CARTAS ROSACRUCES (V)
“LOS ADEPTOS”
En la contestación a mi carta última, has manifestado la opinión de que el exponente
de espiritualidad (significando intelectualidad y moralidad
combinadas) exigido por nuestro sistema de filosofía es en exceso elevado para que el hombre pueda alcanzarlo, y dudas tú si alguien ha llegado alguna vez a él. Permite
que te diga que muchos de aquellos
a quienes la Iglesia cristiana
llama santos, y otros muchos que no han pertenecido jamás a aquella Iglesia y a quienes
se acostumbra llamar "paganos", han obtenido
aquel estado, y por lo tanto
han alcanzado poderes espirituales que les han permitido llevar a cabo cosas bien extraordinarias,
llamadas milagros.
Si examinas la historia de las vidas de los santos,
encontrarás en ellas una gran
cantidad de cosas grotescas, fabulosas y falsas, puesto que aquellos que escriben las leyendas conocen
bien poco o nada acerca de las leyes misteriosas
de la naturaleza; ellos han registrado
fenómenos que han tenido lugar,
o que por lo menos se cree que han sucedido; pero no pueden ellos
explicar las causas que les han dado
origen, y han inventado las explicaciones que
les han parecido más probables
o creíbles, según su manera de pensar.
Pero entre todos estos escombros, encontrarás una gran parte de
verdad, lo cual viene a demostrar que aun la
misma inteligencia de personas sin ilustración puede ser iluminada por la sabiduría divina, si aquellas personas viven pura y
santamente. Verás cómo en
muchas ocasiones, frailes y monjas, pobres
e ignorantes, y según el mundo, sin instrucción, alcanzaron una sabiduría
tal, siendo consultados por papas y reyes en asuntos importantes, y cómo muchos
de ellos lograron el poder de abandonar sus cuerpos físicos para visitar lugares
distantes en sus cuerpos espirituales, formados por la sustancia
del pensamiento, y llegaron hasta
a aparecer en forma material en puntos remotos.
Las ocurrencias de esta especie han sido tan numerosas que, si leemos sus relaciones, cesarán de
parecer extraordinarias, y será de todo punto
innecesario el mencionar estos casos, puesto que todos ellos son ya bien conocidos. En la Vida de Santa Catalina de Sena en
la de San Francisco Javier y en muchos otros
libros encontrarás la descripción de semejantes
incidentes. La historia profana rebosa también de narraciones referentes a hombres y mujeres extraordinarios,
y me limitaré a recordarte la historia de Juana de Arco, que poseyó dones
espirituales, y la de Jacobo Boheme,
el zapatero ignorante, al cual la sabiduría divina iluminaba.
Dudamos de si puede existir nada más absurdo
que el intentar argüir y disputar acerca de
semejantes cosas con un escéptico o materialista que niega que sean posibles.
El intentarlo equivaldría a disputar
acerca de la existencia de la luz con un ciego de nacimiento, ni puede
ningún tribunal de ciegos fallar acerca de si la luz existe
o no
existe. Sin embargo, ha existido y todavía existe, y podemos darles a los ciegos una idea de la misma,
pero no podemos probársela científicamente, durante tanto
tiempo como permanezcan
ciegos a la razón y a la lógica.
En muchos puntos del mundo han sido las gentes degradadas hasta un punto tal por la
"civilización moderna" que ha llegado
a ser para ellos completamente incomprensible
el que una persona pueda
verificar acto alguno,
sea el que fuera, excepto
con el objeto de ganar dinero,
obtener comodidades o por afición
al lujo; el único móvil de su vida es el hacerse ricos, comer, beber, dormir y volver a comer, y gozar de todo el confort de la vida externa. Sin embargo, semejantes personas no son felices; viven en un estado de fiebre y excitación continuas, corriendo siempre tras de sombras que desaparecen en
cuanto se acercan, o que crean deseos más violentos hacia otras sombras, si son asimiladas y
absorbidas.
Pero afortunadamente, existen todavía otros en quienes
la centella divina de espiritualidad no ha sido velada por la humareda del materialismo, y algunos
existen en quienes esta centella se ha convertido en una llama, gracias
al soplo del Espíritu Santo,
emitiendo una luz
que ilumina sus inteligencias y que hasta penetra sus cuerpos físicos de un modo tal que aun un observador superficial puede ver que el carácter de estas personas es extraordinario.
Personas semejantes
existen en distintas
partes del mundo, y constituyen una Fraternidad, cuya
existencia es conocida sólo por muy
pocos, ni es de desear que cualesquiera detalles acerca de esta
Fraternidad sean conocidos públicamente, puesto que
semejantes noticias no harían más que
excitar la envidia y la cólera del ignorante y del malvado y poner en actividad una fuerza que ningún daño
causaría a los Adeptos, pero sí a
aquellas voluntades perversas que contra los Adeptos se levantaran.
Sin embargo,
como tú deseas conocer la verdad, no por curiosidad frívola, sino por el deseo de seguir
el camino de la misma, me es permitido darte las noticias siguientes [1]:
Los Hermanos de quienes
hablamos, viven desconocidos para el mundo; la historia nada sabe acerca de los mismos, y sin embargo, son ellos los más grandes de entre toda la humanidad. Los monumentos que en honor de los conquistadores del mundo han sido erigidos
se habrán convertido en polvo; reinos y tronos habrán desaparecido, pero estos elegidos vivirán todavía. Llegará un tiempo en el que el mundo
quedará convencido de la indignidad de las ilusiones externas,
y empezará a estimar sólo aquello que es digno de ser
apreciado; entonces será conocida la existencia de los Hermanos
y
se
apreciará
su
sabiduría. Los nombres de los grandes
de la tierra están escritos en el
polvo, los nombres de estos Hijos de la Luz inscritos
están en el Templo de la Eternidad. Yo te haré conocer a estos Hermanos, y podrás tú convertirte en uno de ellos.
Estos Hermanos están iniciados en los misterios de la religión,
pero no vayas a comprenderme mal, ni a suponer que pertenecen ellos a alguna sociedad
secreta exterior, como las que acostumbran a profanar
lo que es sagrado, por la
verificación de ceremonias externas, y cuyos miembros se llaman a si mismos Iniciados. ¡No! Unicamente el espíritu de Dios es quien puede iniciar al hombre en la Sabiduría Divina e iluminar su inteligencia. Unicamente el hombre puede guiar al hombre al altar donde arde el fuego divino, el segundo debe llegar a él por sí mismo; si desea
ser iniciado, debe por sí mismo
hacerse digno de obtener dones espirituales, él mismo debe beber en la fuente, que para todos existe, y de la cual nadie es
excluido más que aquellos que a sí mismos
se excluyan.
Mientras los ateos, materialistas y escépticos de nuestra
civilización moderna falsean
la palabra "filosofía", con objeto de preconizar como sabiduría divina las elucubraciones de sus propios cerebros, estos Hermanos viven tranquilamente bajo la influencia de una luz más elevada, y construyen un templo
para el eterno espíritu, un templo que continuará existiendo después de que más de un mundo haya perecido. Su trabajo consiste en cultivar los poderes del alma; ni el torbellino del mundo externo ni sus
ilusiones les afectan; leen las
letras vivientes de Dios en
el libro misterioso
de la naturaleza; ellos reconocen
y gozan de las armonías divinas del universo. Mientras los sabios del mundo procuran reducir a su
propio nivel intelectual y moral todo lo que es sagrado
y exaltado, estos Hermanos se
elevan al plano de la luz divina y encuentran en él todo cuanto en la naturaleza es bueno, verdadero y
bello. Son ellos los que no se limitan
a creer meramente, sino que conocen
la verdad por contemplación espiritual o Fe, y sus obras
hállense en armonía
con su Fe, porque ellos obran
bien por amor al bien y porque saben qué es el bien.
No creen que pueda un
hombre convertirse en un verdadero
cristiano por la mera profesión
de una cierta creencia, o
por unirse a una Iglesia
cristiana en el sentido literal de la palabra.
Convertirse en un verdadero cristiano significa convertirse en un Cristo,
elevarse
por
encima de la esfera de la personalidad e incluir y poseer en el seno del yo propio y divino
de uno mismo todo cuanto existe en los cielos
o sobre la tierra. Es un estado que se halla
fuera de la concepción de aquel que no lo ha alcanzado; significa una condición en la cual uno es actual
y conscientemente un templo
en donde la Trinidad Divina, con todo su poder, reside. Unicamente en esta luz o principio al cual nosotros
llamamos Cristo, y al cual otras
naciones conocen con otros nombres,
podemos encontrar nosotros la verdad. Entra en aquella luz, y aprenderás a conocer a los Hermanos que en la misma viven. En aquel
santuario residen todos los poderes
y los llamados medios sobrenaturales, por cuyo medio la humanidad puede recibir la energía necesaria
para que quede restablecido el lazo, en la
actualidad quebrantado, que en épocas remotas
unía al hombre con la fuente divina de la cual procede. Si los hombres
conociesen tan sólo la dignidad de sus propias almas y las posibilidades de los poderes
que latentes en las mismas permanecen,
el deseo tan sólo de encontrar sus propios egos les llenaría
de temor respetuoso.
Sólo existe un Dios, una verdad, una ciencia y un camino para llegar a ella; a este camino se le da el nombre de religión, y por lo tanto, sólo existe
una religión práctica, aunque
existan mil teorías diferentes. Todo cuanto se necesita para obtener un conocimiento de Dios
está contenido en la naturaleza. Todas cuantas verdades
la religión de verdad puede enseñar han existido desde el
principio del mundo y existirán
hasta que el mundo concluya. En todas y cada una de las naciones de este
planeta ha brillado siempre la luz en las
tinieblas, a pesar de que las tinieblas
no la han comprendido. En algunos puntos esta luz ha sido muy brillante, en otros menos, en proporción a la facultad receptiva del pueblo
y a
la pureza de su voluntad. Siempre que ha encontrado una receptividad grande ha aparecido
con gran resplandor y ha sido percibida
en un estado mayor de concentración según la capacidad de
los hombres para percibirla. La verdad es universal y no puede ser monopolizada por hombre alguno,
ni por ninguna colectividad de hombres;
los misterios más augustos de la religión, tales como la Trinidad, la caída o
diferenciación de la mónada
humana, su Redención por amor, etc., se encuentran tanto en los antiguos sistemas religiosos como en los modernos. El conocimiento de los mismos es el conocimiento del universo; en otras palabras, es la Ciencia Universal, una ciencia
que es infinitamente superior
a todas las ciencias materiales del mundo, cada una de las cuales entra todo lo más
en algún detalle ínfimo de la existencia, pero que deja a las grandes verdades universales,
en las que toda existencia se funda, fuera de
consideración, y hasta trata quizá semejantes conocimientos con desprecio, porque sus ojos están cerrados a la luz
del espíritu.
Las cosas externas pueden ser examinadas
con la luz externa; las especulaciones intelectuales
requieren la luz de la inteligencia, pero la luz del espíritu es indispensable para la percepción de las verdades espirituales, y una luz intelectual sin la iluminación espiritual conducirá a los hombres al error. Aquellos
que deseen conocer verdades espirituales, deben
buscar la luz en el interior de sí mismos, y no esperar
que la obtendrán por ninguna especie de formas o ceremonias
externas;
únicamente,
cuando
dentro
de
sí
mismos hayan encontrado a Cristo, serán dignos
del nombre de cristiano [2].
Esta era la religión práctica,
la ciencia y el saber de los sabios antiguos
largo tiempo antes
de que la palabra cristianismo fuese conocida; era también la religión
práctica de los primitivos cristianos, que eran gentes iluminadas espiritualmente y verdaderos seguidores de Cristo. Sólo
a
medida que el cristianismo se hizo
popular y, por consiguiente, comprendió erróneamente el sistema de religión, las interpretaciones falsas han suplantado a las verdaderas doctrinas, y
los símbolos sagrados han perdido su significación verdadera. Organizaciones eclesiásticas y sociedades secretas se han apropiado
las formas y alegorías
exteriores; fraudes eclesiásticos y misticismo han usurpado el trono de la religión y de la
verdad. Los hombres han destronado a
Dios, y se han colocado ellos mismos
en el trono. La ciencia de semejantes
hombres no es sabiduría;
sus
experiencias
prácticas
hállanse
limitadas por sus sensaciones corpóreas; su lógica hállase fundada en argumentos que son fundamentalmente
falsos,
jamás han conocido ellos las
relaciones existentes
entre el Infinito Espíritu
y el hombre finito; ellos se arrogan poderes divinos, que no poseen, induciendo así a los hombres a que busquen en ellos la luz, la cual puede únicamente encontrarse en el interior
de uno mismo; ellos
engañan al hombre con esperanzas
falsas, y aletargándolo en una falsa seguridad,
lo conducen a la perdición.
Un tal estado de cosas es la consecuencia necesaria del poder exterior
que las modernas iglesias han alcanzado. Demuestra la historia que según una iglesia ha aumentado en poder externo, ha disminuido
su poder interno. Ya no puede decir por más
tiempo: "No poseo ni oro ni plata", y tampoco a los enfermos
"Levántate y anda".
A menos que a los antiguos
sistemas se les infunda
una nueva vida,
su decadencia es segura. Su disolución es sólo en exceso aparente
en
el
desarrollo
universal
de
las
perniciosas supersticiones del materialismo,
escepticismo y libertinaje. No puede a
la religión infundírsele una vida nueva, dando fuerza al poder externo y autoridad material al clero; debe serle infundida en su centro mismo. El poder central que da vida a todas las
cosas y que a todas las pone en movimiento, es el Amor, y sólo estando
penetrada por el amor su religión puede ser fuerte y duradera;
una religión fundada en el amor universal de la humanidad
contendría los elementos de una
religión universal.
A menos que el principio
de amor sea prácticamente reconocido por la Iglesia no se
desarrollará en su seno Cristo alguno, ni adeptos ni guías espirituales
verdaderos, y los poderes espirituales que los clérigos pretenden
poseer existirán tan sólo en su imaginación. Cese el clero de distintas denominaciones de excitar
el espíritu de intolerancia, desista
de invitar al pueblo a la guerra y a la sangre, a disputas y querellas. Reconozcan que todos los hombres,
pertenezcan a la nación que pertenezcan, y profesen
la religión que profesen, tienen un
solo origen común, y que un solo
destino colectivo es el que les espera, y que todos ellos son fundamentalmente
uno, diferenciándose meramente en sus condiciones externas. Entonces,
cuando se piense más en el interés
de la humanidad que en los intereses temporales de las iglesias, entonces la verdadera
iglesia
recobrará su poder
interno; entonces se encontrarán de nuevo en la Iglesia
adeptos, Cristos y santos, otra vez se obtendrán dones espirituales, y hechos
milagrosos se llevarán a cabo, los cuales serán más a
propósito para convencer a la humanidad
que todas las especulaciones
teológicas acerca de que más
allá
del
reino sensible
de la ilusión material, existe
un poder
más elevado,
universal y divino, y que, a aquellos que están en posesión del mismo, además de darles derecho de llamarse a sí mismos divinos, les hace
realmente divinos y les permite llevar a
efecto actos divinos.
La verdadera religión consiste en el reconocimiento de Dios, pero Dios no puede ser
reconocido más que por medio de su manifestación, y aunque toda la naturaleza es una manifestación de Dios, sin embargo, el grado más alto de esta manifestación es la divinidad en el hambre. El hacer a todos los hombres divinos es el objetivo final de la religión, y el reconocer a la Divinidad universal (Cristo) en todos es el medio para lograr aquel fin. El reconocimiento
de Dios significa el reconocimiento del universal principio de amor divino.
Aquel que reconozca plenamente este principio, no meramente en la
teoría sino en la práctica, le serán
abiertos sus sentidos internos,
y su mente será iluminada por la Sabiduría Espiritual y Divina. Cuando
todos los hombres hayan llegado
a aquel estado,
entonces la luz divina del
espirito iluminará al mundo y será reconocida del mismo modo que la luz del
sol es universalmente vista. Entonces
el saber sustituirá a la opinión, la fe a la nueva creencia, y el amor universal dominará en
lugar del amor personal. Entonces
serán reconocidas en la naturaleza
y en el hombre la majestad del Dios universal y la armonía de sus leyes. Y en las joyas que
adornan al trono del Eterno, joyas que conocen los Adeptos, se verá resplandecer la Luz del Espíritu.
NOTAS:
La carta original de donde se ha extractado lo que sigue, fue escrita por Karl von Eckhartshaussen, en Munich, el año
1792.
En alemán un Cristo, significa un cristiano, y también uno que es una encarnación del principio Cristo; ambas
palabras son idénticas
y ninguna diferencia se hace entre un cristiano y un Cristo.
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