global del individuo y, lo que es más importante de todo, el
reconocimiento de su situación existencial real, revelan la naturaleza y el
nivel diferentes de los conflictos subyacentes. En los casos ordinarios, estos
conflictos se producen entre los comportamientos “normales”, entre éstos y el
“yo” consciente, o entre el individuo y el mundo exterior (en especial con las
personas más cercanas, como los padres, la pareja, o los hijos).
En los casos que estamos considerando,
sin embargo, los conflictos se producen entre algún aspecto de la personalidad
y las tendencias y aspiraciones que están paulatinamente emergiendo, de
carácter moral, religioso, espiritual o humanitario. No es difícil detectar la
presencia de dichas tendencias, una vez que su realidad y validez han sido
reconocidas, en lugar de haber sido explicadas como simples fantasías y
sublimaciones. De manera general, la emergencia de las tendencias espirituales
puede considerarse como el resultado de coyunturas decisivas en el desarrollo o
crecimiento de una persona.
Existe la posibilidad de una
complicación: a veces estas nuevas tendencias emergentes hacen revivir o
exacerban viejos conflictos latentes entre diversos elementos de la
personalidad. Dichos conflictos, que por sí mismos serían regresivos, son de
hecho progresivos, porque facilitan el logro de una nueva integración personal,
más amplia y a un nivel superior, una integración a la que la misma crisis
preparó el camino. Así, las crisis son preparaciones positivas, naturales y,
con frecuencia, necesarias para el progreso del individuo. Hacen emerger a la
superficie elementos de la personalidad que tienen que ser examinados y
cambiados en interés del crecimiento posterior de la persona.
Las crisis causadas por el despertar
espiritual:
La apertura del canal entre los niveles
consciente y supraconsciente, entre el “yo” y el Yo superior, y el torrente de
luz, energía y gozo que le acompaña, producen una maravillosa liberación. Los
conflictos y sufrimientos anteriores, junto con los síntomas físicos y psicológicos
que generaron, se desvanecen a veces con una espontaneidad sorprendente,
confirmando así el hecho de que no se debían a ninguna causa física, sino que
eran el resultado directo de la lucha interna. En estos casos, el despertar
espiritual equivale a una resolución real.
Pero en otros casos, bastante
frecuentes, la personalidad es incapaz de asimilar correctamente el flujo de
luz y de energía. Esto sucede, por ejemplo, cuando el intelecto no está bien
coordinado y desarrollado; cuando las emociones y la imaginación están
descontroladas; cuando el sistema nervioso es demasiado sensible; o cuando la
irrupción de energía espiritual es abrumadora por su intensidad y su carácter
repentino.
Una incapacidad de la mente para
soportar la iluminación o la tendencia a centrarse excesivamente en sí mismo o
al engreimiento pueden producir que la experiencia sea interpretada de manera
errónea o, por así llamarlo, una “confusión de niveles”. En este caso, se
desdibuja la distinción entre verdades absolutas y verdades relativas, entre el
“yo” y el Yo superior; entonces, las energías espirituales que irrumpen pueden
producir el desafortunado efecto de alimentar e inflar el ego personal.
La experiencia interior del Yo
espiritual, y su estrecho vínculo con el yo personal, proporciona una sensación
de expansión interna, de universalidad, y de convicción de participar de alguna
manera en la naturaleza divina. Pueden encontrarse muchos testimonios sobre
este tema –y algunos expresados con términos atrevidos– en las tradiciones
religiosas y en las doctrinas espirituales de todas las épocas. En la Biblia
existe la afirmación explícita: “Os digo que sois dioses y que todos vosotros
sois hijos del Altísimo”. San Agustín declara: “Cuando el alma ama algo
adquiere la cualidad de lo que ama; si son cosas terrenales, se hace terrenal,
pero si es a Dios al que ama, ¿no habría de volverse Dios?”. La expresión suma
de la identidad del espíritu humano en su esencia pura y real con el Espíritu
supremo está contenida en la enseñanza central de la filosofía Vedanta: Tat
Tvam Asi (Tú Eres Eso) y Aham evam param Brahman (En verdad Yo soy el Brama
supremo).
Cualquiera que sea la manera de concebir
la relación entre el sí mismo individual, o “yo”, y el Yo universal, tanto si
se considera que éstos son parecidos o desiguales, diferenciados o unidos, es
esencial reconocer con claridad, y tener siempre presente en la teoría y en la
práctica, la diferencia que existe entre el Yo en su naturaleza esencial –que
se ha llamado la “Fuente”, el “Centro”, el “Ser profundo”, nuestro “Apex”– y el
pequeño sí mismo o “yo”, habitualmente identificado con la personalidad
ordinaria de la que normalmente somos conscientes. El descuido de esta
distinción esencial conduce a consecuencias absurdas y peligrosas.
La distinción proporciona la clave de
una comprensión del estado mental del paciente en cuestión, y de otras formas
extremas de autoexaltación y autoglorificación. El error fatal de los que caen
víctimas de estas ilusiones es atribuir al yo personal las cualidades y los
poderes del Yo transpersonal o Yo superior. En términos filosóficos, existe un
caso de confusión entre la verdad absoluta y la verdad relativa, entre los
niveles empíricos y los niveles trascendentes de la realidad. No son raros los
caso de este tipo de confusión entre las personas que quedan deslumbradas por
el contacto con verdades demasiado amplias o energías demasiado poderosas para
que sus capacidades mentales puedan captarlas y su personalidad sea capaz de
asimilarlas. El lector podrá sin duda recordar casos de autoengaños similares,
que se dan en bastantes seguidores fanáticos de diversos cultos.
En dichas situaciones es claro que
constituye una pérdida de tiempo discutir con la persona en cuestión o
ridiculizar su aberración; esto sólo serviría para suscitar su oposición y su
resentimiento. Lo mejor es ser conciliador y, admitiendo la verdad de su
creencia en última instancia, señalarle la naturaleza de su error y ayudarle a
aprender cómo distinguir los diferentes niveles.
También existen casos en los que la
irrupción súbita de energías produce un trastorno emocional que se expresa
mediante un comportamiento incontrolado, desequilibrado, y perturbado. Esta
forma de respuesta se caracteriza por gritos y llantos, el canto y otras
explosiones de diversas clases. Si la persona es activa e impulsiva, puede que
sea impulsada fácilmente por el estímulo del despertar espiritual a jugar el
papel de profeta o salvador; quizá descubra una nueva secta e inicie una
campaña espectacular de proselitismo.
En algunas personas sensibles se produce
un despertar de percepciones psicológicas. Tienen visiones, que ellas atribuyen
a seres superiores; tal vez oigan voces o empiecen con la escritura automática,
aceptando sus mensajes al pie de la letra y obedeciéndolos sin reservas. La
cualidad de tales mensajes es extremadamente variada. Algunos contienen
acertadas enseñanzas; otros son muy pobres o carecen de sentido. Habría que
examinarlos siempre con gran sentido de la discriminación y un juicio prudente,
y sin ser influenciados por su origen extraordinario o por ninguna pretensión
del supuesto transmisor. No se debe atribuir ninguna validez a los mensajes que
contienen órdenes precisas o que exigen obediencia ciega, ni a los que tienden
a exaltar la personalidad del receptor.
Las reacciones posteriores al despertar
espiritual:
Como ya se ha dicho, un despertar
interior armonioso se caracteriza por un sentimiento de alegría y de
iluminación mental que conlleva una introspección en el sentido y el propósito
de la vida; despeja muchas dudas, ofrece la solución a muchos problemas, y
proporciona una base interna de seguridad. Al mismo tiempo, hace brotar la
comprensión de que la vida es una, y a través de la persona fluye una efusión
de amor hacia sus semejantes y hacia toda la creación. La personalidad previa,
con sus aristas y rasgos desagradables, parece retirarse al fondo, y un nuevo
individuo amoroso y encantador nos sonríe y sonríe al mundo entero, deseoso de
ser amable, de servir, y de compartir sus recién adquiridas riquezas
espirituales, cuya abundancia le parece casi demasiado grande para poder
contenerla.
Este estado de exaltación puede durar un
período más o menos largo, pero acaba por remitir. Como todo en el universo, la
irrupción de la luz y del amor es rítmica. Tras un tiempo, ésta disminuye o
cesa, y al flujo le sigue un reflujo. La personalidad fue inspirada y
transformada, pero rara vez su transformación es permanente o completa. Lo más
frecuente es que una gran parte de los elementos de la personalidad vuelvan a
su estado anterior.
Este proceso se clarifica cuando
observamos la naturaleza de la experiencia cumbre en términos de energías y de
niveles de organización. Pero el experimentar la retirada de las energías
transpersonales y la pérdida del estado exultante del ser es por fuerza
doloroso.
La manera apropiada de tratar con
alguien que atraviesa este tipo de crisis consiste en proporcionar a la persona
una comprensión auténtica de la naturaleza de su crisis. Es como si hubiera
realizado un soberbio vuelo a la cumbre de la montaña, se hubiera dado cuenta
de su esplendor y de la belleza del panorama que se extiende a sus pies, pero
hubiera sido bajado a su pesar, con la triste convicción de que el sendero
hasta la cumbre tiene que ser recorrido paso tras paso. El reconocimiento de
que este descenso –o “caída”– es un acontecimiento natural proporciona un
alivio emocional y mental, y anima a la persona a emprender la ardua tarea de
enfrentarse al sendero de la verdadera autorrealización. Al final, la crisis se
supera con la toma de consciencia de que el valor auténtico y más profundo de
la experiencia es que ésta ofrece, como ya he dicho, una “visión tangible” de
un estado de ser superior y, por lo tanto, un mapa, un modelo ideal hacia donde
se puede caminar, y que puede convertirse entonces en una realidad permanente.
El proceso de transmutación:
Esta fase viene después de que se
reconoce que las condiciones necesarias que han de cumplirse para el logro
superior de la autorrealización son la total regeneración y transmutación de la
personalidad. Es un proceso largo y a muchos niveles que abarca diferentes
fases: la eliminación activa de los obstáculos a la irrupción y actividad de
las energías supraconscientes; el desarrollo de funciones superiores que han
permanecido dormidas o no desarrolladas; y períodos en los que se puede dejar
que el Yo superior actúe, estando receptivos a que él nos guíe.
Es un período muy azaroso y
gratificante, repleto de cambios en los que se suceden la luz y la oscuridad,
la alegría y el sufrimiento. Es un período de transición, una salida de la
vieja condición sin haber alcanzado todavía firmemente la nueva; una fase
intermedia en la que, como acertadamente se ha dicho, la persona se encuentra
como una crisálida atravesando el proceso de transformación hacia la mariposa
alada. Pero, en general, el individuo no cuenta con la protección de un capullo
para llegar al final del proceso de transformación encerrado y en paz. Debe
permanecer en el lugar que ocupa en la vida –y esto sucede así, especialmente
en los tiempos que vivimos– y tiene que continuar cumpliendo con sus obligaciones
familiares, profesionales y sociales lo mejor que pueda. Su problema sería
parecido al de un ingeniero que tuviera que reconstruir una estación de tren
sin interrumpir el tráfico.
A pesar de los retos de la tarea, a
medida que va haciendo el trabajo, es consciente del progreso paulatino y
creciente. Su vida está inspirada por la sensación de que tiene un sentido y un
propósito, y las actividades ordinarias son revitalizadas y ennoblecidas por la
toma progresiva de consciencia de estar situadas en un plan más amplio. A
medida que pasa el tiempo, adquiere un reconocimiento más claro y completo de
la naturaleza de la realidad, del ser humano, y de su propia naturaleza
superior. Comienza a desarrollar un marco conceptual más coherente que le
permite entender mejor lo que observa y vive, y que le sirve, no sólo como
medio para guiarse hacia un conocimiento ulterior, sino también como fuente de
serenidad y orden en medio de las circunstancias cambiantes de la vida. Como
consecuencia, experimenta una maestría cada vez mayor en tareas que le parecían
previamente superiores a sus fuerzas. Actuando cada vez más desde un centro
superior unificado de la personalidad, armoniza los elementos diversos de su
personalidad en una unidad progresiva, y esta integración más completa le
aporta mayor eficacia y más alegría.
Durante un largo período de tiempo,
éstos son los resultados que generalmente se observan a partir de un proceso de
transmutación de la personalidad bajo el impulso de las energías
supraconscientes. Pero el proceso no se desarrolla siempre con tranquilidad
absoluta. Y esto no es sorprendente, dadas las tareas complejas que implican
rehacer la personalidad en medio de las circunstancias de la vida ordinaria.
Como regla general, casi siempre se atraviesan algunas dificultades, y pueden
observarse fases temporales en las que se manifiesta justamente lo contrario de
lo que acabo de describir.
Esto ocurre con frecuencia
inmediatamente después de que ha pasado la marea de exaltación, y la persona
emprende la doble tarea simultánea de autotransformarse y de enfrentarse a las
numerosas demandas de la vida cotidiana. Aprender a utilizar las energías de
este modo toma un tiempo, y puede ser que pase un largo período antes de que
puedan realizarse estas dos tareas de una manera equilibrada, y de que sean
reconocidas al final como una sola. En consecuencia, no es sorprendente
encontrarse con etapas en las que la persona está tan dedicada a su proceso de
autotransformación que su capacidad para enfrentarse con éxito a los problemas
y actividades de la vida normal parece haber disminuido. Si se observa desde
fuera y se juzga desde unos parámetros ordinarios de eficacia, puede parecer
que es menos eficaz que antes. Durante esta fase transitoria, puede que le
lluevan juicios injustos por parte de amigos y terapeutas bienintencionados
pero no iluminados, y tal vez se convierta en blanco de observaciones punzantes
y sarcásticas acerca de sus “nobles” ideales espirituales y aspiraciones,
volviéndole débil e ineficaz en la vida práctica. Este tipo de críticas suele
ser muy doloroso, y su influencia puede suscitar dudas y desánimo.
Estos juicios constituyen una de las
pruebas que tal vez haya que enfrentar en el sendero de la autorrealización. Su
valor reside en el hecho de que proporcionan una lección para superar la
sensibilidad personal, y son una ocasión para desarrollar sin resentimiento la
independencia interior y la autoconfianza. Deben ser aceptados con alegría, o
al menos con serenidad, y utilizados como una oportunidad para desarrollar la
fortaleza interior. Por otra parte, si las personas que rodean al sujeto
implicado están iluminadas y son comprensivas, pueden ayudarle enormemente y
ahorrarle muchas fricciones y sufrimientos innecesarios.
Con el tiempo, esta fase desaparece y la
persona aprende a dominar su doble tarea y a unificarla. Pero cuando no se
reconocen y se aceptan las complejidades de la tarea, las tensiones naturales
del crecimiento que conlleva el proceso pueden verse exacerbadas, durar largos
períodos de tiempo, o volver una y otra vez con una frecuencia innecesaria.
Esto ocurre sobre todo cuando la persona se dedica demasiado a su proceso de
autotransformación, excluyendo el mundo exterior con una introversión excesiva
y unilateral. Los períodos de sana introversión son naturales en el crecimiento
humano. Pero si se llevan al extremo o se prolongan en una actitud general de
retirada de la vida del mundo, la persona puede atravesar muchas dificultades,
no sólo con amigos, compañeros de trabajo y familiares, impacientes y críticos,
sino también por dentro, ya que la introversión natural se convierte entonces
en autoobsesión.
Pueden surgir dificultades parecidas si
la persona no se enfrenta con los aspectos negativos de sí misma revelados en
el proceso del despertar espiritual. En lugar de transmutarlos, puede huir de
ellos mediante fantasías internas de haber alcanzado la perfección o mediante
soluciones imaginarias. Pero el reconocimiento suprimido de sus imperfecciones
reales sigue persiguiéndole, y los que le rodean contradicen sus fantasías.
Bajo el estrés de esta dualidad es probable que la persona sucumba a una serie
de desarreglos psicológicos, como insomnio, depresión emocional, agotamiento,
aridez, agitación mental y ansiedad. A su vez, éstos pueden provocar toda clase
de síntomas y de perturbaciones físicas.
Muchos de estos desórdenes pueden
reducirse en gran medida, o ser eliminados totalmente, continuando el proceso
de crecimiento con energía, dedicación y celo, pero sin identificarse con él.
Este cultivo de un compromiso desidentificado proporciona a una persona la
flexibilidad necesaria para el cumplimiento óptimo de su tarea. El individuo
puede en este caso aceptar las tensiones necesarias del nuevo y complejo
proceso; puede negarse a caer en la autocompasión originada por el
perfeccionismo frustrado; puede aprender a mirarse a sí mismo con humor y estar
dispuesto a experimentar cambios y a arriesgarse; puede cultivar una paciencia
alegre; y puede acudir en busca de ayuda y guía a personas competentes, sean
terapeutas profesionales, consejeros o amigos sensatos, aceptando sus
limitaciones momentáneas.
Otras dificultades pueden venir de un
esfuerzo personal excesivo para acelerar realizaciones superiores mediante la
inhibición y la represión forzadas de los comportamientos agresivos y sexuales.
Intento que sólo sirve para producir la intensificación de los conflictos y sus
efectos. Dicha actitud suele ser el resultado de una moral y de unos conceptos
religiosos demasiado rígidos y dualistas. Estos conducen a la reprobación de
los comportamientos naturales como “malos” o “pecaminosos”. Hoy día, un gran
número de personas han abandonado conscientemente estas actitudes, pero quizá
estén todavía condicionadas inconscientemente por ellas en algún grado. Puede
ser que manifiesten oscilación o ambivalencia entre dos actitudes extremas: la
supresión rígida, o la expresión incontrolada de cualquier tipo de
comportamiento. Esta última actitud, aunque es catártica, no es una solución
aceptable desde el punto de vista ético ni psicológico. Produce inevitablemente
nuevos conflictos entre los diversos comportamientos básicos, o entre éstos y
los límites impuestos por las convenciones sociales y por las exigencias de las
relaciones interpersonales.
La solución reside más bien en una
reorientación paulatina y en una integración armoniosa de todos los
comportamientos de la personalidad; en primer lugar, mediante su propio
reconocimiento, aceptación y coordinación y, después, mediante la
transformación y la sublimación de la parte de energía sobrante o no utilizada.
Se puede facilitar enormemente el logro de esta integración activando las
funciones supraconscientes y encaminándose voluntariamente hacia la realización
del Yo transpersonal. Estos objetivos más amplios y elevados actúan como un
imán que absorbe la “libido” o energía psíquica invertida en movimientos
“inferiores”.
Una última dificultad, que merece ser
mencionada, puede presentársele a una persona durante los períodos en los que
el flujo de energías supraconscientes es constante y abundante. Si no se
controla con sensatez, este flujo de energía puede desbordar en una excitación
y actividad febriles o, por el contrario, puede retenerse sin ser utilizada ni
expresada, de manera que, al acumularse, su excesiva presión puede causar
problemas físicos. La solución apropiada es dirigir estas energías de manera
voluntaria, constructiva y armoniosa hacia el trabajo de regeneración interior,
la expresión creativa y el servicio útil.
El papel del guía:
Estos son tiempos en los que cada vez
más personas están viviendo un despertar espiritual. Por ello, puede ser que
terapeutas, consejeros, profesionales del campo de los servicios, así como
personas no profesionales pero bien informadas, sean requeridas para actuar
como guías y puntos de apoyo de las personas que atraviesan un despertar
espiritual. Puede ser útil por esto considerar el papel de los que puedan
encontrarse cerca de cualquiera de ellas y algunos de los problemas que pueden
surgir.
En primer lugar, es importante
permanecer consciente de un hecho esencial: mientras que los problemas que se
producen durante las diferentes fases de autorrealización puedan ser
externamente muy similares a los de la vida ordinaria, y, a veces, parecer
idénticos, sus causas y significado son muy diferentes; en consecuencia, la
manera de enfrentarse con ellos debe ser también diferente. En otras palabras,
la situación existencial en ambos casos no sólo no es la misma, sino que en
algún sentido es la contraria.
Las dificultades psicológicas de la
persona ordinaria tienen generalmente un carácter regresivo. Las sufren las
personas que no han sido capaces de realizar alguno de los imprescindibles
ajustes internos y externos que forman parte del desarrollo normal de la
personalidad. En respuesta a situaciones difíciles, regresan hacia modos de
comportamiento adquiridos en la infancia, o bien nunca han crecido realmente
más allá de ciertos patrones infantiles, aunque no sean reconocidos como tales.
Por otro lado, una guía con orientación
espiritual, o que posea al menos una comprensión y una actitud de simpatía
respecto a los logros y realidades superiores, puede ser de gran utilidad
cuando una persona se halla en la primera etapa –lo que suele ser el caso más
frecuente– de insatisfacción, inquietud y de tanteo inconsciente. Si ésta ha
perdido su interés por la vida, si la existencia cotidiana no le atrae, si está
buscando alivio en dirección equivocada, recorriendo callejones sin salida, y
si no ha tenido todavía una vislumbre de la realidad superior, la revelación de
la causa real de su trastorno y la indicación de la solución esperada –de la
salida acertada de la crisis– pueden ayudar enormemente a producir el despertar
interior que, en sí mismo, constituye la parte esencial de la resolución.
La segunda fase, la de excitación o
entusiasmo emocional que el individuo implicado puede manifestar con un
apasionamiento excesivo, acariciando la ilusión de haber llegado a una
realización permanente, exige una advertencia “diplomática” de que su estado de
beatitud es forzosamente temporal; hay que indicarle las vicisitudes que tiene
todavía que atravesar en su camino. Esto le preparará para la aparición de la
reacción inevitable de la tercera etapa, que implica frecuentemente, como ya
hemos dicho, una reacción dolorosa y, a veces, una profunda depresión, cuando
la persona “sufre el bajón” de su experiencia superior. Si ha sido prevenida
con anterioridad, se evitará mucho sufrimiento, dudas y desánimo. Cuando no ha
tenido la ventaja de haber sido advertida, el guía puede proporcionar mucha
ayuda asegurándole que su estado es temporal y en absoluto permanente o
desesperado, como puede estar inclinada a creer. El guía debe perseverar en
informarle de que el resultado gratificante de la crisis compensa la angustia
que está sufriendo, por intensa que ésta sea. Se le puede proporcionar un gran
alivio y aliento citando ejemplos de muchas personas que han pasado por una
situación difícil similar y han salido de ella.
En la cuarta etapa, durante el proceso
de transmutación –que es el más largo y difícil– el papel del guía es más
complicado. Algunos aspectos importantes de su labor son:
— Aclarar a la persona lo que realmente
está ocurriendo dentro de ella, y ayudarle a encontrar la actitud justa que
debe adoptar.
— Enseñarle a controlar y dominar
sabiamente los comportamientos que surgen del inconsciente, mediante la
utilización experta de la voluntad, sin reprimirlos temiéndolos o
condenándolos.
— Enseñarle las técnicas de
transmutación y sublimación de las energías sexuales y de las energías
agresivas.
— Ayudarle a reconocer y a asimilar
correctamente las energías infundidas desde el Ser y los niveles
supraconscientes.
— Ayudarle a expresar y a utilizar
dichas energías con amor y en servicios altruistas. Esto es particularmente
valioso para contrarrestar la tendencia a la introversión y a un excesivo
egocentrismo que se produce frecuentemente en ésta y otras fases del
auto–desarrollo.
– Guiarle a través de las distintas
fases de reconstrucción de la personalidad alrededor de un centro interno
superior, es decir, de la realización de su psicosíntesis espiritual.
A lo largo de este artículo he subrayado
el aspecto más doloroso y difícil del desarrollo espiritual, pero no debería
deducirse de ello que los que están en el camino de la autorrealización sean
más propensos a verse afectados por trastornos psicológicos que los demás
hombres y mujeres. Con frecuencia no se da la etapa del sufrimiento más
intenso. El desarrollo de muchas personas se lleva a cabo de un modo armonioso,
de manera que se superan las dificultades internas y se atraviesan las
diferentes etapas sin que se produzcan reacciones graves de ninguna clase.
Por otra parte, los desórdenes
emocionales o los síntomas neuróticos del hombre y de la mujer ordinarios suelen ser más graves, profundos y
difíciles de sobrellevar para ellos, y de tratar para los terapeutas, que los
relacionados con la autorrealización. Frecuentemente es difícil enfrentarse a
ellos satisfactoriamente –cuando no han sido todavía activados los niveles y
funciones psicológicas superiores de estas personas– porque no hay muchos
puntos de referencia a los que se pueda recurrir que estimulen el hacer los
sacrificios necesarios o aceptar la disciplina requerida para producir los
ajustes imprescindibles.
Los problemas físicos, emocionales y
mentales que surgen en el camino de la autorrealización, por graves que puedan
parecer, son simples reacciones temporales, subproductos –por llamarlos de alguna
manera– de un proceso orgánico de regeneración y de crecimiento internos. Por
lo tanto, o bien desaparecen de manera espontánea, cuando termina la crisis que
los ha producido, o bien remiten con facilidad con tratamiento adecuado.
Además, los sufrimientos causados por períodos de depresión y por la
disminución de la vida interior se ven abundantemente compensados por períodos
de irrupción renovada de energías supraconscientes, y por la previsión de la
liberación y del robustecimiento de toda la personalidad que produce la
autorrealización. Esta visión constituye una poderosa inspiración, una inefable
calma y una fuente inagotable de fuerza y valor. Por eso, como ya hemos dicho,
es muy útil dar una importancia especial a recordar esa visión lo más vívida y
frecuentemente que sea posible. Uno de los mayores servicios que podemos hacer
s los que luchan en el camino es ayudarles a conservar siempre presente ante
sus ojos la visión de la meta.
De este modo se puede tener una visión
de antemano y un anticipo del estado de consciencia del Yo autorrealizado. Es
un estado de consciencia caracterizado por la alegría, la serenidad, la
seguridad interna, un sentimiento de poder tranquilo, una comprensión clara y
un amor radiante. En sus aspectos superiores es la realización del Ser
esencial, de la comunión y de la identificación con la Vida Universal.