SABIDURÍA DIVINA (CARTA I)
Cartas Rosacruces
No intentes estudiar la más elevada de todas las ciencias si no
has decidido de antemano entrar en el sendero de la virtud, porque aquellos que
no son capaces de sentir la verdad no comprenderán mis palabras. Únicamente
aquellos que entren en el reino de Dios comprenderán los misterios divinos, y
cada uno de ellos aprenderá la verdad y la sabiduría sólo en la medida de su
capacidad para recibir en el corazón la luz divina de la verdad. Para aquellos
cuya vida consiste Únicamente en la mera luz de su inteligencia, los misterios
divinos de la naturaleza no serán comprensibles, porque las palabras que
pronuncia la luz no son oídas por sus almas; únicamente aquel que abandona su
propio yo puede conocer la verdad, porque la verdad sólo es posible conocerla
en la región del bien absoluto.
Todo cuanto existe es producto de la actividad del espíritu. La
más elevada de todas las ciencias es aquella por cuyo medio aprende el hombre a
conocer el lazo de unión entre la inteligencia espiritual y las formas
corpóreas. Entre el espíritu y la materia no existen las líneas de separación
marcadas, pues entre ambos extremos se presentan todas las gradaciones
posibles.
Dios es Fuego, emitiendo la Luz más pura. Esta Luz es Vida, y
las gradaciones existentes entre la Luz y las Tinieblas se hallan fuera de la
concepción humana Cuanto más nos aproximamos al centro de la Luz, tanta mayor
es la fuerza que recibimos, y tanto mayor poder y actividad resultan. El
destino del hombre es elevarse hasta aquel centro espiritual de Luz. El hombre
primordial era un hijo de aquella Luz. Permanecía en un estado de perfección
espiritual muchísimo más elevado que en el presente, en que ha descendido a un
estado más material asumiendo una forma corpórea y grosera. Para ascender de
nuevo a su altitud primera, tiene que volver atrás en el sendero por el cual
descendió.
Cada uno de los objetos animados de este mundo obtiene su vida y
su actividad gracias al poder del espíritu; los elementos groseros hállanse
regidos por los más sutiles, y estos a su vez por otros que lo son todavía más,
hasta llegar al poder puramente espiritual y divino, y de este modo, Dios
influye en todo y lo gobierna todo. En el hombre existe un germen de poder
divino, germen que desarrollándose, puede llegar a convertirse en un árbol del
cual cuelguen frutos maravillosos. Pero este germen puede únicamente
desenvolverse gracias a la influencia del calor que radia en torno del centro
flamígero del gran sol espiritual, y en la medida en que nos aproximamos a la
luz, es este calor sentido.
Desde el centro o causa suprema y original, radian continuamente
poderes activos, difundiéndose a través de las formas que su actividad eterna
ha producido, y desde estas formas radian otra vez hacia la causa primera,
dando lugar con esto a una cadena ininterrumpida en donde todo es actividad,
luz y vida. Habiendo el hombre abandonado la radiante esfera de luz, se ha
hecho incapaz de contemplar el pensamiento, la voluntad y la actividad del
Infinito en su unidad, y en la actualidad tan sólo percibe la imagen de Dios en
una multiplicidad de imágenes varias. Así es que él contempla a Dios bajo un
número de aspectos casi infinito, pero el mismo Dios permanece uno. Todas estas
imágenes deben recordarle la exaltada situación que un tiempo ocupó y a la
reconquista de la misma deben tender todos sus esfuerzos. A menos que se
esfuerce en elevarse a mayor altura espiritual, ira sumiéndose cada vez más
profundamente en la sensualidad, y le será entonces mucho más difícil el volver
a su estado primero.
Durante nuestra vida terrestre actual nos encontramos rodeados
de peligros, y para defendernos nuestro poder es bien poco. Nuestros cuerpos
materiales nos mantienen encadenados al reino de lo sensual y un millar de
tentaciones se lanzan sobre nosotros todos los días. De hecho, sin la reacción
del espíritu, la acción del principio animal en el hombre rápidamente lo
arrastraría al cieno de la sensualidad, en donde su humanidad desaparecería en
último resultado. Sin embargo, este contacto con lo sensual es necesario para
el hombre, pues le proporciona la fuerza sin la cual no sería capaz de
elevarse.
El poder de la voluntad es el que permite al hombre elevarse, y
aquel en quien la voluntad ha llegado a un tal estado de pureza que es una y la
misma con la voluntad de Dios, puede, incluso durante su vida en la tierra,
llegar a ser tan espiritual que contemple y comprenda en su unidad al reino de
la inteligencia. Un hombre tal puede llevar a cabo cualquier cosa; porque unido
con el Dios universal, todos los
poderes de la
naturaleza son sus propios poderes,
y en él se
manifestarán la armonía y la unidad del todo. Viviendo en lo eterno, no se
halla sujeto a las condiciones de espacio y de tiempo, porque participa del
poder de Dios sobre todos los elementos y poderes que en los mundos visible e
invisible existen, y comparte y goza de la gloria (conciencia) de lo que es
eterno. Diríjanse todos tus esfuerzos a alimentar la tierna planta de virtud
que en tu seno crece. Para facilitar su desarrollo purifica tu Voluntad y no
permitas que las ilusiones de la sensualidad y del tiempo te tienten y te
engañen; y cada uno de los pasos que des en el sendero que a la vida eterna
conduce, te encontrarás con un aire más puro, con una vida nueva, con una luz
más clara, y a medida que asciendas hacia lo alto aumentará la expansión de tu
horizonte mental.
La inteligencia sola no conduce a la sabiduría. El espíritu lo
conoce todo, y sin embargo ningún hombre le conoce. La inteligencia sin Dios
enloquece, empieza a adorarse a sí misma y rechaza la influencia del Espíritu
Santo. ¡Ah, cuán poco satisfactoria y engañosa es una tal inteligencia sin
espiritualidad! ¡Cuán pronto perecerá! El espíritu es la causa de todo, ¡y cuán
pronto cesará de brillar la luz de la más brillante de las inteligencias una
vez abandonada por los rayos de vida del sol del espíritu!
Para comprender los secretos de la sabiduría no basta el
especular y el inventar teorías acerca de los mismos. Lo que principalmente se
necesita es sabiduría. Solamente aquel que se conduce sabiamente es en realidad
sabio, aunque no haya recibido jamás la menor instrucción intelectual. Para
poder ver necesitamos tener ojos, y no podemos prescindir de los oídos si
queremos oír. Para poder percibir las cosas del espíritu necesitamos el poder
de la percepción espiritual.
Es el espíritu y no la inteligencia quien da la vida a todas las
cosas, desde el ángel planetario hasta el molusco del fondo del océano. Esta
influencia espiritual siempre desciende de arriba abajo, y nunca asciende de
abajo arriba, en otras palabras: siempre radia desde el centro a la periferia,
pero jamás de la periferia al centro. Esto explica por qué siendo tan sólo la
inteligencia del hombre el producto o efecto de la luz del espíritu que brilla
en la materia no puede nunca elevarse por encima de su propia esfera de la luz,
que procede del espíritu. La inteligencia del hombre será capaz de comprender
las verdades espirituales únicamente con la condición de que su conciencia
entre en el reino de la luz espiritual.
Esta es una verdad que la gran mayoría de las personas
científicas e ilustradas no querrán comprender. No pueden elevarse a un estado
superior al de las esferas intelectuales creadas por ellas mismas, y consideran
todo lo que se halla fuera de ellas como vaguedades y sueños ilusorios. Por lo
tanto, su comprensión es oscura, en su corazón residen las pasiones, y no se
les permite a ellos el contemplar la luz de la verdad. Aquel cuyo juicio es
determinado por lo que percibe con sus sentidos extremos no puede realizar las
verdades espirituales. Un hombre dominado por los sentidos se mantiene adherido
a su yo individual, el cual es una ilusión, y naturalmente, odia la verdad,
porque el conocimiento de la misma destruye su personalidad. El instinto
natural del yo inferior del hombre le impulsa a considerarse a sí mismo como un
ser aislado, distinto del Dios universal. El conocimiento de la verdad destruye
aquella ilusión, y por lo tanto, el hombre sensual odia la verdad.
El hombre espiritual es un hijo de la Luz. La regeneración del
hombre y su restauración a su primer estado de perfección, en el cual sobrepasa
a todos los demás seres del universo, depende de la destrucción y remoción de
todo cuanto oscurece o vela su verdadera naturaleza interna. El hombre es, por
decirlo así un fuego concentrado en el interior de una cascara material y
grosera. Es su destino el disolver en este fuego las porciones materiales y
groseras (del alma) y unirse de nuevo con el flamígero centro, del cual es a
manera de centella durante su vida terrestre.
Si la conciencia y la actividad del hombre hállanse
continuamente concentradas en las cosas externas, la luz que radia de la
centella divina desde el interior del corazón va debilitándose poco a poco, y
desaparece finalmente. Pero si el
fuego interno se
cultiva y alimenta,
destruye los elementos
groseros, atrae otros principios más etéreos, hace al hombre
más y más espiritual y le concede poderes divinos. No sólo
cambia el estado
del alma (la
actividad interna), cambia
también el estado receptivo más perfecto para las
influencias puras y divinas, y ennoblece por completo la constitución del
hombre hasta que se convierte en el verdadero Señor de la creación. La
Sabiduría Divina o «Teosofía» no consiste en conocer intelectualmente muchas
cosas, en ser sabio en
pensamientos, palabras y
acciones. No puede
existir ninguna Teosofía especial ni cristiana. La Sabiduría
en absoluto (Sabiduría Divina) no posee calificaciones. Es el reconocimiento
practico de la verdad absoluta, y esta verdad es sólo UNA.
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