UNA PERSPECTIVA ESOTÉRICA DE LA NAVIDAD (Lucis Trust)
CRISTO Y LA
FUTURA NUEVA ERA
(El Destino de
las Naciones, pp. 147-153 ed. Inglesa)
Al llegar al
término de nuestra consideración del mundo actual y sus rayos dominantes, que
actúan a través de las naciones y condicionan a los pueblos, tenemos un último
punto que quiero dilucidar; pertenece al campo de la religión y concierne a la
significación de la Navidad. Sabemos que, desde la noche de los tiempos, el
período en que el sol se desplaza nuevamente hacia el norte ha sido siempre
considerado como temporada festiva; durante miles de años se lo ha asociado con
la llegada del Dios Sol para salvar al mundo, traer luz y fructificación a la
Tierra y, por medio de los afanes del Hijo de Dios, también esperanza a la
humanidad. La época de Navidad es considerada, por los ignorantes, como la
Festividad de Cristo exclusivamente, siendo destacada por las iglesias
cristianas y testimoniada por todos los clérigos. Esto es verdadero y falso a
la vez. El Fundador de la Iglesia Cristiana, Dios hecho carne, se valió de este
período; llegó a nosotros en la oscuridad del año, iniciando una nueva era,
donde la luz iba a ser la nota característica. Esto ha resultado verídico desde
diversos ángulos, aún desde el puramente físico, ya que hoy tenemos un mundo
iluminado, vemos por todas partes luz y las lóbregas noches tenebrosas de
antaño van desapareciendo rápidamente. La luz ha descendido a la tierra en
forma de "luz del conocimiento". La educación, cuyo objetivo consiste
en llevar a los hombres al "camino iluminado", constituye hoy la nota
clave de nuestra civilización y la mayor preocupación de todos los países. La
eliminación del analfabetismo, el desarrollo de una verdadera cultura y la
comprobación de la verdad en todos los campos del pensamiento y de la
investigación, son hoy de mayor importancia en todos los países.
Así, cuando
Cristo proclamó (como realmente lo hizo), con los demás Salvadores y Dioses
Soles, que Él era la Luz de los mundos, inauguró un período maravilloso donde
la humanidad ha sido amplia y universalmente iluminada. Este período data del
día de Navidad, hace dos mil años, en Palestina. Constituyó el más grandioso de
los días de Navidad y su influencia emanante fue mucho más poderosa que la de
cualesquiera de sus predecesores, los Portadores de la Luz, porque la humanidad
estaba más preparada para recibirla. Cristo vino bajo el signo de Piscis, los
Peces, signo del divino Intermediario en el sentido más elevado, o del médium
en el más inferior; es el signo de muchos de los Salvadores del mundo y de los
Reveladores de la divinidad que establecieron relaciones mundiales. Quisiera
que observen esta frase. El mayor impulso que llevó al Cristo a realizar su
especial tarea, fue el deseo de establecer rectas relaciones humanas. Ése es
también el deseo, consciente o inconsciente, de la humanidad, y sabemos que
algún día vendrá Aquel deseado por todas las naciones; las correctas relaciones
humanas existirán en todas partes y la buena voluntad complementará esa
realización, trayendo la paz en todas las tierras y entre todos los pueblos.
A través de
las edades, la Navidad ha sido reconocida y celebrada como una época de nuevos
comienzos, mejores contactos humanos y relaciones más felices entre familias y
comunidades. Así como las iglesias han ido descendiendo en su presentación
profun-damente materialista del cristianismo, el sencillo Día de Navidad, que hubiera
complacido al corazón de Cristo, ha degenerado en una orgía de gastos,
adquisición de cosas agradables, siendo considerado como una "buena
temporada para el comercio". Por lo tanto, debe recordarse que cuando las
fases de una religión inspirada por la vida, es interpretada en forma
totalmente materialista, cualquier civilización y cultura pierde su sentido de
los valores espirituales y responde principalmente a los valores materiales;
habiendo terminado su obra útil debe desaparecer, por el propio bien de la vida
y del progreso mismo.
El mensaje del
nacimiento de Cristo es siempre nuevo, pero hoy no es comprendido. Durante la
era de Acuario, en la que estamos entrando con rapidez, el énfasis cambiará de
Belén a Jerusalén y del niño Salvador al Cristo Resucitado. Piscis ha sido
durante dos mil años la luz que se expande; Acuario verá la Luz ascendente y,
de ambas, el Cristo es el eterno símbolo.
La antigua
historia del Nacimiento será universalizada y considerada como la historia de
todo discípulo e iniciado que recibe la primera iniciación, y en su época y
lugar se convierte en un servidor y portador de luz. En la era acuariana
tendrán lugar dos acontecimientos descollantes:
La Iniciación
del Nacimiento, condicionará el pensamiento y la aspiración humana en todas
partes.
La religión
del Cristo Resucitado y no la del Cristo recién nacido o del Cristo
crucificado, será la nota clave característica.
Pocas veces es
comprendido que centenares de miles de personas de todos los países han
recibido o se preparan para esta primera iniciación, denominada el Nacimiento
en Belén o la Casa del Pan. La humanidad, el discípulo mundial, está ahora
preparada para ello. Indicaciones de la exactitud de este enunciado pueden
verse en la reorientación de la gente, en todas partes, hacia las cosas
espirituales, en su interés por el bienestar humano y el bien, así como también
su perseverancia en la búsqueda de la luz y en sus anhelos y deseos de paz
verdadera, basados en las rectas relaciones humanas, complementadas por la buena
voluntad. Esta "mente en Cristo" puede observarse en la rebelión
contra la religión materialista y en el amplio esfuerzo que se aprecia en
Europa y en, otras partes, por devolver la tierra (la Madre Tierra, la
verdadera Virgen María) al pueblo. Puede verse en el constante ir y venir de la
gente por el mundo, simbolizado, en el Evangelio, en el viaje de María con el
niño Jesús a Egipto.
Luego siguió,
como dice El Nuevo Testamento, un ciclo de treinta años que, como sabemos, fue
cuando Jesús llegó a la madurez, en que pudo recibir la segunda iniciación, el
Bautismo en el Jordán, y empezar así su servicio público. Actualmente, los
muchos que pasaron por la primera iniciación en esta vida, están entrando en el
largo silencio de esos simbólicos treinta años en que alcanzarán la madurez y
recibirán la segunda iniciación. Esta iniciación demuestra el perfecto control
de la naturaleza emocional y de todas las características piscianas. Los
treinta años pueden considerarse como un período de desarrollo espiritual,
durante las tres etapas en que estará dividido Acuario, y en consecuencia la
era acuariana que ya está sobre nosotros. Me refiero a lo que técnicamente se
conoce como los tres decanatos de cada signo. En este signo, las aguas de la
era pisciana serán absorbidas, hablando simbólicamente, por el cántaro que
lleva Acuario sobre el hombro, símbolo característico de este signo, porque
Acuario es el portador del agua que lleva el agua de la vida o vida más
abundante, a los pueblos.
En la Era de
Acuario, el Cristo Resucitado es Él mismo el Portador de Agua. Esta vez Él no
manifestará la vida perfecta de un Hijo de Dios, tal cual fue su misión
anteriormente, sino que aparecerá como el Guía supremo de la Jerarquía
espiritual, para satisfacer la necesidad de todas las naciones sedientas del
mundo sedientas de verdad, de rectas relaciones humanas, de amorosa
comprensión. Esta vez Él será reconocido por todos, y Su propia Persona
testimoniará la realidad de la resurrección, demostrando paralelamente la
realidad de la inmortalidad del alma del hombre espiritual. Durante los dos mil
años pasados se hizo hincapié en la muerte, que ha matizado toda la enseñanza
de las iglesias ortodoxas; sólo un día del año se ha dedicado a la idea de la
resurrección. En la era acuariana el énfasis se pondrá en la vida y en la
liberación de la tumba de la materia, y ésta es la nota que caracterizará a la
nueva religión mundial y la diferenciará de todas las precedentes.
El festival de
Pascua y la festividad de Pentecostés, serán los dos días más destacados del
año religioso. Pentecostés, como se sabe, es el símbolo de las correctas
relaciones humanas, por lo cual todos los hombres y naciones se comprenderán
mutuamente y aunque hablen diversas y numerosas lenguas conocerán un solo
lenguaje espiritual.
Es muy
significativo que dos importantes episodios estén relacionados en la parte
final del Evangelio uno precediendo, y el otro siguiéndole inmediatamente
después de la aparente muerte de Cristo, y son:
La historia
del aposento alto hacia el cual condujo a los discípulos el hombre del cántaro,
que tipifica a Acuario, y en el que se realizó el primer servicio de comunión,
donde todos participaron y anticipó la gran relación que caracterizará a la
humanidad en la era venidera, después de las pruebas de la era pisciana. Tal
servicio de comunión no se ha realizado todavía, pero la Nueva Era lo verá.
El relato del
aposento alto, en que los discípulos se reunieron y reconocieron verdaderamente
al Cristo Resucitado y llegaron a un perfecto y completo conocimiento
recíproco, a pesar de la simbólica diversidad de idiomas. Esos discípulos
poseían un toque de previsión, de profética visión interna, y. anticiparon algo
de las maravillas de la era de Acuario.
La visión de
la mente de los hombres de hoy, es la de la era acuariana, aunque no lo
reconozcan. El futuro verá correctas relaciones, real comunión, participación
en todas las cosas (vino, sangre, pan, vida, satisfacción económica) y buena
voluntad. Tenemos también un cuadro del futuro de la humanidad, cuando todas
las naciones estén unidas por una total comprensión y la diversidad de idiomas
simbolismo de distintas culturas, tradiciones, civilizaciones y puntos de vista
no constituya un obstáculo para las rectas relaciones humanas. En el centro de
todos esos cuadros estará el Cristo.
Con el tiempo,
los objetivos expresados y los esfuerzos de las Naciones Unidas fructificarán,
y una nueva iglesia de Dios, formada por todas las religiones y grupos
espirituales, pondrán fin, en forma unida, a la gran herejía de la
separatividad. El amor, la unidad y el Cristo Resucitado, estarán presentes y
Él nos demostrará la vida perfecta. (El Destino de las Naciones, pp. 147-153 ed.
Inglesa).