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miércoles, 4 de enero de 2017

RELACIÓN ENTRE EL ESPÍRITU Y LA MATERIA EN EL PLAN DIVINO “La Exteriorización de la Jerarquía” Alice A.Bailey & Djwhal Khul


RELACIÓN ENTRE EL ESPÍRITU Y LA MATERIA EN EL PLAN DIVINO
“La Exteriorización de la Jerarquía” Alice A.Bailey & Djwhal Khul
Pag.65-69,edic.electr.



*La venida a la encarnación del ser humano espiritualmente autoconsciente, es la causa incitante del conflicto actual. Si los hijos de Dios no hubieran "penetrado en las hijos de los hombres" (forma bíblica y simbólica de expresar la gran relación entre el espíritu y la materia, establecida en el reino humano), si las enti­dades espirituales, la humanidad misma, no hubiese tomado para sí formas materiales y el elemento positivo espiritual no se hubiera apegado al aspecto material negativo, el conflicto mundial actual no tendría lugar. Pero el Plan divino de la evolución estaba basado en el logro de esta relación entre el hombre espiritualmente cons­ciente y el aspecto forma, y así entró en actividad la gran Ley de Dualidad, dando lugar a la "caída de los ángeles", al descender desde su estado de existencia liberada e inmaculada, a fin de des­arrollar la plena conciencia divina en la Tierra, a través de la encarnación material y el empleo del principio mente. Éste fue el Plan divino, emanado de la Mente de Dios y lanzado a la acti­vidad y al desarrollo, progresivo por un acto de Su Voluntad. En su comienzo, tuvo lugar la original "guerra en los cielos" cuando los hijos de Dios, que respondieron al anhelo divino de experiencia, servicio y sacrificio, se separaron de los hijos de Dios que no respondieron a esa inspiración y eligieron permanecer en su es­tado del ser original y elevado. El Cristo Mismo dio testimonio de esta verdad, en la historia del  Hijo Pródigo y su relación con su hermano mayor, que no había dejado el hogar del Padre. Por esta parábola se evidencia dónde estaba la aprobación del Padre. Un estudio cuidadoso de esta historia y una comprensión intuitiva de sus implicancias, pueden evocar algún día una respuesta al “pecado de la experiencia” como ha sido llamado, y llevar a una comprensión de las dos leyes principales que rigen el proceso: la Ley de Evolución y la Ley de Renacimiento. Aquí está la principal causa iniciadora de lo que está teniendo lugar ahora.

La segunda causa surgió lentamente de la primera. La ma­teria y el espíritu, enfocados en la familia humana, y expresando sus cualidades básicas y naturaleza esencial, estaban eternamente en conflicto. En las primeras etapas y durante el largo ciclo le­muriano, la infante humanidad evolucionó constantemente y, sin embargo, a pesar de las separaciones presentes, no fueron reconocidas. La latente chispa de la mente sólo sirvió para llevar una relativa iluminación a los cinco sentidos y su aplicación puramente física. La vida física era fuerte; la vida deductiva, el propio regis­tro de la vida, era prácticamente nulo. En ese entonces la vida de la humanidad estaba enfocada en el cuerpo físico, y se fortificaba y estimulaba la naturaleza animal, desarrollándose el organismo fí­sico y los distintos órganos internos, por el desarrollo de los cinco sentidos; el hombre se convirtió primordialmente en un animal egoísta y agresor, sin embargo, a veces tenía vagas tendencias hacia algo tenuemente presentido como mejor, y momentos de de­seos elevados, que no eran la aspiración ni el anhelo de progreso, tal como los conocemos, sino sus formas embrionarias.

Al hombre moderno no le es posible visualizar o comprender tal estado de conciencia, pues lo ha dejado muy atrás. El foco de esta fuerza vital estaba también en la región de las glándulas adre­nales, produciendo la bravura animal y la resistencia al choque. Pero el dualismo de la naturaleza esencial del hombre estaba pre­sente como siempre, apareciendo gradualmente las líneas de sepa­ración; lenta, aunque constantemente, las almas precursoras (una minoría muy reducida) trasladaron en forma gradual su concien­cia, elevándola hasta el plexo solar, y se produjo el reconocimiento del factor deseo por lo que era material y también la capacidad de reaccionar emocionalmente. Hasta entonces el deseo y el ins­tinto fueron idénticos en los tiempos lemurianos. Reflexionen so­bre esto, pues es interesante y concierne a un estado de conciencia del cual el hombre moderno prácticamente nada sabe. Pero, en la época atlante, las líneas de demarcación, entre lo que constituía la vida puramente física y lo que —aunque todavía material— podía ser la meta alcanzada por el esfuerzo, empezaron a controlar la naturaleza puramente animal; el hombre empezó así a ser adquisitivo y a rodearse de lo que deseaba. Entonces las líneas de separación entre el animal instintivo y el hombre adquisitivo, empezaron a definirse con más claridad.

Entre estos precursores se desarrolló gradualmente el ele­mento mental, así como se está desarrollando hoy el elemento in­tuitivo entre los tipos mentales; los hombres comenzaron a adqui­rir alguna forma de percepción mental y a utilizar la poca menta­lidad que poseían, en el proceso de acrecentar sus posesiones materiales. Se inició la etapa de la civilización (que básicamente es el reconocimiento de la relación grupal). Un período de exis­tencia urbana reemplazó al de una existencia puramente nómade y agrícola. Los hombres se congregaron para un mayor bienestar y protección materiales e iniciaron los procesos rítmicos de con­centración, extendiéndose mundialmente. Estos ciclos son análogos a los de inhalación y exhalación del organismo físico del hombre. Algún día se hará un estudio de estos factores básicos y contro­ladores de la existencia humana, la dispersión o descentralización de la vida de la comunidad, o la expresión del instinto de rebaño en una vuelta superior o inferior de la espiral de la existencia. Los últimos cien años han visto el surgimiento de un grave pro­blema en la actual tendencia de la humanidad a reunirse en grandes ciudades y a congregarse en vastos rebaños, dejando el campo despoblado de habitantes y creando serios problemas de alimen­tación, salubridad y delincuencia. Este ritmo está cambiando actualmente ante nuestros ojos y soluciona un serio problema: las ciudades son evacuadas y —debido a que los hombres y las mujeres son impelidos hacia el campo por alguna razón— los se­ñores de la evolución están interrumpiendo forzadamente e1 ritmo de esa concentración, y lo sustituyen por el ritmo de la dispersión. Esto contribuirá grandemente al bien de la raza y facilitará el desarrollo de la síntesis subjetiva, que enriquecerá notablemente a la humanidad y dará nuevos valores a la vida.

Las líneas de separación entre la naturaleza animal instintiva y alguna forma de deseo (aspiración embrionaria), aumentaron continuamente durante la época atlante, y esta primitiva civiliza­ción empezó a manifestar su propia nota y a establecer nuevas nor­mas de bienestar material y control egoísta, en mayor escala cada vez, a medida que se desarrollaba la existencia urbana. Quizás sea difícil visualizar un mundo tan densamente habitado como el mun­do moderno, pero lo estaba. Debido a que dominaba la naturaleza animal, la tendencia llevaba a la relación sexual y a la procreación de grandes familias, así como sucede en la actualidad entre las clases inferiores de nuestras zonas civilizadas, pues los campesinos y los barrios bajos producen más hijos que los intelectuales. En esos lejanos días, las únicas personas que tenían cierta medida de inteligencia eran los discípulos e iniciados; guiaban y protegían a la humanidad infantil, similarmente a como los progenitores modernos guían y protegen a sus hijos y a como el Estado asume la responsabilidad por el bienestar de la nación. Entonces la Jerar­quía estaba presente en la Tierra como reyes‑sacerdotes, que actua­ban como puntos focales de energía atractiva, atrayendo hacia sí a aquellos cuyos valores más intangible asumían lentamente un vago control, definiendo con más claridad las líneas de separación entre el materialismo y la espiritualidad.

Cabe recordar que la espiritualidad de entonces era muy di­ferente de la que hoy se conoce con ese nombre. Era una especie de aspiración hacia un presentido más allá, hacia la satisfacción de la belleza y la integridad de la emoción. No había reflexión —tal como la conocemos— en esta actitud, sino sólo una tendencia hacia lo inalcanzable, pero presentido, y lo que era deseable. La Jerarquía fomentó esto en los pueblos, mediante el don de la inven­ción y el empleo de las masas instintivas en la construcción de grandes y bellas ciudades y estupendas estructuras, cuyas ruinas subsisten hoy, y fue realizado bajo la guía experta de los iniciados y adeptos que emplearon los conocimientos que poseían acerca de la naturaleza de la materia y de la energía, para producir muchas cosas que actualmente el hombre trata a tientas de descubrir y hacer posible. Todo lo que posibilitaron los modernos procesos de la civilización y mucho más de lo que hoy se clasifica como descu­brimiento científico, era conocido en la antigua Atlántida, pero no fue desarrollado por los hombres, sino conferido como un don gratuito, muy parecido a como la gente obsequia a un niño cosas bellas y maravillosas con las cuales se deleita y las emplea, aunque sin comprenderlas. En todas partes había grandes y bellas ciuda­des llenas de templos, y grandes edificios (de los cuales las ruinas de los caldeos y babilonios constituyen sus restos degenerados, cuyo vástago es el moderno rascacielos). La mayoría de nuestro conocimiento científico moderno era poseído por estos reyes‑sacerdotes, y constituía para las masas, un maravilloso tipo de magia. La salubridad, la higiene, los medios de transporte y las má­quinas voladoras se desarrollaron, y eran de un orden muy elevado, pero no fueron la realización del hombre sino dones de la Jerarquía, desarrollados o construidos bajo una sabia guía. Eran controlados el aire y el agua, porque los guías sabían cómo controlar y dominar las fuerzas de la naturaleza y los elementos, pero nada de ello fue resultado de la comprensión, conocimiento o esfuerzo humano. Las mentes de los hombres no estaban desarrolladas ni eran adecuadas para semejante tarea, como no lo está la mente de un infante.

*La Exteriorización de la Jerarquía
Alice A.Bailey & Djwhal Khul
Pag.65-69,edic.electr.

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