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lunes, 7 de diciembre de 2015

EL PODER DE LA VOLUNTAD (Annie Besant)

EL PODER DE LA VOLUNTAD
Annie Besant



En todos los tiempos los estudiantes espirituales han reconocido este poder como la energía espiritual del hombre, esencialmente una con la que engendra, evoca y sostiene los mundos. Hoy este poder es objeto de vacilantes investigaciones personales y grupales y muchos lo estudian con intento de obtener resultados por otros medios inasequibles.

Las escuelas de la Ciencia Cristiana, Ciencia del Pensamiento y Terapéutica Mental apoyan sus conclusiones en el dilatado poder de la voluntad.

Las enfermedades, y no tan sólo los desarreglos nerviosos como algunos se figuran, ceden al flujo de la voluntad. Los desórdenes nerviosos ceden más fácilmente, porque el sistema nervioso ha sido modelado para la. expresión de las potencias espirituales en el plano físico. Los resultados son más rápidos cuando se actúa primero sobre el sistema simpático, porque está más directamente relacionado con la voluntad en forma de deseo, así como el cerebro-espinal tiene mayor relación con los aspectos de conocimiento y voluntad pura.

La reducción de tumores y la extirpación de sus causas, así como la cura de heridas y fracturas de huesos demandan ordinariamente muchos conocimientos por parte del terapeuta. Decimos "ordinariamente" porque es posible que la voluntad esté guiada desde el plano superior, aunque haya en el físico falta de conocimientos, si el terapeuta es hombre de muy adelantada evolución.

Cuando hay conocimientos científicos, el operador comenzará por representarse el órgano enfermo como si estuviese sano, por medio de una imagen formada con materia mental, después formará la misma imagen con materia astral para densificarla; luego se valdrá de sus fuerzas magnéticas para densificarla todavía más en materia etérea; y por último adherirá a esta especie de molde los físicos materiales de gases, líquidos y sólidos, sirviéndose para ello de los que halle utilizables en el cuerpo del enfermo y supliendo las deficiencias con otros externos.

Todo este tratamiento ha de estar guiado por la energía volitiva, y la manipulación de la materia depende del conocimiento tanto en el plano físico como en los superiores. Este método carece de los riesgos que acompañan a otros más comúnmente empleados por lo fáciles, que consisten, según dijimos, en actuar sobre el sistema simpático.

Algunos métodos divulgados aconsejan concentrar el pensamiento en el plexo solar y "vivir bajo su influencia". El sistema simpático, cuyo centro capital es el plexo solar, gobierna las funciones cardíacas, pulmonares y digestivas; pero. como ya hemos expuesto, estas funciones vitales pasaron al dominio del sistema simpático en el transcurso de la evolución, según fue predominando el sistema cerebro-espinal, y así resulta que la restitución de estas funciones al dominio de la voluntad, mediante la concentración del pensamiento, es regresar en vez de progresar, aunque por ello se alcance cierto grado de clarividencia. Este método, conforme dijimos, tiene en la India gran número de partidarios en el sistema llamado del hâtha yoga, que enseña a sojuzgar los movimientos cardiacos, pulmonares y digestivos, hasta el punto de paralizar los latidos, contener la respiración e invertir los movimientos peristálticos del intestino.

Pero una vez conseguido esto ¿qué ganancia hay en ello?

Haber puesto bajo el dominio de la voluntad un sistema automatizado en el transcurso de la evolución con mucha ventaja para el hombre físico, por lo que en vez de adelantar habremos retrocedido en la senda evolutiva. Este método amenaza con el definitivo fracaso, aunque de momento produce resultados de aparente utilidad.

Además, la concentración del pensamiento en un centro del sistema simpático, y sobre lodo en el plexo solar, entraña un grave peligro físico, a menos que el estudiante esté bajo la dirección de su Maestro o sea capaz de transportar a su cerebro físico las instrucciones recibidas de planos superiores. Su concentración mental en el plexo solar puede producir enfermedades de muy perniciosa índole, tales como profunda melancolía, casi imposible de curar, hondo abatimiento y a veces la parálisis. No ha de marchar por este camino el discreto estudiante espiritual que anhele llegar al conocimiento del Yo, porque una vez obtenido este conocimiento, el cuerpo físico es un instrumento dócil a la influencia del Yo y todo cuanto debemos hacer entretanto es purificarlo y refinarlo de suerte que se ponga en armonía con los vehículos superiores y vibre rítmicamente con ellos.

Así será el cerebro más responsivo y por el pensamiento y la meditación (sobre elevadas ideas y no sobre el mismo cerebro) se refinará progresivamente hasta llegar a ser un órgano perfecto. Así adelantamos en el sendero de la evolución mientras que retrocederíamos si actuáramos directamente en los plexos simpáticos.

Muchos vinieron en demanda de que se les librara de los sufrimientos derivados de estas prácticas y sólo cupo responderles que se necesitarían muchos años para remediar el mal.

Cierto es que volviendo atrás pueden obtenerse más fáciles resultados; pero mucho mejor es arrostrar las dificultades de una larga ascensión y servirse del instrumento físico desde arriba y no desde abajo.

En el tratamiento de las enfermedades por la voluntad, conviene precaver también el peligro de transferir a un vehículo superior la enfermedad eliminada del físico, porque toda dolencia corporal es, con pocas excepciones, el definitivo resultado de un mal ya existente en los planos superiores, por lo que es mucho mejor entonces esperar su resolución, que restituirlo de por fuerza al vehículo sutil en donde se engendró.

La enfermedad física es muchas veces la última consecuencia de un mal pensamiento o un mal deseo, y en tales casos mejor conviene la terapéutica física porque no retrollevará la dolencia al vehículo sutil como lo haría la terapéutica mental. El magnetismo curativo no ofrece riesgo, pues corresponde al plano físico y puede emplearlo impunemente toda persona de puros pensamientos y deseos; pero en cuanto la voluntad interviene en el plano físico, hay peligro de que por reacción vuelva el mal al vehículo de procedencia.

Sin embargo, si la cura mental se efectúa por la purificación de los pensamientos y los deseos, influirán éstos luego de purificados en el cuerpo físico sin riesgo alguno, pues el restablecimiento de la armonía física por medio del equilibrio de tos cuerpos astral y mental es un buen método terapéutico, aunque no tan rápido y mucho más difícil que la curación por voluntad. La pureza de mente equivale a la salud del cuerpo, y esta verdad ha movido a muchos al empleo de la terapéutica mental.

El hombre de mente pura y equilibrada, no padecerá enfermedades agudas, si bien cabe que haya de pagar alguna deuda kármica o sufrir las discordancias ajenas. Pureza y salud son inseparables; pero cuando un santo enferma, es para apurar los efectos de un mal pensamiento pasado o sufrir las consecuencias de las discordias del mundo, para armonizarlas en sus vehículos y devolverlas en torrentes de paz y benevolencia.

A muchos admira que los hombres más buenos y puros sufran a la par física y mentalmente; pero sufren por los demás, no por ellos, y son en verdad magos blancos que en el crisol de sus cuerpos doloridos transmutan por espiritual alquimia los viles metales de las humanas pasiones en el oro purísimo del amor y la paz. Aparte de lo referente a los medios de actuar en el cuerpo por la voluntad, preguntan las mentes reflexivas si es lícito servirnos de ella en nuestro natural provecho, pues ¿no degradamos este restablecimiento de la salud corporal? ¿Es bien que la divina potencia convierta en pan las piedras y caiga así en la tentación que resistió Cristo? Sea histórico o místico este pasaje de los Evangelios, no deja de entrañar una verdad espiritual y un ejemplo de obediencia perfecta a la ley oculta. La respuesta de Cristo es de todos modos verdadera: "No con sólo pan vivirá el hombre, mas con toda palabra de Dios". Esta ética parece ser mucho más elevada que la que pone lo divino al servicio del cuerpo físico, pues uno de los peligros de nuestra época está en la adoración del cuerpo, que lo encumbra a un demasiado alto pináculo, como reacción consiguiente al

exagerado ascetismo. Al emplear la voluntad en servicio del cuerpo la esclavizamos a él, y al procurar libramos de todo sufrimiento y dolor sofocamos la valiosa virtud de la paciencia, resultando de ello que nos irritamos en cuanto el más leve sufrimiento resiste a la voluntad, cuya superior potencia queda entonces invalidada para gobernar y sostener el cuerpo en los más acerbos sufrimientos. La vacilación en emplear el poder de la voluntad para alivio del cuerpo no nace de la duda respecto al valor terapéutico del pensamiento ni de la verdad de la ley sobre que se funda su acción curativa, sino que nace del temor de que los hombres caigan en la tentación de convertir la voluntad que debe elevarlos a los reinos espirituales, en sierva del cuerpo físico y quedar sin su ayuda en horas de necesidad.

Hay una ley oculta que a todo iniciado obliga y le prohíbe emplear sus poderes en provecho propio, pues si tal hiciera perdería el de ayudar a los demás, y fuera insensatez preferir lo menor a lo mayor. La tentación de Cristo encierra un significado mucho más profundo del que generalmente se le atribuye, porque si hubiese empleado sus ocultos poderes para convertir en pan las piedras a fin de satisfacer el hambre, en vez de esperar pacientemente el alimento traído por los Seres brillantes, no fuera después capaz de sufrir el místico sacrificio de la Cruz. Profunda verdad oculta encerraba aquel sarcasmo de los sayones al decirle: "A otros salvó, a sí mismo no puede salvar". No debía servirse en provecho propio, para mitigar sus sufrimientos, de aquellos poderes que habían devuelto la vista a los ciegos y sanado a los leprosos. Quienes no tengan otra mira que su personal salvación, no acepten la divina misión de salvadores del mundo.

Al llegar a cierto punto de la evolución será necesario proseguir por una o por otra vía. Si eligen la inferior y ponen sus poderes al servicio del llegar a cierto punto de la evolución será necesario proseguir por una o por otra vía. Si eligen la inferior y ponen sus poderes al servicio del personal provecho y del bienestar del cuerpo, han de renunciar a la altísima misión de emplearlos en redimir a la raza humana. La actividad mental es tan intensa en nuestros días, que como nunca se necesita emplear sus poderes en elevadísimos fines.



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