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jueves, 31 de julio de 2014

CENTROS: LOS CENTROS DE FUERZA Y EL FUEGO SERPENTINO 1ª Parte (C.W. Leadbeater)



CENTROS: LOS CENTROS DE FUERZA Y EL FUEGO SERPENTINO 1ª Parte (C.W. Leadbeater)
(Force-Centres and The Serpent-Fire, 1910)
CENTROS




EN cada uno de nuestros vehículos hay ciertos centros dinámicos, llamados en sánscrito chakrams, que significa rueda o disco giratorio. Son los puntos de conexión por los cuales se transmite la fuerza de uno a otro vehículo. Se ven fácilmente en el doble etéreo, donde aparecen como depresiones o vórtices en forma de salvilla. Suele decirse que corresponden a ciertos órganos físicos; pero conviene advertir que el centro dinámico etéreo no está en el interior del cuerpo, sino en la superficie del doble etéreo, que sobresale unos seis milímetros del contorno de la materia densa. Siete, son los centros dinámicos que generalmente se emplean en ocultismo y están situados en las siguientes partes del cuerpo:

1º en la base del espinazo; 2º en el ombligo; 3º en el bazo; 4º en  el  corazón; 5º  en la garganta; 6º entre ceja y ceja; 7º en la coronilla. Además de éstos hay en el cuerpo otros centros dinámicos que no emplean los estudiantes de magia blanca.

Conviene recordar que Blavatsky alude a otros tres y los denomina centros inferiores. Algunas escuelas ocultistas se valen de ellos, pero son tan sumamente peligrosos que debemos considerar su excitación como la mayor desgracia.

Estos siete centros dinámicos se corresponden con los siete colores y las siete notas, y los tratados hindúes los relacionan con ciertas letras del alfabeto y determinadas modalidades de vitalidad. También se les da poética semejanza con las flores, asignándoles a cada uno de ellos cierto número de pétalos.

Preciso es recordar que son vórtices de materia etérea y están todos en rápida rotación. En cada uno de estos abiertos vórtices se precipita, en ángulo recto con el plano del disco giratorio, una fuerza del mundo astral, que podemos llamar primaria y procede del Logos. Esta fuerza es de naturaleza septenaria y todas sus variedades actúan en todos los centros, aunque sólo una predomina en cada uno de ellos.

El influjo de fuerza infunde la vida divina en el cuerpo físico que sin ella no podría subsistir, y por lo tanto, los centros dinámicos en que se precipita dicha fuerza son indispensables a la existencia del vehículo y actúan en todos, aunque giran a muy distintas velocidades. Sus partículas pueden estar en relativamente lento movimiento, de modo que sólo formen el necesario vórtice para la fuerza, o bien pueden resplandecer y palpitar con vívida luz hasta el punto de dar entrada a una enorme cantidad de fuerza, de suerte que se le abran al ego nuevas posibilidades y se le añadan nuevas dotes cuando funcione en el respectivo plano. Vienen después las fuerzas secundarias de movimiento ondulante, que se precipitan en el vórtice formando ángulos rectos consigo mismas, o sea en la superficie del doble etéreo, de la propia suerte que una barra imanada atravesada en una bobina de inducción, engendra una corriente eléctrica que fluye a1rededor de la bobina en ángulo recto con el eje director del imán. Una vez dentro del vórtice, la fuerza primaria irradia de él en ángulos rectos, pero en dirección rectilínea, como si el centro del vórtice fuese el cubo de una rueda y las radiaciones de la fuerza primaria sus radios, cuyo número difiere según el centro dinámico y determina el número de "pétalos" cuando se comparan con una flor. Cada una de estas fuerzas secundarias que ondulan alrededor de la depresión del disco tiene su característica longitud de onda y luz de cierto color;  pero en vez de moverse en línea recta como la luz, se mueve en ondas relativamente amplias de varios tamaños, cada una de las cuales es múltiplo de las cortas ondulaciones de su interior, aunque todavía no se ha calculado su exacta proporción.

El número de ondulaciones se determina por el de radios de la rueda, y la fuerza secundaria ondula debajo y encima de las irradiaciones de la primaria, de la propia suerte que se puede entrelazar un tejido de mimbres alrededor de los rayos de la rueda de un carruaje.

Las oleadas son infinitesimales, y probablemente cada ondulación comprende algunos miles de ellas. Cuando las fuerzas se precipitan en el vórtice, estas ondulaciones de diversos tamaños se entrecruzan en la plantilla cestal, produciendo en apariencia lo que los tratados hindúes comparan con los pétalos de una flor y que todavía mejor pueden compararse con las salvillas de cristal irisado y ondulante que se fabrican en Venecia. Todas las ondulaciones o pétalos tienen reflejos nacarados, aunque cada uno con su predominante color.

En el hombre ordinario, cuyos centros dinámicos no tienen más actividad que la necesaria para mantener su cuerpo vivo, los colores son pálidos, mientras que son muy refulgentes en los hombres que tienen los centros dinámicos en  plena actividad y cuyo diámetro ha aumentado desde unos cinco centímetros al de una ordinaria salvilla de mesa. Brillan como soles en miniatura.

Descripción de los centros

El primer centro dinámico, situado en la base del espinazo, tiene una fuerza primaria que emite cuatro rayos y ordena sus ondulaciones como si estuviera dividido en cuadrantes con huecos entre ellos, es decir, parecidamente al signo de la cruz. Por esta razón se ha simbolizado este centro con la cruz, y a veces una cruz ígnea representa la serpiente de fuego que en él reside.

En plena actividad tiene este centro color rojo anaranjado de tonalidad ígnea, en íntima correspondencia con la modalidad vital que se le transmite desde el centro básico. En cada centro se echa de ver análoga correspondencia con el color de su vitalidad.

El segundo centro, situado en el ombligo, se llama plexo solar y recibe una fuerza primaria con diez radiaciones, de modo que vibra como si se dividiera en diez ondulaciones o pétalos. Está íntimamente relacionado con diversos sentimientos y emociones y su color predominante es una extraña entremezcla de varios matices del rojo, aunque también hay gran parte de verde.

El tercer centro, sito en el bazo, está destinado a especializar, subdividir y dispersar la vitalidad que nos llega del sol, pues del bazo vuelve a irradiar en seis rayos horizontales, quedando la séptima modalidad inclusa en el cubo de la rueda. Por lo tanto, este centro tiene seis pétalos de ondulaciones y es muy refulgente, brillante y parecido a un sol.
El cuarto centro está en el corazón y es de brillante color dorado. Cada uno de sus cuadrantes se divide en tres partes y tiene en conjunto doce radiaciones de la fuerza primaria.

El quinto centro, colocado en la garganta, tiene dieciséis radios, y por lo tanto, dieciséis aparentes divisiones. Hay en él mucho azul, pero en general es de color argentino brillante como el de la luna cuando se refleja en las aguas.
Entre ambas cejas está el sexto centro, que parece dividido en dos mitades, predominando en una el color rosa bordeado de amarillo y en la otra una especie de azulado purpúreo, ambos íntimamente armonizados con el color respectivo de las modalidades de vitalidad que reciben. Por tal razón dicen los autores hindúes que este centro sólo tiene dos pétalos, aunque si contamos las ondulaciones del mismo carácter que las de los centros anteriores, veremos que cada mitad se subdivide en cuarenta y ocho rayos o sean noventa y seis irradiaciones de su primaria fuerza.

El séptimo centro, en la coronilla, cuando está en plena actividad es acaso el más brillante de todos por sus indescriptibles efectos cromáticos y sus vibraciones de inconcebible rapidez. Los autores hindúes le asignan mil pétalos, y no exageran mucho en ello, pues su fuerza primaria emite 960 radiaciones. Además, su configuración difiere de la de los otros centros en que tiene una especie de subsidiario vórtice de color blanco brillante con el centro dorado. Este vórtice subalterno no es tan veloz y posee de por sí doce ondulaciones. He oído decir que cada pétalo de estos centros dinámicos representa una cualidad moral cuyo desarrollo pone el centro en actividad. No he podido comprobar experimentalmente esta afirmación ni atino a comprenderla, porque el aspecto petálico está producido por fuerzas definidas y fácilmente reconocibles; y además, los pétalos de cada centro están o no activos según se hayan despertado o no dichas fuerzas, por lo que el desarrollo de los pétalos no tiene a mi modo de ver más relación con la moralidad que el desarrollo del bíceps.

En cambio, he tratado a personas de no muy elevada moralidad, cuyos centros estaban plenamente activos, mientras que otras muy espirituales y de nobilísima conducta moral no los tenían vitalizados del todo. Por lo tanto, no me parece que haya relación entre ambos desarrollos.

Los Centros Astrales

Aparte de mantener vivo el cuerpo físico, los centros dinámicos tienen otra función que sólo desempeñan en plena actividad. Cada centro etéreo se corresponde con otro astral, aunque éste, por ser de cuatro dimensiones, tiene una extensión en sentido de todo punto distinta de las tres del etéreo, y en consecuencia no es exactamente homologo, aunque en parte coincidan. El vórtice etéreo está siempre en la superficie del cuerpo etéreo; pero el centro astral está con frecuencia en el interior del vehículo  astral. Ahora bien; la función de los centros etéreos, cuando están plenamente activos, es transferir a la conciencia física la peculiar cualidad del correspondiente centro astral; y así, antes de recopilar los resultados que cabe conseguir de poner los centros etéreos en actividad, conviene considerar la función de cada centro astral, que ya están plenamente activos en todas las personas cultas de las razas superiores. Por lo tanto, ¿qué efecto produce en el cuerpo astral la excitación de los centros astrales?

El primero de estos centros, el de la base del espinazo, es la morada de la misteriosa fuerza que simboliza la serpiente ígnea y en La Voz del Silencio se llama la Madre del Mundo. Más adelante trataremos con mayor detención de esta fuerza. Por ahora limitémonos a considerar sus efectos en los centros astrales. Esta fuerza existe en todos los planos y su actividad excita los centros. Hemos de tener en cuenta que primitivamente fue el cuerpo astral una masa casi inerte, con muy vaga conciencia, sin poder de acción ni claro conocimiento del mundo circundante. Por lo tanto, lo primero que ocurrió fue la elevación de esta fuerza en el hombre hasta el nivel astral. Una vez levantada o puesta en acción, sé transfirió al segundo centro, correspondiente al ombligo, y lo vivificó, despertando así en el cuerpo astral la aptitud de sentir todo linaje de influencias, aunque todavía sin nada parecido a la definida percepción de ver y oír.

Después se transfirió la fuerza al tercer centro astral, que corresponde al bazo físico, y por su medio vitalizó todo el cuerpo astral, capacitando al individuo para utilizarlo conscientemente como vehículo de locomoción, aunque tan sólo con muy vaga idea de lo que pudiese encontrar en sus viajes.

Al despertarse el cuarto centro, adquirió el hombre la facultad de recibir y simpatizar con las vibraciones de otras entidades astrales, de modo que pudo comprender instintivamente sus sentimientos.

La actividad del quinto centro, que corresponde a la garganta, facultó al hombre para oír en el plano astral, esto es, desarrolló el sentido que en el mundo astral produce en la conciencia el mismo efecto a que llamamos audición en el plano físico.

El desarrollo del sexto, correspondiente al etéreo entre cejas, produjo análogamente la vista astral, o sea la definida percepción de la naturaleza y forma de los objetos astrales, en vez de percibir vagamente su presencia.

El despertar del séptimo, o sea el de la coronilla, complementó acabadamente la vida astral del hombre y perfeccionó sus facultades.

Respecto del séptimo centro parece que hay alguna diferencia según la índole del hombre. En muchos de nosotros, los vórtices astrales del sexto y séptimo de estos centros convergen en el cuerpo pituitario, que en este caso es el único enlace directo entre el plano físico y los superiores. Sin embargo, hay otros hombres en quienes el sexto centro está todavía adherido al cuerpo pituitario, pero el séptimo se dobla o diverge hasta coincidir su vórtice con la atrofiada glándula pinea1, que en este caso se vivifica y constituye una comunicación directa con el mental inferior sin pasar por el ordinario intermedio del astral. A este tipo de hombres se refería Blavatsky al insistir en la reavivación de la glándula pineal.

Los Sentidos Astrales

Así vemos que estos centros astrales desempeñan en cierto modo funciones de sentidos de percepción astral, aunque sin lo dicho resultaría inadecuado el nombre de sentidos, pues conviene recordar que si bien para la mejor comprensión del asunto hablamos de vista y oído astrales, queremos expresar con ello la facultad de responder a las vibraciones adaptadas a la conciencia astral del hombre, del mismo carácter que las correspondientes a sus ojos y oídos mientras actúa en el plano físico.

Pero en las del todo distintas condiciones del mundo astral no se necesitan órganos especiales de percepción para obtener este resultado. En todas las partes del cuerpo astral hay materia capaz de responder vibratoriamente; y por lo tanto, el que actúa en dicho vehículo ve por delante, por detrás, encima, debajo y a los lados sin necesidad de volver la cabeza. Así es que los centros no se pueden llamar órganos en la ordinaria acepción de la palabra, pues no percibe por ellos el hombre el mundo exterior, como sucede con los ojos y oídos. Sin embargo, de la vivificación de los centros depende la sensoria facultad astral, pues al desarrollarse cada uno de ellos le comunica al cuerpo astral la aptitud de responder a un nuevo orden de vibraciones.

Como quiera que todas las partículas del cuerpo astral están en continuo movimiento de traslación, como las de una masa de agua hirviente, todas van pasando sucesivamente por cada uno de los centros dinámicos, de suerte que éstos despiertan a su vez en cada partícula astral que por ellos pasa la facultad de responder a nuevas vibraciones, con lo que el cuerpo astral es en conjunto un órgano de percepción que al fin resume todos los sentidos. De todos modos, aunque los sentidos astra1es estén completamente despiertos, no por ello es el hombre capaz de transferir a su cuerpo físico la conciencia de su funcionamiento.

La Vivificación de los Centros Etéreos

Los centros dinámicos del cuerpo astral se van despertando uno tras otro sin que el hombre físico lo advierta, y el único medio de advertirlo es despertar asimismo los centros etéreos. Esto se logra por el mismo procedimiento seguido para despertar los centros astrales, esto es, por la actualización de la ígnea serpiente que revestida en el plano físico de materia etérea, dormita en el centro dinámico de la base del espinazo.

Se la despierta o actualiza por el deliberado y perseverante esfuerzo de la voluntad en poner del todo activo este primer centro dinámico, cuya tremenda fuerza vivificará los demás centros, de suerte que cada uno de ellos transfiera a la conciencia física las facultades educidas por el desarrollo de sus correspondientes centros astrales. Cuando el centro dinámico etéreo del ombligo está en actividad, empieza el hombre a ser consciente en el plano físico de toda clase de influencias astrales, y presiente sin conocer el motivo, qué unas son amistosas, otras hostiles o que unos lugares son agradables y otros repulsivos. Al despertar activamente el centro etéreo del bazo, el hombre recuerda, siquiera en parte, sus vagabundeos astrales, y un ligero y accidental estímulo de este centro semeja vagamente la deleitosa sensación de volar por los aires.

La actividad del cuarto centro, que está en el corazón, capacita al hombre para sentir instintivamente las alegrías y tristezas de los demás, y a veces puede reproducir en sí mismo, por simpatía, los dolores y tormentos físicos del prójimo.

Cuando despierta el centro etéreo de la garganta, oye el hombre voces que suelen hacerle toda clase de insinuaciones y también a veces oye deleitables músicas o placenteros sonidos. Al estar el centro en plena actividad es el hombre clariaudiente en el plano astral. La vivificación del sexto centro, o sea el de entre cejas, despierta la visión astral, y en estado de vigilia puede ver el hombre lugares lejanos o personas ausentes. Al principio sólo permite la entrevisión de paisajes y nubes de color; pero una vez en plena actividad despierta la clarividencia.

También está relacionado de otro modo con la vista el centro de entre cejas, pues por su mediación se adquiere la  facultad de agrandar los diminutos objetos físicos. Del punto medio de dicho centro sale un tenue y flexible tubo de materia etérea, parecido a una microscópica sierpe con un ojo por cabeza, que puede contraerse o dilatarse para agrandar el tamaño de los objetos diminutos y disminuir el de los colosales, de modo que se adapte a este órgano de clarividencia. Los tratados antiguos aludían a ello al hablar de la facultad de hacerse un hombre más grande o más chico a su voluntad. Así es que para examinar un átomo, el clarividente dispone de un ojo cuya potencia visual se acomoda al tamaño del átomo de suerte que éste parece agrandado. 

1 Esto nos da la explicación esotérica de los estigmas de San Francisco de Asis, y la verosimilitud de este hecho de la vida del santo. N. del T.

2 El tubo serpentino que sale del centro entre cejas estaba simbolizado en el capacete de los reyes de Egipto a quienes como jerarcas religiosos del país se les atribuía este poder entre otros ocultos.
Al despertar el séptimo centro es capaz el hombre de salir y entrar conscientemente de su cuerpo físico sin romper el enlace, de modo que su conciencia no se interrumpirá ni de noche ni de día. Cuando la ígnea serpiente ha pasado por todos estos centros, siguiendo un orden variable según el tipo del individuo, no se interrumpe la conciencia hasta que el hombre entra en el mundo celeste al terminar la vida astral. Hasta entonces no hay diferencia para él  entre el sueño y la muerte. Sin embargo, antes de que esto suceda, puede tener el hombre algunos vislumbres del mundo astral, porque las vibraciones muy violentas pueden activar temporalmente uno u otro de los centros sin que despierte del todo la serpiente ígnea, aunque también cabe actualizarla en parte y producir entretanto una clarividencia parcial. Porque este fuego dinámico consta de siete capas o grados de energía, y puede ocurrir que cuando un hombre se esfuerza con toda su voluntad en actualizarlo, sólo consiga levantar una capa, y creído de haber realizado ya la tarea la juzgue ineficaz. Entonces ha de repetirla una y otra vez, excavando gradualmente más y más hondo, hasta que no sólo se conmueva la superficie sino que el núcleo de fuego se ponga en plena actividad.



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