Mi lista de blogs y bibliotecas

sábado, 26 de abril de 2014

AUTORREALIZACIÓN Y PERTURBACIONES.- “La realización espiritual y sus crisis asociadas.” Artículo del Dr. Roberto Assagioli



AUTORREALIZACIÓN Y PERTURBACIONES.-
“La realización espiritual y sus crisis asociadas.”
Artículo del Dr. Roberto Assagioli



 El desarrollo espiritual es un arduo y largo viaje, una aventura a través de territorios extraños llenos de sorpresas, alegrías y belleza, dificultades y también peligros. Implica el despertar de potencialidades hasta entonces dormidas, la apertura de la consciencia a nuevos campos, una drástica transformación de los elementos “normales” de la personalidad, y un funcionamiento conforme a una nueva dimensión.

Utilizo el término “espiritual” en su connotación más amplia, y siempre referida a la experiencia humana empíricamente observable. En este sentido, “espiritual” abarca no sólo las experiencias tradicionalmente consideradas como religiosas, sino también todos los estados de consciencia, todas las funciones y actividades humanas que tienen como denominador común el poseer valores superiores a la media: valores como los éticos, estéticos, heroicos, humanitarios y altruistas.

En la Psicosíntesis, consideramos que dichas experiencias de valores superiores proceden de niveles supraconscientes del ser humano. El supraconsciente puede conceptualizarse como la contrapartida superior del inconsciente inferior, tan bien cartografiado por Freud y sus sucesores. Sirviendo de centro superior unificador del supraconsciente y del individuo como un todo se encuentra el Yo transpersonal o Yo Superior. Así pues, las experiencias espirituales pueden limitarse al terreno del supraconsciente o incluir la toma de consciencia de este Yo, que gradualmente desemboca en la autorrealización: la identificación del “yo” con el Yo transpersonal.

No nos podemos sorprender de encontrarnos con que una transformación tan esencial esté marcada por varias fases críticas, que pueden ser acompañadas por diversas perturbaciones mentales, emocionales, e incluso físicas. Para la observación objetiva y clínica del terapeuta, éstas pueden parecer de la misma naturaleza que las debidas a causas más habituales. Pero de hecho tienen otra función y otro significado, y requieren ser tratadas de manera diferente.

La incidencia de las perturbaciones de origen espiritual está creciendo rápidamente hoy día, a medida que un creciente número de personas se empieza a encaminar, consciente o inconscientemente, hacia una vida más plena. Por otra parte, el mayor desarrollo y complejidad de la personalidad del ser humano actual y su mente cada vez más crítica, han hecho que el desarrollo espiritual sea más rico, más gratificante, pero también lo ha convertido en un proceso más difícil y complicado. En el pasado, bastaba frecuentemente con una conversión moral, la devoción de corazón a un maestro o a un salvador, o la entrega a Dios, para abrir las puertas de acceso a niveles superiores de consciencia y a un sentimiento de unidad y de plenitud internas. Actualmente, sin embargo, se hallan implicados aspectos demasiado diversos y complejos de la personalidad del ser humano contemporáneo, que requieren ser armonizados entre sí y transmutados: sus acciones básicas, sus emociones y sentimientos, su imaginación creativa, su mente curiosa, su voluntad enérgica, y también sus relaciones interpersonales y sociales.
Por estas razones es útil tener una descripción general de las perturbaciones que pueden surgir en fases diferentes del desarrollo espiritual, así como algunas indicaciones sobre la mejor manera de enfrentarse a ellas. En este proceso reconocemos cuatro etapas o fases críticas:

— Las crisis que preceden al despertar espiritual.
— Las crisis causadas por el despertar espiritual.
— Las reacciones posteriores al despertar espiritual.
— Las fases del proceso de transmutación.

He utilizado la expresión simbólica “despertar” porque ésta sugiere claramente la toma de consciencia de un nuevo campo de experiencia, la apertura de los ojos hasta entonces cerrados a una realidad interna previamente desconocida.

Las crisis que preceden al despertar espiritual:

Con objeto de comprender mejor las experiencias que suelen preceder al despertar, debemos revisar algunas de las características del ser humano “normal”.

Podría decirse de éste que “se deja vivir” en lugar de vivir. Toma la vida como viene sin preguntarse su significado, su valor y su propósito; se dedica a la satisfacción de sus deseos personales; busca el disfrute de los sentidos, placeres emocionales, seguridad material o la consecución de la ambición personal. Si está más maduro, subordina sus satisfacciones personales al cumplimiento de las diversas obligaciones familiares y sociales que le son asignadas, pero sin buscar la comprensión de los fundamentos en que éstas se basan ni de las fuentes de las que proceden. Probablemente se considera a sí mismo como “religioso” y creyente, pero normalmente su religión es externa y convencional, y una vez que se ha adaptado a los mandatos de su iglesia y compartido sus ritos, cree haber hecho todo lo que se exige de él. En resumen, su fe operativa tiene como objeto una única realidad, que es la del mundo que puede ver y tocar y, por ello, está fuertemente apegado a los bienes materiales. Así pues, a todos los efectos, considera esta vida como un fin en sí mismo. Su creencia en un “cielo” futuro, si es que lo concibe, es teórica y académica, como lo prueba el hecho de que hace todo lo que puede para posponer lo más posible su partida para disfrutarlo.

Pero puede suceder que este “hombre normal” sea sorprendido, y también perturbado, por un cambio –súbito o lento– en su vida interior. Puede ser que ello ocurra después de una serie de desengaños; no es raro que suceda tras un shock emocional, como el producido por la pérdida de un familiar querido o de un amigo muy cercano. Pero a veces tiene lugar sin ninguna causa aparente, y en pleno gozo de buena salud y abundante prosperidad. El cambio comienza frecuentemente con un sentimiento creciente de insatisfacción, de carencia, de “que falta algo”. Pero esto “que falta” no es nada concreto y material; es algo vago y huidizo, algo que es incapaz de describir.

A esto se añade paulatinamente un sentimiento de irrealidad y de vacío de la vida ordinaria. Los asuntos personales, que previamente absorbían gran parte de su interés y de su atención, parecen retirarse psicológicamente a un plano posterior; pierden su valor y su importancia. Surgen nuevos problemas. La persona comienza a preguntarse, por ejemplo, por el sentido de sus propios sufrimientos y los de los demás, y por la justificación que puede existir para tanta desigualdad en el destino de los seres humanos.

Cuando una persona ha alcanzado este punto, le falta poco para comprender e interpretar de manera equivocada su propio estado. Muchas personas que no entienden el significado de estos nuevos estados de la mente los consideran como fantasías y divagaciones anormales. Alarmadas por la posibilidad de un desequilibrio mental, se esfuerzan por combatirlos de varios modos, haciendo desesperados intentos para volverse a implicar en la “realidad” de la vida diaria, que les parece que se les está escapando. Con frecuencia, se lanzan con renovado ardor a la agitación de las actividades externas, buscando nuevas ocupaciones, nuevos estímulos y nuevas sensaciones. Mediante éstos y otros medios tal vez puedan lograr por un tiempo aliviar su estado alterado, pero no pueden librarse de él de manera permanente. Continúa fermentando en el fondo de su ser, socavando los cimientos de su existencia ordinaria, y siendo susceptible de irrumpir de nuevo con renovada intensidad, tal vez después de mucho tiempo. El estado de incomodidad y de agitación se hace cada vez más doloroso y la sensación de vacío interior se vuelve insoportable. La persona se siente distraída; la mayor parte de las cosas que constituían su vida le parece que se desvanecen como un sueño, y no surge mientras tanto ninguna nueva luz. Es claro que todavía ignora que ésta existe o no puede creer que alguna vez le iluminará.

Con frecuencia sucede que este estado de agitación interior se vea acompañado por una crisis moral. Su conciencia ética se despierta o se vuelve más sensible; aparece un nuevo sentido de la responsabilidad y puede ser que la persona se vea abrumada por un fuerte sentido de culpa. Se juzga a sí misma con severidad y se convierte en presa de un profundo desánimo, que puede llegar al extremo de considerar la posibilidad de suicidarse. Es como si la aniquilación física le pareciera la única conclusión lógica de su creciente sentido de impotencia y desesperanza, de desmoronamiento y desintegración.

Lo hasta aquí expuesto es desde luego una descripción generalizada de tales experiencias. En la práctica, los individuos difieren ampliamente en sus experiencias y reacciones. Existen muchas personas que nunca alcanzan este estado agudo, mientras que otras llegan a él casi de repente. Algunas se ven más acuciadas por dudas intelectuales y problemas metafísicos; en otras, el rasgo más pronunciado es la depresión emocional y la crisis moral.

Es importante reconocer que estas diversas manifestaciones de la crisis tienen grandes similitudes con algunos de los síntomas que se consideran como característicos de los estados neuróticos y de los estados cercanos a la psicosis. En algunos casos, la intensidad y la gravedad de la crisis producen también síntomas físicos, como tensión nerviosa, insomnio y otros desórdenes psicosomáticos.

Por eso es esencial determinar el origen básico de las dificultades para enfrentarse correctamente con la situación. Normalmente no es difícil hacerlo. Los síntomas observados pueden ser idénticos, pero un examen cuidadoso de sus causas, la consideración de la personalidad global del individuo y, lo que es más importante de todo, el reconocimiento de su situación existencial real, revelan la naturaleza y el nivel diferentes de los conflictos subyacentes. En los casos ordinarios, estos conflictos se producen entre los comportamientos “normales”, entre éstos y el “yo” consciente, o entre el individuo y el mundo exterior (en especial con las personas más cercanas, como los padres, la pareja, o los hijos).
En los casos que estamos considerando, sin embargo, los conflictos se producen entre algún aspecto de la personalidad y las tendencias y aspiraciones que están paulatinamente emergiendo, de carácter moral, religioso, espiritual o humanitario. No es difícil detectar la presencia de dichas tendencias, una vez que su realidad y validez han sido reconocidas, en lugar de haber sido explicadas como simples fantasías y sublimaciones. De manera general, la emergencia de las tendencias espirituales puede considerarse como el resultado de coyunturas decisivas en el desarrollo o crecimiento de una persona.

Existe la posibilidad de una complicación: a veces estas nuevas tendencias emergentes hacen revivir o exacerban viejos conflictos latentes entre diversos elementos de la personalidad. Dichos conflictos, que por sí mismos serían regresivos, son de hecho progresivos, porque facilitan el logro de una nueva integración personal, más amplia y a un nivel superior, una integración a la que la misma crisis preparó el camino. Así, las crisis son preparaciones positivas, naturales y, con frecuencia, necesarias para el progreso del individuo. Hacen emerger a la superficie elementos de la personalidad que tienen que ser examinados y cambiados en interés del crecimiento posterior de la persona.

Las crisis causadas por el despertar espiritual:

La apertura del canal entre los niveles consciente y supraconsciente, entre el “yo” y el Yo superior, y el torrente de luz, energía y gozo que le acompaña, producen una maravillosa liberación. Los conflictos y sufrimientos anteriores, junto con los síntomas físicos y psicológicos que generaron, se desvanecen a veces con una espontaneidad sorprendente, confirmando así el hecho de que no se debían a ninguna causa física, sino que eran el resultado directo de la lucha interna. En estos casos, el despertar espiritual equivale a una resolución real.

Pero en otros casos, bastante frecuentes, la personalidad es incapaz de asimilar correctamente el flujo de luz y de energía. Esto sucede, por ejemplo, cuando el intelecto no está bien coordinado y desarrollado; cuando las emociones y la imaginación están descontroladas; cuando el sistema nervioso es demasiado sensible; o cuando la irrupción de energía espiritual es abrumadora por su intensidad y su carácter repentino.

Una incapacidad de la mente para soportar la iluminación o la tendencia a centrarse excesivamente en sí mismo o al engreimiento pueden producir que la experiencia sea interpretada de manera errónea o, por así llamarlo, una “confusión de niveles”. En este caso, se desdibuja la distinción entre verdades absolutas y verdades relativas, entre el “yo” y el Yo superior; entonces, las energías espirituales que irrumpen pueden producir el desafortunado efecto de alimentar e inflar el ego personal.

La experiencia interior del Yo espiritual, y su estrecho vínculo con el yo personal, proporciona una sensación de expansión interna, de universalidad, y de convicción de participar de alguna manera en la naturaleza divina. Pueden encontrarse muchos testimonios sobre este tema –y algunos expresados con términos atrevidos– en las tradiciones religiosas y en las doctrinas espirituales de todas las épocas. En la Biblia existe la afirmación explícita: “Os digo que sois dioses y que todos vosotros sois hijos del Altísimo”. San Agustín declara: “Cuando el alma ama algo adquiere la cualidad de lo que ama; si son cosas terrenales, se hace terrenal, pero si es a Dios al que ama, ¿no habría de volverse Dios?”. La expresión suma de la identidad del espíritu humano en su esencia pura y real con el Espíritu supremo está contenida en la enseñanza central de la filosofía Vedanta: Tat Tvam Asi (Tú Eres Eso) y Aham evam param Brahman (En verdad Yo soy el Brama supremo).

Cualquiera que sea la manera de concebir la relación entre el sí mismo individual, o “yo”, y el Yo universal, tanto si se considera que éstos son parecidos o desiguales, diferenciados o unidos, es esencial reconocer con claridad, y tener siempre presente en la teoría y en la práctica, la diferencia que existe entre el Yo en su naturaleza esencial –que se ha llamado la “Fuente”, el “Centro”, el “Ser profundo”, nuestro “Apex”– y el pequeño sí mismo o “yo”, habitualmente identificado con la personalidad ordinaria de la que normalmente somos conscientes. El descuido de esta distinción esencial conduce a consecuencias absurdas y peligrosas.

La distinción proporciona la clave de una comprensión del estado mental del paciente en cuestión, y de otras formas extremas de autoexaltación y autoglorificación. El error fatal de los que caen víctimas de estas ilusiones es atribuir al yo personal las cualidades y los poderes del Yo transpersonal o Yo superior. En términos filosóficos, existe un caso de confusión entre la verdad absoluta y la verdad relativa, entre los niveles empíricos y los niveles trascendentes de la realidad. No son raros los caso de este tipo de confusión entre las personas que quedan deslumbradas por el contacto con verdades demasiado amplias o energías demasiado poderosas para que sus capacidades mentales puedan captarlas y su personalidad sea capaz de asimilarlas. El lector podrá sin duda recordar casos de autoengaños similares, que se dan en bastantes seguidores fanáticos de diversos cultos.

En dichas situaciones es claro que constituye una pérdida de tiempo discutir con la persona en cuestión o ridiculizar su aberración; esto sólo serviría para suscitar su oposición y su resentimiento. Lo mejor es ser conciliador y, admitiendo la verdad de su creencia en última instancia, señalarle la naturaleza de su error y ayudarle a aprender cómo distinguir los diferentes niveles.

También existen casos en los que la irrupción súbita de energías produce un trastorno emocional que se expresa mediante un comportamiento incontrolado, desequilibrado, y perturbado. Esta forma de respuesta se caracteriza por gritos y llantos, el canto y otras explosiones de diversas clases. Si la persona es activa e impulsiva, puede que sea impulsada fácilmente por el estímulo del despertar espiritual a jugar el papel de profeta o salvador; quizá descubra una nueva secta e inicie una campaña espectacular de proselitismo.

En algunas personas sensibles se produce un despertar de percepciones psicológicas. Tienen visiones, que ellas atribuyen a seres superiores; tal vez oigan voces o empiecen con la escritura automática, aceptando sus mensajes al pie de la letra y obedeciéndolos sin reservas. La cualidad de tales mensajes es extremadamente variada. Algunos contienen acertadas enseñanzas; otros son muy pobres o carecen de sentido. Habría que examinarlos siempre con gran sentido de la discriminación y un juicio prudente, y sin ser influenciados por su origen extraordinario o por ninguna pretensión del supuesto transmisor. No se debe atribuir ninguna validez a los mensajes que contienen órdenes precisas o que exigen obediencia ciega, ni a los que tienden a exaltar la personalidad del receptor.

Las reacciones posteriores al despertar espiritual:

Como ya se ha dicho, un despertar interior armonioso se caracteriza por un sentimiento de alegría y de iluminación mental que conlleva una introspección en el sentido y el propósito de la vida; despeja muchas dudas, ofrece la solución a muchos problemas, y proporciona una base interna de seguridad. Al mismo tiempo, hace brotar la comprensión de que la vida es una, y a través de la persona fluye una efusión de amor hacia sus semejantes y hacia toda la creación. La personalidad previa, con sus aristas y rasgos desagradables, parece retirarse al fondo, y un nuevo individuo amoroso y encantador nos sonríe y sonríe al mundo entero, deseoso de ser amable, de servir, y de compartir sus recién adquiridas riquezas espirituales, cuya abundancia le parece casi demasiado grande para poder contenerla.

Este estado de exaltación puede durar un período más o menos largo, pero acaba por remitir. Como todo en el universo, la irrupción de la luz y del amor es rítmica. Tras un tiempo, ésta disminuye o cesa, y al flujo le sigue un reflujo. La personalidad fue inspirada y transformada, pero rara vez su transformación es permanente o completa. Lo más frecuente es que una gran parte de los elementos de la personalidad vuelvan a su estado anterior.

Este proceso se clarifica cuando observamos la naturaleza de la experiencia cumbre en términos de energías y de niveles de organización. Pero el experimentar la retirada de las energías transpersonales y la pérdida del estado exultante del ser es por fuerza doloroso.

La manera apropiada de tratar con alguien que atraviesa este tipo de crisis consiste en proporcionar a la persona una comprensión auténtica de la naturaleza de su crisis. Es como si hubiera realizado un soberbio vuelo a la cumbre de la montaña, se hubiera dado cuenta de su esplendor y de la belleza del panorama que se extiende a sus pies, pero hubiera sido bajado a su pesar, con la triste convicción de que el sendero hasta la cumbre tiene que ser recorrido paso tras paso. El reconocimiento de que este descenso –o “caída”– es un acontecimiento natural proporciona un alivio emocional y mental, y anima a la persona a emprender la ardua tarea de enfrentarse al sendero de la verdadera autorrealización. Al final, la crisis se supera con la toma de consciencia de que el valor auténtico y más profundo de la experiencia es que ésta ofrece, como ya he dicho, una “visión tangible” de un estado de ser superior y, por lo tanto, un mapa, un modelo ideal hacia donde se puede caminar, y que puede convertirse entonces en una realidad permanente.

El proceso de transmutación:

Esta fase viene después de que se reconoce que las condiciones necesarias que han de cumplirse para el logro superior de la autorrealización son la total regeneración y transmutación de la personalidad. Es un proceso largo y a muchos niveles que abarca diferentes fases: la eliminación activa de los obstáculos a la irrupción y actividad de las energías supraconscientes; el desarrollo de funciones superiores que han permanecido dormidas o no desarrolladas; y períodos en los que se puede dejar que el Yo superior actúe, estando receptivos a que él nos guíe.

Es un período muy azaroso y gratificante, repleto de cambios en los que se suceden la luz y la oscuridad, la alegría y el sufrimiento. Es un período de transición, una salida de la vieja condición sin haber alcanzado todavía firmemente la nueva; una fase intermedia en la que, como acertadamente se ha dicho, la persona se encuentra como una crisálida atravesando el proceso de transformación hacia la mariposa alada. Pero, en general, el individuo no cuenta con la protección de un capullo para llegar al final del proceso de transformación encerrado y en paz. Debe permanecer en el lugar que ocupa en la vida –y esto sucede así, especialmente en los tiempos que vivimos– y tiene que continuar cumpliendo con sus obligaciones familiares, profesionales y sociales lo mejor que pueda. Su problema sería parecido al de un ingeniero que tuviera que reconstruir una estación de tren sin interrumpir el tráfico.

A pesar de los retos de la tarea, a medida que va haciendo el trabajo, es consciente del progreso paulatino y creciente. Su vida está inspirada por la sensación de que tiene un sentido y un propósito, y las actividades ordinarias son revitalizadas y ennoblecidas por la toma progresiva de consciencia de estar situadas en un plan más amplio. A medida que pasa el tiempo, adquiere un reconocimiento más claro y completo de la naturaleza de la realidad, del ser humano, y de su propia naturaleza superior. Comienza a desarrollar un marco conceptual más coherente que le permite entender mejor lo que observa y vive, y que le sirve, no sólo como medio para guiarse hacia un conocimiento ulterior, sino también como fuente de serenidad y orden en medio de las circunstancias cambiantes de la vida. Como consecuencia, experimenta una maestría cada vez mayor en tareas que le parecían previamente superiores a sus fuerzas. Actuando cada vez más desde un centro superior unificado de la personalidad, armoniza los elementos diversos de su personalidad en una unidad progresiva, y esta integración más completa le aporta mayor eficacia y más alegría.

Durante un largo período de tiempo, éstos son los resultados que generalmente se observan a partir de un proceso de transmutación de la personalidad bajo el impulso de las energías supraconscientes. Pero el proceso no se desarrolla siempre con tranquilidad absoluta. Y esto no es sorprendente, dadas las tareas complejas que implican rehacer la personalidad en medio de las circunstancias de la vida ordinaria. Como regla general, casi siempre se atraviesan algunas dificultades, y pueden observarse fases temporales en las que se manifiesta justamente lo contrario de lo que acabo de describir.

Esto ocurre con frecuencia inmediatamente después de que ha pasado la marea de exaltación, y la persona emprende la doble tarea simultánea de autotransformarse y de enfrentarse a las numerosas demandas de la vida cotidiana. Aprender a utilizar las energías de este modo toma un tiempo, y puede ser que pase un largo período antes de que puedan realizarse estas dos tareas de una manera equilibrada, y de que sean reconocidas al final como una sola. En consecuencia, no es sorprendente encontrarse con etapas en las que la persona está tan dedicada a su proceso de autotransformación que su capacidad para enfrentarse con éxito a los problemas y actividades de la vida normal parece haber disminuido. Si se observa desde fuera y se juzga desde unos parámetros ordinarios de eficacia, puede parecer que es menos eficaz que antes. Durante esta fase transitoria, puede que le lluevan juicios injustos por parte de amigos y terapeutas bienintencionados pero no iluminados, y tal vez se convierta en blanco de observaciones punzantes y sarcásticas acerca de sus “nobles” ideales espirituales y aspiraciones, volviéndole débil e ineficaz en la vida práctica. Este tipo de críticas suele ser muy doloroso, y su influencia puede suscitar dudas y desánimo.

Estos juicios constituyen una de las pruebas que tal vez haya que enfrentar en el sendero de la autorrealización. Su valor reside en el hecho de que proporcionan una lección para superar la sensibilidad personal, y son una ocasión para desarrollar sin resentimiento la independencia interior y la autoconfianza. Deben ser aceptados con alegría, o al menos con serenidad, y utilizados como una oportunidad para desarrollar la fortaleza interior. Por otra parte, si las personas que rodean al sujeto implicado están iluminadas y son comprensivas, pueden ayudarle enormemente y ahorrarle muchas fricciones y sufrimientos innecesarios.

Con el tiempo, esta fase desaparece y la persona aprende a dominar su doble tarea y a unificarla. Pero cuando no se reconocen y se aceptan las complejidades de la tarea, las tensiones naturales del crecimiento que conlleva el proceso pueden verse exacerbadas, durar largos períodos de tiempo, o volver una y otra vez con una frecuencia innecesaria. Esto ocurre sobre todo cuando la persona se dedica demasiado a su proceso de autotransformación, excluyendo el mundo exterior con una introversión excesiva y unilateral. Los períodos de sana introversión son naturales en el crecimiento humano. Pero si se llevan al extremo o se prolongan en una actitud general de retirada de la vida del mundo, la persona puede atravesar muchas dificultades, no sólo con amigos, compañeros de trabajo y familiares, impacientes y críticos, sino también por dentro, ya que la introversión natural se convierte entonces en autoobsesión.

Pueden surgir dificultades parecidas si la persona no se enfrenta con los aspectos negativos de sí misma revelados en el proceso del despertar espiritual. En lugar de transmutarlos, puede huir de ellos mediante fantasías internas de haber alcanzado la perfección o mediante soluciones imaginarias. Pero el reconocimiento suprimido de sus imperfecciones reales sigue persiguiéndole, y los que le rodean contradicen sus fantasías. Bajo el estrés de esta dualidad es probable que la persona sucumba a una serie de desarreglos psicológicos, como insomnio, depresión emocional, agotamiento, aridez, agitación mental y ansiedad. A su vez, éstos pueden provocar toda clase de síntomas y de perturbaciones físicas.

Muchos de estos desórdenes pueden reducirse en gran medida, o ser eliminados totalmente, continuando el proceso de crecimiento con energía, dedicación y celo, pero sin identificarse con él. Este cultivo de un compromiso desidentificado proporciona a una persona la flexibilidad necesaria para el cumplimiento óptimo de su tarea. El individuo puede en este caso aceptar las tensiones necesarias del nuevo y complejo proceso; puede negarse a caer en la autocompasión originada por el perfeccionismo frustrado; puede aprender a mirarse a sí mismo con humor y estar dispuesto a experimentar cambios y a arriesgarse; puede cultivar una paciencia alegre; y puede acudir en busca de ayuda y guía a personas competentes, sean terapeutas profesionales, consejeros o amigos sensatos, aceptando sus limitaciones momentáneas.

Otras dificultades pueden venir de un esfuerzo personal excesivo para acelerar realizaciones superiores mediante la inhibición y la represión forzadas de los comportamientos agresivos y sexuales. Intento que sólo sirve para producir la intensificación de los conflictos y sus efectos. Dicha actitud suele ser el resultado de una moral y de unos conceptos religiosos demasiado rígidos y dualistas. Estos conducen a la reprobación de los comportamientos naturales como “malos” o “pecaminosos”. Hoy día, un gran número de personas han abandonado conscientemente estas actitudes, pero quizá estén todavía condicionadas inconscientemente por ellas en algún grado. Puede ser que manifiesten oscilación o ambivalencia entre dos actitudes extremas: la supresión rígida, o la expresión incontrolada de cualquier tipo de comportamiento. Esta última actitud, aunque es catártica, no es una solución aceptable desde el punto de vista ético ni psicológico. Produce inevitablemente nuevos conflictos entre los diversos comportamientos básicos, o entre éstos y los límites impuestos por las convenciones sociales y por las exigencias de las relaciones interpersonales.

La solución reside más bien en una reorientación paulatina y en una integración armoniosa de todos los comportamientos de la personalidad; en primer lugar, mediante su propio reconocimiento, aceptación y coordinación y, después, mediante la transformación y la sublimación de la parte de energía sobrante o no utilizada. Se puede facilitar enormemente el logro de esta integración activando las funciones supraconscientes y encaminándose voluntariamente hacia la realización del Yo transpersonal. Estos objetivos más amplios y elevados actúan como un imán que absorbe la “libido” o energía psíquica invertida en movimientos “inferiores”.

Una última dificultad, que merece ser mencionada, puede presentársele a una persona durante los períodos en los que el flujo de energías supraconscientes es constante y abundante. Si no se controla con sensatez, este flujo de energía puede desbordar en una excitación y actividad febriles o, por el contrario, puede retenerse sin ser utilizada ni expresada, de manera que, al acumularse, su excesiva presión puede causar problemas físicos. La solución apropiada es dirigir estas energías de manera voluntaria, constructiva y armoniosa hacia el trabajo de regeneración interior, la expresión creativa y el servicio útil.

El papel del guía:

Estos son tiempos en los que cada vez más personas están viviendo un despertar espiritual. Por ello, puede ser que terapeutas, consejeros, profesionales del campo de los servicios, así como personas no profesionales pero bien informadas, sean requeridas para actuar como guías y puntos de apoyo de las personas que atraviesan un despertar espiritual. Puede ser útil por esto considerar el papel de los que puedan encontrarse cerca de cualquiera de ellas y algunos de los problemas que pueden surgir.

En primer lugar, es importante permanecer consciente de un hecho esencial: mientras que los problemas que se producen durante las diferentes fases de autorrealización puedan ser externamente muy similares a los de la vida ordinaria, y, a veces, parecer idénticos, sus causas y significado son muy diferentes; en consecuencia, la manera de enfrentarse con ellos debe ser también diferente. En otras palabras, la situación existencial en ambos casos no sólo no es la misma, sino que en algún sentido es la contraria.

Las dificultades psicológicas de la persona ordinaria tienen generalmente un carácter regresivo. Las sufren las personas que no han sido capaces de realizar alguno de los imprescindibles ajustes internos y externos que forman parte del desarrollo normal de la personalidad. En respuesta a situaciones difíciles, regresan hacia modos de comportamiento adquiridos en la infancia, o bien nunca han crecido realmente más allá de ciertos patrones infantiles, aunque no sean reconocidos como tales.

Por otro lado, una guía con orientación espiritual, o que posea al menos una comprensión y una actitud de simpatía respecto a los logros y realidades superiores, puede ser de gran utilidad cuando una persona se halla en la primera etapa –lo que suele ser el caso más frecuente– de insatisfacción, inquietud y de tanteo inconsciente. Si ésta ha perdido su interés por la vida, si la existencia cotidiana no le atrae, si está buscando alivio en dirección equivocada, recorriendo callejones sin salida, y si no ha tenido todavía una vislumbre de la realidad superior, la revelación de la causa real de su trastorno y la indicación de la solución esperada –de la salida acertada de la crisis– pueden ayudar enormemente a producir el despertar interior que, en sí mismo, constituye la parte esencial de la resolución.

La segunda fase, la de excitación o entusiasmo emocional que el individuo implicado puede manifestar con un apasionamiento excesivo, acariciando la ilusión de haber llegado a una realización permanente, exige una advertencia “diplomática” de que su estado de beatitud es forzosamente temporal; hay que indicarle las vicisitudes que tiene todavía que atravesar en su camino. Esto le preparará para la aparición de la reacción inevitable de la tercera etapa, que implica frecuentemente, como ya hemos dicho, una reacción dolorosa y, a veces, una profunda depresión, cuando la persona “sufre el bajón” de su experiencia superior. Si ha sido prevenida con anterioridad, se evitará mucho sufrimiento, dudas y desánimo. Cuando no ha tenido la ventaja de haber sido advertida, el guía puede proporcionar mucha ayuda asegurándole que su estado es temporal y en absoluto permanente o desesperado, como puede estar inclinada a creer. El guía debe perseverar en informarle de que el resultado gratificante de la crisis compensa la angustia que está sufriendo, por intensa que ésta sea. Se le puede proporcionar un gran alivio y aliento citando ejemplos de muchas personas que han pasado por una situación difícil similar y han salido de ella.

En la cuarta etapa, durante el proceso de transmutación –que es el más largo y difícil– el papel del guía es más complicado. Algunos aspectos importantes de su labor son:

— Aclarar a la persona lo que realmente está ocurriendo dentro de ella, y ayudarle a encontrar la actitud justa que debe adoptar.
— Enseñarle a controlar y dominar sabiamente los comportamientos que surgen del inconsciente, mediante la utilización experta de la voluntad, sin reprimirlos temiéndolos o condenándolos.
— Enseñarle las técnicas de transmutación y sublimación de las energías sexuales y de las energías agresivas.
— Ayudarle a reconocer y a asimilar correctamente las energías infundidas desde el Ser y los niveles supraconscientes.
— Ayudarle a expresar y a utilizar dichas energías con amor y en servicios altruistas. Esto es particularmente valioso para contrarrestar la tendencia a la introversión y a un excesivo egocentrismo que se produce frecuentemente en ésta y otras fases del auto–desarrollo.
– Guiarle a través de las distintas fases de reconstrucción de la personalidad alrededor de un centro interno superior, es decir, de la realización de su psicosíntesis espiritual.

A lo largo de este artículo he subrayado el aspecto más doloroso y difícil del desarrollo espiritual, pero no debería deducirse de ello que los que están en el camino de la autorrealización sean más propensos a verse afectados por trastornos psicológicos que los demás hombres y mujeres. Con frecuencia no se da la etapa del sufrimiento más intenso. El desarrollo de muchas personas se lleva a cabo de un modo armonioso, de manera que se superan las dificultades internas y se atraviesan las diferentes etapas sin que se produzcan reacciones graves de ninguna clase.

Por otra parte, los desórdenes emocionales o los síntomas neuróticos del hombre y de la mujer  ordinarios suelen ser más graves, profundos y difíciles de sobrellevar para ellos, y de tratar para los terapeutas, que los relacionados con la autorrealización. Frecuentemente es difícil enfrentarse a ellos satisfactoriamente –cuando no han sido todavía activados los niveles y funciones psicológicas superiores de estas personas– porque no hay muchos puntos de referencia a los que se pueda recurrir que estimulen el hacer los sacrificios necesarios o aceptar la disciplina requerida para producir los ajustes imprescindibles.

Los problemas físicos, emocionales y mentales que surgen en el camino de la autorrealización, por graves que puedan parecer, son simples reacciones temporales, subproductos –por llamarlos de alguna manera– de un proceso orgánico de regeneración y de crecimiento internos. Por lo tanto, o bien desaparecen de manera espontánea, cuando termina la crisis que los ha producido, o bien remiten con facilidad con tratamiento adecuado. Además, los sufrimientos causados por períodos de depresión y por la disminución de la vida interior se ven abundantemente compensados por períodos de irrupción renovada de energías supraconscientes, y por la previsión de la liberación y del robustecimiento de toda la personalidad que produce la autorrealización. Esta visión constituye una poderosa inspiración, una inefable calma y una fuente inagotable de fuerza y valor. Por eso, como ya hemos dicho, es muy útil dar una importancia especial a recordar esa visión lo más vívida y frecuentemente que sea posible. Uno de los mayores servicios que podemos hacer s los que luchan en el camino es ayudarles a conservar siempre presente ante sus ojos la visión de la meta.



De este modo se puede tener una visión de antemano y un anticipo del estado de consciencia del Yo autorrealizado. Es un estado de consciencia caracterizado por la alegría, la serenidad, la seguridad interna, un sentimiento de poder tranquilo, una comprensión clara y un amor radiante. En sus aspectos superiores es la realización del Ser esencial, de la comunión y de la identificación con la Vida Universal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Última entrada

LA INICIACION Y LOS RAYOS

LA INICIACION Y LOS RAYOS   1. Después de la tercera iniciación, [el hombre] localiza (si corresponde esta palabra tan inadecuada) su alma e...