Annie Besant
En todos los tiempos los estudiantes
espirituales han reconocido este poder como la energía espiritual del hombre,
esencialmente una con la que engendra, evoca y sostiene los mundos. Hoy este
poder es objeto de vacilantes investigaciones personales y grupales y muchos lo
estudian con intento de obtener resultados por otros medios inasequibles.
Las escuelas de la Ciencia Cristiana,
Ciencia del Pensamiento y Terapéutica Mental apoyan sus conclusiones en el
dilatado poder de la voluntad.
Las enfermedades, y no tan sólo los
desarreglos nerviosos como algunos se figuran, ceden al flujo de la voluntad.
Los desórdenes nerviosos ceden más fácilmente, porque el sistema nervioso ha
sido modelado para la. expresión de las potencias espirituales en el plano
físico. Los resultados son más rápidos cuando se actúa primero sobre el sistema
simpático, porque está más directamente relacionado con la voluntad en forma de
deseo, así como el cerebro-espinal tiene mayor relación con los aspectos de
conocimiento y voluntad pura.
La reducción de tumores y la extirpación
de sus causas, así como la cura de heridas y fracturas de huesos demandan
ordinariamente muchos conocimientos por parte del terapeuta. Decimos
"ordinariamente" porque es posible que la voluntad esté guiada desde
el plano superior, aunque haya en el físico falta de conocimientos, si el
terapeuta es hombre de muy adelantada evolución.
Cuando hay conocimientos científicos, el
operador comenzará por representarse el órgano enfermo como si estuviese sano,
por medio de una imagen formada con materia mental, después formará la misma
imagen con materia astral para densificarla; luego se valdrá de sus fuerzas
magnéticas para densificarla todavía más en materia etérea; y por último
adherirá a esta especie de molde los físicos materiales de gases, líquidos y
sólidos, sirviéndose para ello de los que halle utilizables en el cuerpo del
enfermo y supliendo las deficiencias con otros externos.
Todo este tratamiento ha de estar guiado
por la energía volitiva, y la manipulación de la materia depende del
conocimiento tanto en el plano físico como en los superiores. Este método
carece de los riesgos que acompañan a otros más comúnmente empleados por lo
fáciles, que consisten, según dijimos, en actuar sobre el sistema simpático.
Algunos métodos divulgados aconsejan
concentrar el pensamiento en el plexo solar y "vivir bajo su
influencia". El sistema simpático, cuyo centro capital es el plexo solar,
gobierna las funciones cardíacas, pulmonares y digestivas; pero. como ya hemos
expuesto, estas funciones vitales pasaron al dominio del sistema simpático en
el transcurso de la evolución, según fue predominando el sistema
cerebro-espinal, y así resulta que la restitución de estas funciones al dominio
de la voluntad, mediante la concentración del pensamiento, es regresar en vez
de progresar, aunque por ello se alcance cierto grado de clarividencia. Este
método, conforme dijimos, tiene en la India gran número de partidarios en el
sistema llamado del hâtha yoga, que enseña a sojuzgar los movimientos
cardiacos, pulmonares y digestivos, hasta el punto de paralizar los latidos,
contener la respiración e invertir los movimientos peristálticos del intestino.
Pero una vez conseguido esto ¿qué
ganancia hay en ello?
Haber puesto bajo el dominio de la
voluntad un sistema automatizado en el transcurso de la evolución con mucha
ventaja para el hombre físico, por lo que en vez de adelantar habremos
retrocedido en la senda evolutiva. Este método amenaza con el definitivo
fracaso, aunque de momento produce resultados de aparente utilidad.
Además, la concentración del pensamiento
en un centro del sistema simpático, y sobre lodo en el plexo solar, entraña un
grave peligro físico, a menos que el estudiante esté bajo la dirección de su
Maestro o sea capaz de transportar a su cerebro físico las instrucciones
recibidas de planos superiores. Su concentración mental en el plexo solar puede
producir enfermedades de muy perniciosa índole, tales como profunda melancolía,
casi imposible de curar, hondo abatimiento y a veces la parálisis. No ha de
marchar por este camino el discreto estudiante espiritual que anhele llegar al
conocimiento del Yo, porque una vez obtenido este conocimiento, el cuerpo
físico es un instrumento dócil a la influencia del Yo y todo cuanto debemos
hacer entretanto es purificarlo y refinarlo de suerte que se ponga en armonía
con los vehículos superiores y vibre rítmicamente con ellos.
Así será el cerebro más responsivo y por
el pensamiento y la meditación (sobre elevadas ideas y no sobre el mismo
cerebro) se refinará progresivamente hasta llegar a ser un órgano perfecto. Así
adelantamos en el sendero de la evolución mientras que retrocederíamos si
actuáramos directamente en los plexos simpáticos.
Muchos vinieron en demanda de que se les
librara de los sufrimientos derivados de estas prácticas y sólo cupo
responderles que se necesitarían muchos años para remediar el mal.
Cierto es que volviendo atrás pueden
obtenerse más fáciles resultados; pero mucho mejor es arrostrar las
dificultades de una larga ascensión y servirse del instrumento físico desde
arriba y no desde abajo.
En el tratamiento de las enfermedades
por la voluntad, conviene precaver también el peligro de transferir a un
vehículo superior la enfermedad eliminada del físico, porque toda dolencia
corporal es, con pocas excepciones, el definitivo resultado de un mal ya
existente en los planos superiores, por lo que es mucho mejor entonces esperar
su resolución, que restituirlo de por fuerza al vehículo sutil en donde se
engendró.
La enfermedad física es muchas veces la
última consecuencia de un mal pensamiento o un mal deseo, y en tales casos
mejor conviene la terapéutica física porque no retrollevará la dolencia al
vehículo sutil como lo haría la terapéutica mental. El magnetismo curativo no
ofrece riesgo, pues corresponde al plano físico y puede emplearlo impunemente
toda persona de puros pensamientos y deseos; pero en cuanto la voluntad
interviene en el plano físico, hay peligro de que por reacción vuelva el mal al
vehículo de procedencia.
Sin embargo, si la cura mental se
efectúa por la purificación de los pensamientos y los deseos, influirán éstos
luego de purificados en el cuerpo físico sin riesgo alguno, pues el
restablecimiento de la armonía física por medio del equilibrio de tos cuerpos
astral y mental es un buen método terapéutico, aunque no tan rápido y mucho más
difícil que la curación por voluntad. La pureza de mente equivale a la salud
del cuerpo, y esta verdad ha movido a muchos al empleo de la terapéutica
mental.
El hombre de mente pura y equilibrada,
no padecerá enfermedades agudas, si bien cabe que haya de pagar alguna deuda
kármica o sufrir las discordancias ajenas. Pureza y salud son inseparables;
pero cuando un santo enferma, es para apurar los efectos de un mal pensamiento
pasado o sufrir las consecuencias de las discordias del mundo, para
armonizarlas en sus vehículos y devolverlas en torrentes de paz y benevolencia.
A muchos admira que los hombres más
buenos y puros sufran a la par física y mentalmente; pero sufren por los demás,
no por ellos, y son en verdad magos blancos que en el crisol de sus cuerpos
doloridos transmutan por espiritual alquimia los viles metales de las humanas
pasiones en el oro purísimo del amor y la paz. Aparte de lo referente a los
medios de actuar en el cuerpo por la voluntad, preguntan las mentes reflexivas
si es lícito servirnos de ella en nuestro natural provecho, pues ¿no degradamos
este restablecimiento de la salud corporal? ¿Es bien que la divina potencia
convierta en pan las piedras y caiga así en la tentación que resistió Cristo?
Sea histórico o místico este pasaje de los Evangelios, no deja de entrañar una
verdad espiritual y un ejemplo de obediencia perfecta a la ley oculta. La
respuesta de Cristo es de todos modos verdadera: "No con sólo pan vivirá
el hombre, mas con toda palabra de Dios". Esta ética parece ser mucho más
elevada que la que pone lo divino al servicio del cuerpo físico, pues uno de
los peligros de nuestra época está en la adoración del cuerpo, que lo encumbra
a un demasiado alto pináculo, como reacción consiguiente al
exagerado ascetismo. Al emplear la
voluntad en servicio del cuerpo la esclavizamos a él, y al procurar libramos de
todo sufrimiento y dolor sofocamos la valiosa virtud de la paciencia,
resultando de ello que nos irritamos en cuanto el más leve sufrimiento resiste
a la voluntad, cuya superior potencia queda entonces invalidada para gobernar y
sostener el cuerpo en los más acerbos sufrimientos. La vacilación en emplear el
poder de la voluntad para alivio del cuerpo no nace de la duda respecto al
valor terapéutico del pensamiento ni de la verdad de la ley sobre que se funda
su acción curativa, sino que nace del temor de que los hombres caigan en la
tentación de convertir la voluntad que debe elevarlos a los reinos
espirituales, en sierva del cuerpo físico y quedar sin su ayuda en horas de
necesidad.
Hay una ley oculta que a todo iniciado
obliga y le prohíbe emplear sus poderes en provecho propio, pues si tal hiciera
perdería el de ayudar a los demás, y fuera insensatez preferir lo menor a lo
mayor. La tentación de Cristo encierra un significado mucho más profundo del
que generalmente se le atribuye, porque si hubiese empleado sus ocultos poderes
para convertir en pan las piedras a fin de satisfacer el hambre, en vez de
esperar pacientemente el alimento traído por los Seres brillantes, no fuera
después capaz de sufrir el místico sacrificio de la Cruz. Profunda verdad
oculta encerraba aquel sarcasmo de los sayones al decirle: "A otros salvó,
a sí mismo no puede salvar". No debía servirse en provecho propio, para
mitigar sus sufrimientos, de aquellos poderes que habían devuelto la vista a
los ciegos y sanado a los leprosos. Quienes no tengan otra mira que su personal
salvación, no acepten la divina misión de salvadores del mundo.
Al llegar a cierto punto de la evolución
será necesario proseguir por una o por otra vía. Si eligen la inferior y ponen
sus poderes al servicio del llegar a cierto punto de la evolución será
necesario proseguir por una o por otra vía. Si eligen la inferior y ponen sus
poderes al servicio del personal provecho y del bienestar del cuerpo, han de
renunciar a la altísima misión de emplearlos en redimir a la raza humana. La
actividad mental es tan intensa en nuestros días, que como nunca se necesita
emplear sus poderes en elevadísimos fines.
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