VERDAD ABSOLUTA Y RELATIVA
(Carta III)
Cartas Rosacruces
Toda la ciencia del mundo se funda en que las cosas son actualmente
como parecen ser, y sin embargo, bien poco es lo que se necesita pensar para
comprender lo erróneo de la suposición, puesto que la apariencia de las cosas
no depende meramente de lo que son en la actualidad, sino que además depende de
nuestra propia organización y de la constitución de nuestras facultades
perceptivas. El mayor de los obstáculos que en el camino del progreso encuentra
el estudiante de las ciencias ocultas es el haberse desarrollado en él la
creencia errónea de que las cosas son lo que a él le parecen ser, y a menos que
pueda elevarse por encima de esta superstición y considerar las cosas, no desde
el mero punto de vista relativo de su ego limitado, sino desde el infinito y el
Absoluto, no será capaz de conocer la verdad absoluta. Antes
de que adelantemos
más en nuestras
instrucciones respecto al
modo práctico de aproximarse a la Luz, será necesario que imprimas con
más energía en tu mente el carácter ilusorio de todos los fenómenos externos.
Todo cuanto el hombre sensual conoce acerca del mundo externo lo
ha aprendido por medio de las impresiones que llegan a su conciencia a través
de los sentidos. Recibiendo repetida
o continuamente semejantes
impresiones, comparándolas unas
con otras, y tomando aquello que él cree conocer como
base para especulaciones acerca de cosas que no conoce, puede tomar ciertas
opiniones referentes a cosas que trascienden a su poder de percepción sensual;
pero en cuanto al carácter verdadero o falso de sus opiniones con respecto a
cosas internas o externas puede su opinión ser lo que es únicamente con
respecto a él y con relación a otros seres que se hallan constituidos lo mismo
que él; en cuanto a todos los demás seres cuyas organizaciones son por completo
diferentes de la suya, sus argumentos y especulaciones lógicas no encuentran
aplicación, y pueden existir en el universo incalculables millones de seres de
organización superior o inferior a la nuestra, pero por completo distinta de
ella, para quienes el mundo y cada una de las cosas aparezcan bajo un aspecto
diferente por completo, y que todo lo vean según una luz enteramente distinta.
Semejantes seres, aun viviendo en el mismo mundo en el que nosotros vivimos,
pueden no conocer nada, en absoluto, de este mundo que es el único concebible
para nosotros; y podemos nosotros no saber nada intelectualmente acerca de su
mundo, al desear de ser este uno e idéntico con el nuestro, en el cual vivimos.
Para poder lanzar una mirada en su mundo necesitamos de la suficiente energía
para arrojar de nosotros todos los errores y preocupaciones heredados y
adquiridos; debemos elevarnos a un nivel superior al del yo que se halla atado
al mundo sensual por un millar de cadenas, y ocupar mentalmente aquel lugar
desde el cual podemos contemplar al mundo bajo un aspecto superior; debemos
morir por decirlo así, lo cual quiere decir vivir inconscientes de nuestra
propia existencia como seres humanos individuales, hasta que podamos adquirir
la conciencia de la vida superior y mirar al mundo desde el plan y el punto de
vista de un dios.
Toda nuestra ciencia moderna es por lo tanto sólo ciencia
relativa, lo cual equivale a decir que todos nuestros sistemas científicos
enseñan únicamente las relaciones que existen entre las cosas externas y
mutables y una cosa tan transitoria e ilusoria como es el ser humano y que no
es en realidad más que una aparición externa originada por una cierta actividad
interna, acerca de la cual nada sabe la ciencia externa. Todos estos
conocimientos tan alabados y encomiados, son, por lo tanto, nada más que
conocimientos superficiales, refiriéndose únicamente a uno, quizá, de los
aspectos infinitos, por medio de los cuales Dios se manifiesta.
La ignorancia ilustrada cree que su manera especial de
considerar el mundo de los fenómenos es la única verdadera, y se agarra
desesperadamente a estas ilusiones, que cree que son las únicas realidades, y a
aquellos que realizan el carácter ilusorio de las mismas, los califica de
soñadores; pero durante tanto tiempo como se mantenga adherida a estas ilusiones,
no se elevará por encima de ellas; continuara siendo una ciencia ilusoria; no
será capaz de realizar el carácter verdadero de la naturaleza, y en vano pedirá
una ciencia semejante que le demuestre a Dios, mientras cierre sus ojos y
aparte de los mismos la luz eterna.
No es, después
de todo, en
manera alguna, nuestra
intención el pedir
que la ciencia moderna se coloque en el plano del
Absoluto, porque en este caso cesaría de ser relativa para las cosas externas,
y con respecto a las mismas se convertiría en inútil. Se ha admitido que los
colores no son realidades existentes por sí mismas, sino que cierto número de ondulaciones de la luz los originan; pero este hecho no es
impedimento, en manera alguna, para la fabricación de los colores y el empleo
útil de los mismos. En cuanto a todas las demás ciencias externas, pueden
presentarse argumentos semejantes, y no tienen por objeto las afirmaciones
anteriores el desanimar los trabajos de investigación científica puramente
externos, sino el instruir a aquellos para los que no es suficiente un mero
conocimiento superficial y externo, y también el moderar si es posible, la
presunción de todos aquellos que creen saberlo todo, y que, encadenados a sus
ilusiones, pierden de vista lo Eterno y Real, y llegan en su presunción y
vanidad ciega hasta el punto de negar su existencia misma.
Se admitirá que no es el cuerpo externo quien ve, oye, huele,
razona y piensa, sino que es el hombre interno, y para nosotros invisible,
quien desempeña estas funciones por medio de los órganos físicos. No existe
razón para que creamos que este hombre interno cesa de existir cuando el cuerpo
muere; por el contrario, como veremos después, el suponer una cosa semejante
está en contra de la razón. Pero si este hombre interno pierde, gracias a la
muerte del organismo físico, el poder de recibir impresiones sensibles del
mundo externo, si a consecuencia de la perdida del cerebro, pierde también el
poder de pensar cambiarán por completo las relaciones mediante las cuales
permanecía en el mundo, y las condiciones de su existencia serán por completo
distintas de las nuestras; su mundo no será nuestro mundo, aunque en el sentido
absoluto de la palabra ambos mundos son sólo uno. Así es que en este mismo
mundo pueden existir un millón de mundos diferentes, con tal de que exista un
millón de seres cuyas constituciones difieran unas de otras; en otras palabras,
sólo existe una naturaleza, pero puede aparecer quizá bajo un número infinito
de aspectos. A cada uno de los cambios de nuestra organización, el antiguo
mundo se nos presenta según un prisma distinto; a cada muerte entramos en un
mundo nuevo, aunque no es necesariamente el mundo el que cambia, sino
únicamente nuestras relaciones con el mismo las que varían gracias a tal
suceso.
¿Qué es lo que conoce el mundo acerca de la verdad absoluta?
¿Qué es lo que realmente sabemos? No pueden existir ni sol, ni luna, ni tierra;
ni el fuego ni el aire ni el agua pueden tener existencia real; todas estas
cosas existen con relación a nosotros mismos sólo mientras nos hallamos en un
cierto estado de conciencia durante el cual creemos que existen; en el reino de
los fenómenos la verdad absoluta no existe; ni siquiera en las matemáticas
encontramos la verdad absoluta, puesto que todas las reglas matemáticas son
relativas y se hallan fundadas en ciertas suposiciones referentes a la magnitud
y a la extensión, las cuales en sí mismas no poseen más que un mero carácter
fenoménico. Cámbiense los conceptos fundamentales sobre los que nuestras
matemáticas se apoyan, y el sistema entero necesitará un cambio completo; lo
mismo puede decirse con referencia a nuestros conceptos de la materia, del
movimiento y del
espacio. Son estas
palabras, pura y
sencillamente, expresiones tan sólo para indicar ciertos conceptos que
acerca de cosas inconcebibles hemos formado nosotros; en otras palabras,
indican ciertos estados de nuestra conciencia.
Si miramos un árbol, una imagen se forma en nuestra mente, lo
cual equivale a decir que entramos en un cierto estado de conciencia que nos
pone en relación con un fenómeno externo acerca de cuya naturaleza real nada
sabemos, pero al cual damos el nombre de árbol. Para un ser organizado de un
modo distinto por completo, puede no ser lo que nosotros llamamos árbol, sino
algo enteramente diferente, quizás transparente y sin solidez material; de hecho, a un millar de seres, cuyas constituciones
difieran unas de otras, les aparecerá bajo mil aspectos distintos. Podemos
nosotros ver en el sol solamente un globo de fuego pero un ser cuya facultad
comprensiva sea superior podrá ver en lo que nosotros llamamos sol algo que
para nosotros es indescriptible, porque careciendo de las facultades necesarias
para describirlo, no nos es concebible.
El hombre externo guarda una cierta relación con el mundo
externo, y sólo puede conocer del mundo esta relación externa. Algunas personas
pueden objetar que debe contentarse con aquellos conocimientos y no intentar en
manera alguna el profundizar más. Esto, sin embargo, equivale a privarle de
todo progreso ulterior y condenarle a permanecer sumido en el error y en la
ignorancia, porque una ciencia que depende por completo de ilusiones externas
no es más que una ciencia ilusoria. Además, el aspecto externo de las cosas es
la consecuencia de una
actividad interior y
a menos que
el verdadero carácter
de esta actividad interna
se conozca, el
carácter verdadero del
fenómeno externo no
será en realidad comprendido.
Además, el hombre real e interno, que reside en la forma externa, mantiene
ciertas relaciones con la actividad interna del cosmos, las cuales no son menos
estrictas y definidas que las relaciones existentes entre el hombre externo y
la naturaleza externa. Y a menos que el hombre conozca las revelaciones que le
ligan a aquel poder, en otras palabras a Dios, jamás comprenderá su propia
naturaleza divina, y nunca alcanzará el verdadero conocimiento de sí mismo. El
enseñar la verdadera relación que existe entre el hombre y el infinito todo, y
el elevarle a aquel plano de existencia exaltado que debe ocupar en la
naturaleza, es y tiene que ser el único y verdadero objeto de la religión
verdadera y de la verdadera ciencia. El hecho de que un hombre haya nacido en
una cierta casa o en una cierta ciudad no indica en manera alguna que tenga que
permanecer allí durante toda su vida; el hecho de que un hombre permanezca en
una condición física, moral o intelectual inferior no impone sobre el la
necesidad de permanecer siempre en tal estado y que no pueda hacer ningún
esfuerzo para elevarse a mayores alturas.
La ciencia más elevada que es posible que exista es aquella cuyo
objetivo es el más elevado de todos los conocimientos; y no puede existir
objeto más elevado ni más digno de ser conocido que la causa universal de todo
bien. Dios es, por lo tanto, el objeto más elevado de los conocimientos
humanos, y nada podemos saber de El que no sea la manifestación de su actividad
en el interior de nosotros mismos. Obtener el conocimiento del yo equivale a
obtener el conocimiento del principio divino dentro de nosotros mismos; en
otras palabras, un conocimiento de nuestro propio yo, después de que aquel yo
se haya convertido en divino y despertado a la conciencia de su divinidad.
Entonces el yo interno y divino reconocerá, por decirlo así, las relaciones que
existen entre sí y el divino principio en el universo, si es que podemos hablar
de relaciones existentes entre dos cosas que no son dos, sino que son una misma
e idénticas. Para expresarnos con más corrección, deberíamos decir: el
Conocimiento Espiritual de Sí Mismo tiene lugar cuando Dios reconoce su propia
divinidad en el hombre.
Todo poder, pertenezca al cuerpo, al alma, o al principio
inteligente en el hombre, se origina desde el centro, el espíritu. A la
actividad espiritual se debe que el hombre vea, sienta, oiga y perciba con sus
sentidos externos. En la mayor parte de los hombres esta fuerza espiritual e
interna ha despertado sólo la potencia intelectual y hecho entrar en actividad los
sentidos exteriores. Pero
existen personas excepcionales
en quienes esta actividad espiritual ha llegado a un grado mucho mayor, y en las
cuales se han desenvuelto las facultades más elevadas o internas de la
percepción. Semejantes personas pueden en estos casos percibir cosas que para
las demás son imperceptibles, y poner en ejercicio poderes que no poseen el
resto de los mortales. Si los llamados sabios se encuentran con un caso
práctico referente a lo anterior, lo consideran como causado por un estado
enfermizo del cuerpo, y lo califican como efecto de una "condición
patológica"; puesto que es un hecho fundado en la experiencia de todos los
días que la ciencia externa y superficial, que nada conoce en absoluto respecto
a las leyes fundamentales de la naturaleza, toma continua y equivocadamente las
causas como efectos y los efectos como causas. Con igual razón y con la misma
lógica, podrían los carneros de un rebaño, si uno de ellos hubiese obtenido la
facultad de hablar como un hombre, decir de este que estaba enfermo, y ocuparse
de su "condición patológica". Así es que la sabiduría aparece como
locura para el loco; al ciego, la luz le resulta tinieblas; la virtud como
vicio al vicioso; la verdad como embuste al falso, y en todo vemos que el hombre
no percibe las cosas tal cual son, sino tal como el las imagina.
Así es que vemos que todo cuanto los hombres acostumbran a
llamar bueno o malo, verdadero o falso, útil o inútil, etc., es, a lo más,
relativo en su sentido. Puede ser así en relación con
uno y ser
por completo contrario
con respecto a
otro, cuyas opiniones, objetivos o
aspiraciones son distintos.
Es también una
consecuencia necesaria de
este estado de cosas, el que siempre que comienza el lenguaje la
confusión empieza, puesto que diferenciándose siempre en algo las diversas
constituciones de los hombres, la manera de concebir las cosas de cada uno de
ellos es siempre distinta de las concepciones de los otros. Esto que es verdad
en lo referente a asuntos ordinarios, se hace todavía más evidente en
cuestiones relacionadas con lo oculto, acerca de las cuales la mayor parte de
los hombres sólo poseen ideas falsas, y es dudoso si la pronunciación de una
sentencia no daría tan sólo origen a disputas y a interpretaciones falsas. Las
únicas verdades que se hallan fuera del alcance de toda disputa son las
verdades absolutas, y estas no necesitan ser pronunciadas, pues son evidentes
por sí mismas; el expresarlas por medio del lenguaje equivale a decir lo que
todo el mundo sabe y que nadie pone en tela de juicio; el decir por ejemplo,
que Dios es la causa de todo bien, equivale sencillamente a que simbolicemos al
origen desconocido de todo bien con la palabra "Dios".
Toda verdad relativa refiérese únicamente a las personalidades
inestables de los hombres y nadie puede conocer la Verdad en el Absoluto,
excepto aquel que elevándose por encima de la esfera del yo y del fenómeno
llega a la región de lo Real, eterno e inmutable. El hacer esto es en cierto
sentido morir para el mundo; o lo que es lo mismo, desembarazare por completo
de la noción del yo, el cual es tan sólo una ilusión, y llegar a ser uno mismo
con lo universal, en cuyo seno ni el menor sentimiento de separación existe. Si
estás dispuesto a morir así puedes penetrar por la puerta en el santuario de la
ciencia oculta; pero si las ilusiones de los mundos exteriores, y sobre todo,
si la ilusión de tu propia existencia personal te atrae, en vano buscarás el
conocimiento de aquello que existe por sí mismo, y que es por completo independiente
de toda relación con las cosas; que es el eterno centro del cual todo procede y
al cual todo vuelve, que es el centro flamígero; el Padre, a quien nadie puede
acercarse más que el Hijo, la Luz, la Vida y la Verdad Suprema.